MADRID / Brillante inauguración del FIAS a cargo de La Grande Chapelle

Madrid. Basílica Pontificia de San Miguel. 18-II-2021. Festival Internacional de Arte Sacro de la CAM. La Grand Chapelle. Director: Albert Recasens. Obras de Carlos Patiño.
Era conocido como “el Rey Planeta”, porque en sus dominios nunca se ponía el sol. Jamás un gobernante tuvo en el mundo tanto poder como Felipe IV de España, que además era rey de Portugal (lo que suponía también ser dueño y señor de Brasil, de buena parte de Asia y de otra buena parte de África). Un buen día del año 1660, el sexagenario maestro de la Real Capilla Carlos Patiño se presentó ante él y le rogó que le permitiera jubilarse, pues su salud estaba resquebrajada. Felipe, apasionado de la música que Patiño escribía, se negó y el pobre hombre tuvo que continuar a duras penas otros ocho años en el cargo, hasta que sus achaques ya no le permitieron escribir una sola nota más. Había sido nombrado en 1634, en sustitución del flamenco Mathieu Rosmarin, al que aquí habían rebautizado como “Mateo Romero” (o como “Maestro Capitán”). Fueron treinta y cuatro años al frente de la Real Capilla, que dieron mucho de sí. Patiño fue un compositor fecundo, tanto de música sacra (en latín y en romance) como profana. Pero hoy en día, Patiño es un perfecto desconocido para el gran público. Algo que resultaría incompresible si no fuera porque se trata de España, nación que se caracteriza por olvidar a sus próceres (cuando no es que se avergüenza de ellos).
En el año 2000, coincidiendo con el cuarto centenario del nacimiento de Patiño, el musicólogo canario Lothar Siemens, gran estudioso de la música del compositor conquense, impulsó la grabación de un disco dedicado íntegramente a él, que finalmente apareció en el sello de la Sociedad Española de Musicología. La interpretación corrió a cargo del Coro de Cámara de la Schola Cantorum de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Tres años más tarde, el Coro Exaudi de La Habana, dirigido por María Felicia Pérez, grabó, gracias a la generosísima financiación de la petrolera Repsol, otro monográfico dedicado a Patiño. Salvo alguna obra aislada en contados registros, no hay más música grabada de Patiño. Puestos a comparar quién le hizo más daño a Patiño, si estos canarios o aquellos cubanos, habría serias dudas. Lo que está claro es que ambas grabaciones, deplorables, contribuyeron extraordinariamente a que nadie más se fijara en Patiño en estas dos últimas décadas.
Llega ahora al rescate, como si de la caballería se tratara, Albert Recasens, que el pasado verano grabó en Portugal (no se pudo hacer en España, por las restricciones de movilidad derivadas de la Covid) un doble CD con obras sacras de Patiño para uno, dos o tres coros y bajo continuo. El mismo programa sirvió anoche para inaugurar la XXXI edición del Festival Internacional de Arte Sacro (FIAS) de la Comunidad de Madrid. Todo buen aficionado madrileño a la música antigua sabe que hay dos fechas ineludibles en el FIAS: el concierto de inauguración y el concierto de clausura. Por eso, desde una hora antes, ya había una enorme cola de gente que no se quería perder la cita. A buen seguro que mereció la pena la larga e incómoda espera, porque lo que aguardaba en el interior de la Basílica Pontificia de San Miguel era la música de Patiño en todo su esplendor. Una música magnífica, propia de quien fue el más brillante compositor español del siglo XVII, junto a Juan Hidalgo y Sebastián Durón. Parafraseo la frase final del primer párrafo de este artículo: que una música tan soberbia haya podido estar tanto tiempo oculta solo es posible en España, nación que se caracteriza por desdeñar lo mejor de su historia y de su cultura, cuando no por avergonzarse de ellas.
Fueron doce obras, de las cuales siete sonaban por primera vez en tiempos modernos, recopiladas en diversos archivos de la península y de América. Motetes, antífonas, salmos, responsorios, un deslumbrante magníficat… La mayor parte de ellas, policorales… Un buen número, a ocho voces, aunque también a doce. Difícil elegir solo una, pero el motete Maria Mater Dei puso los pelos de punta. Recasens, al frente de La Grande Chapelle, recurrió en esta ocasión a un plantel casi exclusivamente nacional (consecuencia asimismo de las actuales restricciones de movilidad). Las excepciones fueron la soprano búlgara (aunque residente en Madrid) Alena Dantcheva y la violonista (no es errata: toca el violone, no el violín) portuguesa Marta Vicente, que integró junto a Manuel Vilas (arpa de dos órdenes, modelo anónimo aragonés) y Alfonso Sebastián (órgano positivo) un formidable bajo continuo.
Todas las voces (además de Dantcheva, las sopranos Lucía Caihuela —que cada canta mejor— y Lorena García; los altos Gabriel Díaz y Jorge Enrique García Ortega; los tenores Gerardo López Gámez y Ferran Mitjans, y el bajo Javier Jiménez Cuevas) estuvieron espléndidas, pero resulta obligado destacar a Dantcheva, a quien los buenos aficionados recordarán, sin duda, por su paso por La Venexiana. Es un prodigio de afinación y de proyección, además de poseer una voz dúctil; poderosa y sedosa, a la par. Idénticos elogios caben aplicarse al cuarteto de vientos: los sacabuchistas Miguel Tantos Sevillano y Fabio de Cataldo, la cornetista Ana Pazos Pintor y la bajonista Marta Calvo. Recasens, siempre obsesionado por el detalle perfeccionista, dirigió con pasión y con emoción, sabedor de lo que supone afrontar un proyecto tan colosal como este. Y de que todo salga tan bien.
Eduardo Torrico