MADRID / Casi dan ganas de decir que la guerra es bonita
Madrid. Palacio Real (Capilla). 24-V-2022. XV Ciclo de Órgano. Daniel Oyarzabal, órgano. David Mayora, percusión. Obras de Jiménez, Milán, Aguilera de Heredia, Philidor, Lully, Isaac, Scheidt, Bach, Flecha “el Viejo”, Haendel, Weckmann, Valente, Susato y Kerll.
La batalla, como forma musical, nació en el siglo XVI, durante el Renacimiento, pero fueron los barrocos los que la perfeccionaron durante las dos siguientes centurias. De ser una pieza vocal (a modo de madrigal para cuatro o más voces, que imitaban cañonazos, fanfarrias, gritos o redobles de tambor), pasó a convertirse en una representación musical que pretendía reproducir el alboroto horrísono de una batalla. Es normal que durante el Barroco causara tanta fascinación ya que, a fin de cuentas, no se conoce otro periodo en la historia de la humanidad en el que haya habido tantas guerras. Y algunas, tan brutales: baste recordar que la Guerra de los Treinta Años segó la vida de más de ocho millones de personas, dejando desoladas y despobladas no pocas regiones de la Europa Central.
Patrimonio Nacional presentó el pasado martes un concierto de batallas en su XV Ciclo de Órgano. Ignoro los motivos por los que este programa ha sido denominado Battaglia! Las guerras del Emperador. El emperador es, claro Carlos V, que se pasó sus casi cuarenta años en el trono de guerra en guerra (luteranos, comuneros de Castilla, mallorquines y valencianos, sarracenos, navarros, franceses, ingleses y hasta el papa Clemente VII, con el consabido Saco de Roma, sufrieron la ira del hijo de Juana “la Loca”). Pero lo cierto es que, cronológicamente, solo cinco de los incluidos en el programa (Luis de Milán, Heinrich Isaac, Mateo Flecha “el Viejo”, Antonio Valente y Tielman Susato) fueron coetáneos suyos. El que más de todos ellos, Milán, que nació el mismo año que Carlos V (1500) y murió solo tres después de hacerlo el emperador (1561). Milán fue un vihuelista, pero la fama se la llevó su colega Luis de Narváez, precisamente por arreglar para ese instrumento la canción Mille Regretz de Josquin des Prez, que pasó a ser universalmente conocida como la Canción del emperador, pues era la pieza favorita de Carlos V.
El resto de los autores que aparecen en este Battaglia! Las guerras del Emperador son posteriores en el tiempo. Incluso, muy posteriores, ya que son incluidos en él Bach y Haendel. Imagino que lo que ha buscado Patrimonio con este concierto (espectacular, digámoslo desde ya sin ambages) ha sido dar a conocer, más aún si cabe, la que seguramente es la armadura más fastuosa de la Real Armería, la conocida como ‘del KD’, por ser estas las iniciales que figuran sobre el hombro izquierdo. KD era Karolus Divus, es decir, el propio Carlos V, que vinculaba así su nombre al título de ‘Divino’, propio de los emperadores del Imperio Romano.
Es cierto que todos los compositores, sean o no anacrónicos, guardan relación con aquellos países o regiones que se las tuvieron tiesas con Carlos V: el valenciano Milán representa a la Guerra de las Germanías; Philidor, a Francia, si bien no a la de francisco I, sino a la de Luis XIV; Lully, a esa misma Francia, pero también a los musulmanes, con su célebre Marcha de los turcos; Isaac (brabanzón, por cierto, como Carlos V), Scheidt, Bach, Haendel, Weckman y Susano, a los protestantes; Valente, a los papistas italianos… Acaso se librarían de la quema los aragoneses Aguilera de Heredia y Jiménez, el catalán Flecha y el sajón Kerll, que, aunque nació en el seno de una familia protestante, se convirtió al catolicismo cuando el emperador Fernando III lo envío a Roma para estudiar música; hay quien dice que ser católico era condición sine que non para poder ser admitido, pero también hay quien sostiene que su conversión fue producto de la estrecha amistad que mantuvo en la ciudad eterna con el polímata jesuita Athanasius Kircher, uno de los más grandes genios que ha alumbrado la humanidad.
Dejémonos de historias y vayamos a la música. Tres fueron los protagonistas de este concierto: el organista Daniel Oyarzabal (¿hay algún día en su existencia que no esté tocando en público?), el percusionista David Mayoral y el órgano Fernández Dávila/Bosch de la capilla del Palacio Real de Madrid. Estamos, sin duda, ante uno de los órganos barrocos más notables que han conseguido superar el paso del tiempo, venciendo todo tipo de vicisitudes (sin ir más lejos, la Guerra Civil española: cuando prácticamente todos los órganos de Madrid fueron desprovistos de sus tubos para hacer con ellos balas para fusiles, este instrumento salió incólume, hasta tal punto que su estado actual es prácticamente el original). Su sonido es tan impresionante como su propia historia. Jorge Bosch, uno de los mejores organeros europeos del XVIII, añadió una gran cantidad de registros a los que ya había elaborado Fernández Dávila, dotándolo de un carácter único e irrepetible.
Oyarzabal, con la impecable escolta percutiva de Mayoral, fue desgranando magistralmente toda esa música bélica e insertando varias piezas que no tenían tanto carácter guerrero; por ejemplo, la Fuga en Do menor BWV 575 de Bach, con acompañamiento de campanas. El concierto se abrió con la sublime Batalla del VI tono de Jiménez (organista de la Seo de Zaragoza, que estaba tan bien considerado —y remunerado— que hasta se permitió el lujo de rechazar un puesto en la Capilla Real), prosiguió con la severidad de Aguilera de Heredia (Ensalada del VIII tono), por la suntuosidad versallesca de Philidor (Pavane pour la Petite Guerre) y Lully (la ya mencionada Marcha de los turcos), y el elogio musical de Flecha a la milicia (Todos los buenos soldados), acabando con la monumental y sobrecogedora Batalla Imperial de Kerll, que algunos todavía se empecinan en atribuírsela al algemesinense Juan Bautista Cabanilles.
Como propina, una auténtica frivolité: una versión del propio Oyarzábal del Bolero de Ravel con… ¡organeto medieval!, tambor y pandereta, ya desde delante del altar de la capilla, no desde las alturas donde se halla el órgano Bosch.
Escuchar música tan formidable da que pensar, porque incluso en los momentos más funestos que ha vivido el mundo siempre ha habido lugar, por pequeño que fuera, para dar cobijo a la inspiración artística del genio humano. Reflexionando sobre ello, me vino a la memoria la frase que pronuncia en el documental Extranjeros de sí mismos (de Javier Rioyo y José Luis López-Linares, año 2001) un falangista desengañado —como casi todos ellos— llamado Carlos Ydígoras, que había acudido a la URSS como voluntario de la División Azul: “En la guerra se ve lo peor y lo mejor de un hombre. Casi dan ganas de decir que la guerra es bonita… si no fuera tan jodida”.
Eduardo Torrico
(Fotos: Patrimonio Nacional)