MADRID / Brilló Seong-Jin Cho en el segundo, excelente concierto madrileño de la NSO con Noseda
Madrid. Auditorio Nacional. Sala sinfónica. Ibermúsica 23-24. 19-II-2024. Orquesta Sinfónica Nacional de Washington (DC). Director: Gianandrea Noseda. Solista: Seong-Jin Cho, piano. Obras de Berg, Beethoven y Schubert.
El segundo programa de la Sinfónica Nacional de Washington (NSO, para abreviar y emplear el acrónimo original) no regateó duración (como el primero, se prolongó más allá de las 22:00) ni novedad, como después veremos. Incluyó también un solista extraordinario, el joven pianista surcoreano Seong-Jin Cho (Seúl, 1994), al que hemos disfrutado en otras ocasiones y ciclos, pero que era debutante en el de Ibermúsica.
Abría el fuego el arreglo para orquesta de cuerda que el propio Alban Berg realizó de los tres movimientos centrales (segundo a cuarto) de su Suite lírica, originalmente concebida para cuarteto de cuerda. Obra inserta en el dodecafonismo, con dedicatoria oficial a Zemlinksy y otra, oculta y descubierta mucho después, a Hanna Fuchs, esposa del industrial Herbert Fuchs-Robettin, que fue un amor insatisfecho del compositor, que llegó a plasmar las iniciales de su propio nombre (A.B, las notas la-si bemol en la notación germana) con las de su frustrada amante (H.F., si natural-fa) en una célula utilizada de manera reiterada en la partitura.
La dirigió Noseda con buena atención al apellido “lírico”, cuidando como detalle agógica y matices, atento a las mil y una inflexiones de tempo y puntillosas indicaciones de matiz del compositor, y sacando el mejor partido de las pausas prescritas en la partitura, que crean la adecuada tensión expectante. Hubo pasión, como de costumbre en el director, en su interpretación, y también ramalazos de melancolía y apropiada, sugerente evocación, como en la levedad sonora conseguida en el movimiento central, allegro misterioso, o en el tramo final de la última (adagio appassionato). Respondió con notable entrega y plausible empaste la cuerda de la NSO.
La pieza concertante del día era el Cuarto Concierto para piano y orquesta de Beethoven. Obra coetánea de páginas tan importantes en la producción beethoveniana como la sonata Appassionata, la Sinfonía Heroica o los Cuartetos Rasumovsky, como bien resalta Juan Manuel Viana en sus informativas y documentadas notas al programa. Comenta también oportunamente Viana la afirmación del gran musicólogo H.C. Robbins-Landon en el sentido de que el Cuarto marca probablemente la cima del ciclo de conciertos del músico de Bonn, y es también el más personal, ya desde su mismo, atípico inicio, a cargo del solista, que abre con intimidad una suerte de diálogo que es respondido, con similar cautela, por la orquesta. Diálogo que adquirirá carácter de sorprendente contraste en el segundo, en el que el sereno discurso del solista topa con una enérgica, casi enfadada, respuesta de la orquesta. Obra, en fin, llena de fantasía, de ramalazos casi improvisatorios, que es de una belleza realmente irresistible.
De Seong-Jin Cho hemos hablado en bastantes ocasiones, por lo que aquí simplemente recordaremos que el brillante ganador del concurso Chopin en 2015, confirmó de nuevo lo ya apreciado en anteriores comparecencias. Sonido de preciosa calidad y redondez, de presencia siempre suficiente, indudable contundencia cuando se requiere, pero delicada levedad cuando procede, dinámica muy ancha y estupendamente manejada, articulación cristalina servida por un mecanismo de gran precisión, con un pedal muy bien manejado, del que obtiene también interesantes y muy expresivos efectos. Tiene su discurso personalidad y fluidez, sorprendente madurez en alguien que aún no ha cumplido la treintena (lo hará en unos meses) pero que ya muestra una sobresaliente y completa aprehensión de las partituras que presenta.
No fue excepción la de ayer. Desde el delicado inicio hasta la hermosa expresión del más extrovertido segundo motivo del primer movimiento, creciendo muy acertadamente la intensidad hasta la indicación dolce e con espressione, el coreano dibujó una interpretación de indiscutible intensidad y belleza. Con tempi vivos en los dos movimientos extremos, Cho lució fantasía y personalidad también en las cadencias (en ambos casos, las del propio Beethoven), y delicadeza y refinada elegancia en el más breve, un punto melancólico andante con moto, dibujado con exquisitez en ese intercambio contrastado con la orquesta. La elegancia y fluidez son ingredientes que nunca abandonan el discurso del coreano, sin que ello merme en modo alguno la intensidad, tensión y energía del mismo. Las tuvo en gran medida el vibrante final, planteado con exaltación y brío, con pasajes de sobresaliente pulsación leggiera, brillante y rotunda cadencia e irresistible impulso en el arrollador cierre en Presto. Una gran interpretación de un magnífico pianista cuya evolución y crecimiento anticipa grandes cosas. Noseda, con un contingente de cuerda relativamente nutrido (12/10/8/6/4, más los vientos y timbal prescritos por Beethoven), acompañó con paralela intensidad y consiguió el deseable contraste en el segundo tiempo, mostrando muy buen entendimiento con el solista.
El éxito, como cabía esperar, fue grande, y el joven surcoreano, tras solicitar (en rasgo que hace poco vimos también en Uchida y que tan propio es de los exquisitos modos de los intérpretes orientales) el permiso de Nurit Bar-Josef, la concertino de la orquesta, ofreció otra delicia: el sonriente, juguetón movimiento final, Molto vivace, de la Sonata Hob. XVI:34 en mi menor de Haydn, que llegó con toda la ligereza, vitalidad y humor que la deliciosa música reclama.
