MADRID/ Brillante fantasía improvisatoria de Eva Saladin y Johannes Keller

Madrid. Fundación Juan March. 26-IV-2023. Eva Saladin, violín; Johannes Keller, clave. Disminuciones, variaciones e improvisaciones sobre obras de Byrd, Schop, Steidgleder, Dowland, Frescobaldi, Rognoni y Sweelinck.
Eva Saladin, con su virtuoso e imaginativo violín, y Johannes Keller, con una interpretación al clave elegante y llena de fantasía, nos ofrecieron un ameno e instructivo viaje sobre el mundo de las variaciones, la ornamentación y las disminuciones instrumentales que eran práctica común ya a comienzos del siglo XVII, pero no conformes con abordar aquella escritas por compositores de la época sobre un madrigal, un bajo ostinato, un coral o una forma de danza dada, improvisaron además las suyas propias junto a aquellas escritas, con el gran reto y mérito que ello supone, con decisiones improvisadas y ejecutadas sobre la marcha con gran brillantez, para deleite de todos.
La excelente violinista Eva Saladin es una especialista en el repertorio violinístico del seicento, que aborda con profundidad y conocimiento. Posee una técnica bastante especial que modifica la posición ahora convencionalmente aceptada para la ejecución del violín, que se sitúa normalmente en posición alta, sobre la clavícula y sujetándolo entre cuello y barbilla, para adoptar una postura que podemos ver en diversas iconografías —de ese tiempo y de uno algo anterior—, donde se sujeta de una forma sencilla apoyado sobre el brazo y la caja torácica, lo que permite bastante agilidad en la mano izquierda y, sobre todo, un movimiento grácil del arco con bastante naturalidad. Lo cual redunda en que esas convenciones cerradas que a veces tenemos hoy nunca fueron históricamente tales, porque tanto en la interpretación como en la técnica hubo gran variedad de posibilidades según el tiempo y el lugar.
Comenzaron el concierto con un bajo ostinato, sobre un ground del propio Wiliam Byrd con sus variaciones sobre un tema de Hugh Aston (My Ladye Nevell’s Virginal Booke, 1591), un compositor tudor anterior. A las variaciones de Byrd, los intérpretes sumaron las suyas propias sobre ese bajo, con una imaginativa Saladin en la voz de las disminuciones y un brillante Keller en el sostén.
Muy habitual en ese tiempo fueron también las variaciones y disminuciones instrumentales sobre famosos madrigales, como es el caso de la versión del compositor y virtuoso violinista sajón Johann Schop sobre el madrigal Nasce la pena mia de Alessandro Striggio, con unas ornamentaciones con elementos muy imaginativos en las que retoma el madrigal para dar protagonismo a dos voces principales, por un lado con una virtuosística escritura idiomática para el violín en la voz soprano y, por otro, el desarrollo de la voz grave a cargo del teclado. También se realizaban improvisaciones sobre danzas y formas musicales que se trasmitían a lo largo del tiempo, como sucede con la Romanesca, sobre la que improvisaron los intérpretes sobre la marcha con variaciones de su propia cosecha. Los corales luteranos tuvieron igualmente un larga tradición en cuanto a armonizaciones y variaciones, aquí nos ofreció Keller una pieza de Steigleder a modo de fantasía improvisatoria sobre un coral antes de pasar a unos de los momentos más bonitos de la velada, con unas variaciones sobre el famoso Susanne un jour de Orlando di Lasso, donde Saladin improvisó unas preciosas variaciones al violín, con disminuciones y todo tipo de elementos dinámicos y rítmicos con el sustento al clave con las figuraciones de Keller.
También muy bella fue la improvisación sobre el material de la Pavana Lachrimae de Dowland, una música que dio pie a innumerables variaciones a lo largo de más de un siglo —empezando por las del propio Dowland en su Lachrimae, or Seven tears—, que ejecutaron a partir de la versión para teclado que compuso Byrd y otra para violín del ya mencionado Schop. Quizá la parte más deslumbrante del concierto, donde la imaginación y fantasía de Saladin y Kellner mejor cuajaron, fue la Cento Partite sopra passacagli de Frescobaldi (1615), quien compuso esas cien variaciones o partitas de manera muy concentrada, y que en el concierto se conjugaron algunas con las propias variaciones improvisadas de los intérpretes, realizadas con inusitada brillantez, con descensos y subidas vertiginosos junto a cambios rítmicos sorprendentes.
El programa prosiguió con Rognoni, precisamente uno de los autores que dio fundamento en sus escritos sobre la manera de realizar las disminuciones, a la vez que un afamado interprete de la viola bastarda, denominada así por el repertorio virtuoso escrito para ella que plasmaba para el instrumento cualquier pieza polifónica. De Rognoni se interpretaron sus disminuciones sobre el precioso madrigal Io son ferito de Palestrina (Selva de varii passaggi, 1620). Para terminar el programa, abordaron el alegre Ballo del Granduca de Sweelinck, combinado con las propias variaciones improvisadas por Saladin y sustentadas al clave por Kellner. De propina nos ofrecieron otra improvisación propia, en este caso sobre la Follia. Los intérpretes derrocharon fantasía, con unas facultades excepcionales y una alegría en la interpretación, con esa libertad que confiere el conocimiento profundo de la música, que consiguieron transmitir al público. Ciertamente una propuesta exigente y arriesgada de la que salieron airosos durante la mayor parte del tiempo, con una sólida técnica improvisatoria y unas interpretaciones excelentes.
Manuel de Lara
(fotos: Dolores Iglesias/Fundación Juan March)