MADRID / Brillante Juan Barahona en el Ciclo de Jóvenes Intérpretes

Madrid. Auditorio Nacional. Sala de Cámara. 29-IV-2022. XX Ciclo de Jóvenes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Juan Barahona, piano. Obras de Mozart, Schubert y Liszt.
Tras el debut del ucraniano Choni en el XX ciclo de Jóvenes Intérpretes, fue el viernes el turno del asturiano Juan Barahona (1989), pianista de sólida formación tanto en la Escuela Reina Sofía como en Viena y Londres. Barahona demostraba tener la cabeza bien amueblada y las ideas claras en la entrevista que le realizó Nacho Castellanos para SCHERZO, publicada apenas unos días antes del recital. Eligió, como él mismo señalaba en dicha entrevista, un programa sin concesiones a la pirotecnia, pero también comprometido… porque Mozart y Schubert siempre lo son, y las obras elegidas de Liszt, pese a tener momentos de indudable brillantez, no son lo más espectacular y directo de su catálogo, aunque sin duda sí pertenecen a lo más hermoso del mismo.
Tiene Barahona sin duda unos medios técnicos excelentes, cuida bien el sonido y su planteamiento musical muestra inteligencia, sensibilidad y general coherencia conceptual. Hay, como es perfectamente lógico en alguien aún en las primeras fases de su carrera, acercamientos a compositores y repertorios que se encuentran en este momento más evolucionados que otros. Tal vez por afinidades mayores o menores que todos hemos sentido al acercarnos y estudiar determinados autores y repertorios, tal vez por la propia naturaleza diversa de los mismos, es obvio que hay músicas en las que se consigue antes que con otras un acercamiento más completo y pulido. Es algo que, en cierto modo, pudo apreciarse en este recital del asturiano.
El programa se abrió con dos obras de Mozart: las Variaciones sobre “Ah, vous dirai-je, Maman” K 265, y la Sonata en Do mayor K 330. La música de Mozart es tan hermosa como difícil de desentrañar. El acercamiento de Barahona, con cuidado sonido e indudable elegancia, se antojó correcto, pero pareció corto en inflexiones y acentos. Su precisa articulación perdió claridad por un pedal quizá excesivamente largo, y ligados de recorrido también prolongados. Las Variaciones, correctamente dibujadas e impecablemente ejecutadas, pudieron haber tenido más chispa en los contrastes y el canto (la quinta puede servir de ejemplo). Un móvil criminal le distrajo (algo muy comprensible) momentáneamente en la sexta. Cantó bien la undécima (adagio), aunque creo que el tiempo le llevará a sacarle aún más partido. Debo confesar que, duraciones aparte, no termino de compartir la idea de eliminar todas las repeticiones prescritas de la segunda mitad de cada una de las variaciones. La Sonata se movió en parecidos parámetros, con acentos en ocasiones que se antojaron un tanto limados (los sf en el desarrollo del primer movimiento pueden servir de ejemplo), un andante cantabile que alcanzará con el tiempo más sutileza expresiva y un allegretto final que quizá pide un más sonriente desparpajo. También aquí la política de repeticiones (unas respetadas, otras omitidas) pareció algo errática.
Las cosas cambiaron, a bastante mejor, en Schubert. Eligió Barahona los Impromptus primero y tercero de cada una de las dos series, D 899 y D 935. Los de la primera, justo antes del descanso, los de la segunda justo después. Muy correctamente dibujado el primero, con un cantable excelente, que a buen seguro con el tiempo alcanzará mayor profundidad y sutileza dinámica. Algo parecido puede decirse del segundo (D 899 nº 3), animado en el tempo, muy alla breve, pero con el canto bien dibujado. Un tempo algo más sereno tal vez hubiera acentuado algo la indudable nostalgia que contiene la obra, y permitido una línea más nítida el acompañamiento de la voz media.
Tras el descanso, pareció Barahona más tranquilo y centrado (otro móvil criminal había atacado sin piedad el último Impromptu schubertiano). El D 935 nº 1 estuvo muy bien planteado, con el canto en el cruce de manos consiguiendo un clima lírico muy convincente. Y fue el D 935 nº 3 en el que se apreció el mejor nivel del Schubert de Barahona, con un canto de exquisita elegancia, muy apropiado vuelo lírico en las dos primeras variaciones y perfecto toque leggiero en la quinta.
Pero si Schubert ya había elevado el nivel, fue en las dos obras de Liszt donde el recital de Barahona nos mostró el sobresaliente nivel del pianista. Obras, además, que no son del lado más brillante y fácil, y que requieren no sólo la excelencia ejecutante sino la finura en la capacidad de elaborar un discurso adecuadamente evocador (Soneto 123 de Petrarca) o de la intensidad dramática buscada (Funerales, la estremecedora culminación de la colección de Armonías poéticas y religiosas).
Y en tan exigente demanda se movió Barahona con soltura y madurez envidiables. Disfrutamos en el Soneto de un envidiable sentido del canto, de un rubato equilibrado, justo colaborador de una expresión apropiadamente evocadora del contenido poético de la página. Sirva como ejemplo la preciosa exposición del pasaje dolcissimo (c. 68 y siguientes). Una concepción sólida, bien construida e impecablemente planteada y ejecutada. Tras esa magnífica interpretación de uno de los momentos más bellos del segundo de los Años de peregrinación, el destinado a Italia, el concierto se cerró con una interpretación también sobresaliente de los mencionados Funerales. Hubo en ellos solemnidad, drama, sombría atmósfera, y también más que apropiado apasionamiento en el allegro energico e assai. Pero sobre todo hubo ese estremecimiento que la página transmite con tanto énfasis. Y aún será capaz el asturiano, con el transcurso del tiempo, en ahondar aún más en la sutileza de algún matiz. Pero lo que llegó ya en la velada del viernes fue un Liszt, sin la menor duda, excelente.
El éxito fue grande, y Barahona hizo bien en regalar más de lo que mejor había resultado: Liszt. El Vals-caprice, que nos llevaba de regreso a la Viena de Schubert, estuvo tocado con la elegancia característica del hacer de Barahona, y con la gracia danzable que uno espera en una página sonriente como esa. Toda una satisfacción escuchar a Barahona, que progresa estupendamente en la dirección de alcanzar la altura artística que él mismo considera, con acierto, como meta a perseguir, más allá de la brillantez ejecutante.
Rafael Ortega Basagoiti