Ocupaba la segunda parte la última obra del ciclo sinfónico de Schubert, la Sinfonía en do mayor D. 944, cuya numeración sigue liando al personal a estas alturas. La partitura, de una grandeza, intensidad y belleza indiscutibles, despertó en su momento el rechazo de muchas orquestas y músicos de la época, porque la escritura de la cuerda, particularmente sus repetitivos pasajes en tresillos en los dos movimientos extremos, sobre todo el último, resultan de difícil y fatigosa ejecución y más que difícil encuadre. Lo que viene siendo un dolor de cabeza para la sección… y para los directores, que pasan su padecimiento para alcanzar el deseable pero más que difícil empaste de dichos pasajes. Al rechazo contribuye también su extensión, porque si se respetan todas las repeticiones, la cosa se prolonga durante más de una hora, algo excepcional, si quitamos la Novena de Beethoven, para el repertorio de la época.
Tiene su misterio el inicio, indicado Andante pero en compás 2/2 alla breve. Hace muchos años, en ediciones antiguas, dicho compás figuraba como 4/4 y los directores favorecían un comienzo relativamente reposado, acelerando más tarde hasta el Allegro non troppo, aunque había diferentes perspectivas sobre cuándo y cómo generar dicha aceleración. En la actualidad, la combinación de ese Andante y el compás alla breve suele resolverse con un tempo más animado de entrada, de forma que la transición se produce de forma más natural. Así lo afrontó Noseda, ahora con una plantilla de cuerda algo expandida (14/10/10/8/6, según me pareció contar). El fogoso director milanés siempre pone toda la carne en el asador, y no fue esta la excepción.
Tuvo indiscutible energía e intensidad ese primer tiempo (en el que se respetó la repetición prescrita de la primera mitad), con tempo vivo y un tramo final enérgico, sin concesiones a ritardandi empleados por muchos otros maestros que tienden a enfatizar la solemnidad de los últimos compases. Ligero, bien cantado por la madera (muy especialmente el oboe solista, Nicholas Stovall) el Andante con moto, planteado con rotunda energía en un dibujo que en muchos momentos tiene ramalazos de marcha. Lucieron, dentro de la cuerda, especialmente bien los chelos en este movimiento, que probablemente fue, desde el punto de vista de la ejecución, el más redondo de los cuatro, y en el que Noseda consiguió un clímax de gran efecto dramático.
Muy vivo, el Scherzo, vital y enérgico, con buena prestación de la madera y esforzada, sin alcanzar la medida última del mejor encaje, articulación de la cuerda. Se omitió aquí, como en muchas otras interpretaciones, la repetición de la segunda parte del scherzo antes del Trio. Noseda no dudó, como no había hecho en el resto de la interpretación, en afrontar con su proverbial determinación el Allegro vivace final. El tempo elegido no dejaba lugar a dudas: entre asegurar el perfecto encuadre de la endemoniada escritura para las cuerdas, con los antes aludidos largos pasajes en tresillos, y conseguir la intensidad, tensión y nervio que la música demanda, se inclinó, creo que con acierto, por lo segundo. La lectura llegó con alto voltaje (en esta ocasión, sin repetición de la exposición (supongo que para alivio de los exigidos instrumentistas de cuerda) y esforzado encaje. Curiosamente, sin el diminuendo prescrito por Schubert para el acorde final, que Harnoncourt (aunque no era el único, sí era de los pocos) respetaba de forma escrupulosa (relataba con cierta sorna la cara que pusieron los músicos de la Filarmónica de Viena cuando les comentó que ese diminuendo, que solía omitirse, estaba bien presente en el manuscrito… que la propia Filarmónica tenía en sus archivos). Interpretación, en fin, dotada de la intensidad proverbial en el maestro italiano, bien servida por una esforzada NSO.
El éxito, quizá no tan arrollador como el primer día, pero en todo caso muy grande, anticipaba la propina. Y hubo en ella, como también el día anterior, sorpresa. Anunció Noseda, en impecable castellano, el estreno mundial de otro encargo de la NSO al compositor residente del Kennedy Center, Carlos Simon, para esta gira. La obra, titulada Meditations on grace, trae otro de los ingredientes que impregnan la producción de Simon: la religión, porque es una suerte de breve pero emotiva digresión que, al menos a quien esto firma, le pareció inspirada en Amazing grace, himno que nace originalmente en el XVIII de la pluma del clérigo inglés John Newton, pero que se ha convertido en una de las piezas más populares de los espirituales americanos. El propio Simon realizó en su momento un arreglo para violín y piano y el motivo del himno se expresa o sugiere en varios momentos de la pieza escuchada ayer, especialmente en la exposición, no mucho después del inicio, por parte del solista de trompeta. Música emotiva, serena y con ese toque melancólico tan propio de muchos de estos himnos. Recibida con calor por el público, que ovacionó a Simon, también presente en la ocasión.
Pero la velada no terminó ahí. Quedó sitio aún para una propina más convencional: la Obertura de “Las Bodas de Fígaro” de Mozart, planteada con chispeante vitalidad con una plantilla de cuerda (la antes mencionada para Schubert) excesiva para la música, aspecto más que disculpable en esta ocasión dada la singularidad del momento. Un excelente concierto, en fin, para cerrar de manera brillante esta doble y muy atractiva visita a Madrid de la NSO.
Rafael Ortega Basagoiti
(fotos: Scott Suchman)