MADRID / Brillante Haydn de Várdai con la Orquesta de Cámara Franz Liszt

Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 20-IV-2022. István Várdai, violonchelo. Orquesta de Cámara Franz Liszt. Concertino: Péter Tfirst. Obras de Grieg, Haydn, Montsalvatge y Chaikovski.
El octavo concierto de la serie Arriaga de Ibermúsica nos trajo a la Orquesta de Cámara Franz Liszt, que sustituía a los previstos Virtuosos de Moscú, cuya presencia se malogró por la invasión rusa de Ucrania. La sustitución trajo consigo un cambio parcial de programa, de forma que la Suite Holberg de Grieg y el primer Concierto para violonchelo de Haydn sustituyeron a las obras programadas por la orquesta rusa, el Concierto para 2 violines BWV 1043 de Bach y el Divertimento K. 136 de Mozart. Por fortuna, se conservó la bonita y no frecuentada obra de Montsalvatge (Tres reflejos sobre una pastoral de invierno), además de la también prevista Serenata para cuerdas de Chaikovski.
La orquesta húngara, fundada en 1963 por exalumnos de la Escuela Franz Liszt, ha tenido una muy destacada trayectoria y colaborado con solistas distinguidos, como Maisky, Pahud, Bronfman, Argerich, Vengerov o Isserlis. Pese a lo sugerido por la plantilla enumerada en el programa (16, sin contar a Várdai, que sólo tomó parte en la obra de Haydn aunque figura como director artístico del grupo), la formación se presentó con un contingente de 20 músicos, distribuidos con el esquema 6/4/4/4/2. Como es frecuente en estas agrupaciones, violines y violas tocaron de pie (excepto uno de los violines primeros que tocó sentado en una banqueta alta). El conjunto húngaro mostró un sonido compacto, generalmente bien empastado, atractivo y muy capaz de dinámicas anchas, y su concertino, Péter Tfirst, comandó con criterio más correcto que especialmente inspirador.
La Suite Holberg, mirada retrospectiva a las suites del barroco, en un ejercicio de neoclasicismo que precedió al que Stravinsky realizaría luego en su Pulcinella, llegó con más corrección que calor. Tuvo suficiente brío el Preludio, sobria elegancia la Sarabande y buen dibujo rítmico la Gavotte, que sin embargo hubiera podido ser algo más grácil y tener algo más de sabor rústico en la Musette que hace las veces de trio. El aria, con sus indudables resonancias melancólicas, es el movimiento de más enjundia y fue traducido con acierto expresivo. El Rigaudon final, en cambio, aunque llevado con tempo vivo, pareció algo corto de chispa, y el diálogo de concertino y viola solista no siempre llegó con la deseable claridad.
El Primer concierto para violonchelo de Haydn nos trajo el punto más alto de la velada. Se digiere bien la ausencia de los dos oboes y dos trompas previstos en la partitura, porque su papel es poco más que el de doblar la escritura de los de cuerda, aunque es cierto que pudo haberse recurrido (como se hace tantas veces) a refuerzos locales para tal fin, y el acompañamiento orquestal hubiera quedado más lucido. En todo caso, el protagonista aquí fue el violonchelista Várdai, armado nada menos que con el Stradiviarius que en su día perteneció a Jacqueline du Pré, ella misma autora de una extraordinaria versión de este concierto junto a su entonces marido, Daniel Barenboim.
Várdai extrajo un sonido precioso, lleno y con buena presencia, del formidable instrumento que tenía en sus manos. Lo hizo con impecable afinación y sobresaliente agilidad de arco, fraseando con gracia y elegancia, siempre brillante la ejecución, incluyendo la cadencia del primer tiempo. Estupendo el canto del segundo, muy bien delineado en la expresión y sacando el mejor partido de la capacidad cantable del chelo. El Allegro molto final, llevado a un tempo trepidante, llegó con contagiosa vitalidad y con una demostración sobresaliente por parte de Várdai en cuanto a articulación y agilidad de arco. Dice mucho de ambas que a tan alta velocidad no se perdiera detalle en ningún momento. El éxito fue comprensiblemente grande y el húngaro regaló una colorista y brillante interpretación de un Capricho de Gaspar Cassadó.
El concertino Tfirst presidió después una muy correcta interpretación de la deliciosa y lírica serenata de Montsalvatge Tres reflejos sobre una pastoral de invierno, donde hay que destacar el muy evocador canto del segundo movimiento (con papel destacado del propio Tfirst) y un final muy apropiadamente festivo y brillante.
La hermosa Serenata para cuerdas de Chaikovski, una de las partituras más representativas del género, cerraba la velada. Contemporánea de la Obertura 1812, su autor declaraba mucho más aprecio por la serenata que por la ruidosa música de connotaciones bélicas y de reafirmación patriótica. Con toda razón, porque es una partitura de fina construcción, redondeada con consistencia en la recuperación, en el movimiento final, del inicial motivo de cuatro notas. Chaikovski, siempre amigo de contrastes e inflexiones agógicas, recomendaba en su manuscrito un deseo evidente de un contingente numeroso, capaz de presentar con fidelidad los contrastes dinámicos extremos. Su afirmación en el manuscrito deja poco lugar a dudas: “Cuantos más ejecutantes haya en la orquesta, más se acercará su número a los deseos del autor”.
No fue el caso de la interpretación de ayer, muy evidentemente camerística. En todo caso, la agrupación húngara presidida por el buen mando de Tfirst ofreció una interpretación plausible de la obra. Hubo buen impulso, aunque no siempre perfecto empaste, en el primer movimiento, refinada elegancia en el Vals, con correcto rubato, y estupendo canto de los violines primeros (sobre el pizzicato subyacente) en el muy lírico tercer tiempo, culminado en un cuidadísimo final en pppp. El cuarto movimiento, con grandeza en el comienzo, tuvo el necesario nervio y vitalidad y fue cerrado de forma brillante. Recibida la interpretación con calor por el público, los húngaros regalaron una festiva interpretación de la colorista Danza del zorro de su compatriota Leó Weiner. Buen concierto, sin duda, aunque fue Vardái y su sobresaliente Haydn quien marcó la cota más alta.
Rafael Ortega Basagoiti
(Foto: Rafa Martín – Ibermúsica)
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