MADRID / Brillante debut de Kantorow en el ciclo de Grandes Intérpretes
Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 21-III-2022. Alexandre Kantorow, piano. Obras de Bach-Liszt, Schumann, Scriabin y Liszt.
No es fácil debutar en el ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo justo después de que por él haya pasado nada menos que Sokolov. Pero el joven Alexandre Kantorow (Clermont-Ferrand, 1997), hijo del conocido violinista Jean-Jacques Kantorow, ya rompió moldes cuando en 2019 ganó el primer premio y el Grand Prix del prestigioso concurso Chaikovski. En la entrevista que Nacho Castellanos le hizo recientemente para SCHERZO, el joven galo evidenciaba un carácter reflexivo, con las ideas muy claras, incluyendo ese asunto tan comprometido del virtuosismo, que él entiende acertadamente como un medio y no un fin en sí mismo.
No vamos a descubrir nada nuevo al decir que los medios de este joven son excepcionales: lo son, como por otra parte cabría esperar en alguien que gana un concurso como el Chaikovski. Los dedos tienen una agilidad excepcional, la dinámica anchísima y manejada con una gradación finamente diferenciada. El sonido es bellísimo en la gama piano, y de gran poderío en los forte, en los que ocasionalmente puede asomar alguna ligera dureza. El pedal es manejado con habilidad y general acierto. Más allá de todo ello, el joven francés construye su discurso con rara coherencia y profundidad. Absorto en el mismo, canturrea por debajo a menudo, rasgo que puede resultar molesto y que quizá deba intentar corregir en el futuro.
De que Kantorow no es un pianista superficial da buen testimonio la propia concepción del programa. Se abría, alejándose de cualquier efectismo, con alientos lúgubres, que regresarían más tarde en la velada: las variaciones sobre Weinen, Klagen, Sorgen, Zagen S 179 de Liszt, una obra bañada en serena tristeza, con evidente protagonismo del dibujo cromático descendente, tomado del bajo del primer coro de la Cantata BWV 12 de Bach con el mismo título y del pasaje, muy similar, del Crucifixus de la Misa en Si menor. Lo presentó Kantorow desde una emocionante introspección, cuidadísimo el suave matiz del inicio, y con un estremecedor crescendo justo antes del tramo final, que culminó una interpretación sobrecogedora, dejando el final casi suspendido.
Tanto, que el público contuvo el aliento y no aplaudió. Tras unos pocos segundos de contenida pausa, Kantorow afrontó la obra que completaba la primera parte del programa: la Primera Sonata de Schumann, página, como la propia vida de su autor, bastante atípica, compleja y en muchos momentos abigarrada. Conectaba bien la introducción, Un poco adagio, con la tranquila melancolía del Bach-Liszt previo. Hubo energía y pasión a raudales en el Allegro vivace subsiguiente, con perfecto empleo del staccato y fortissimi de una contundencia inapelable. Bien cantado el segundo movimiento, tuvo viveza el Scherzo, suficiente fantasía el Intermezzo y oportuna libertad el tramo final. El Allegro un poco maestoso final, primorosamente ejecutado, tuvo sobrado poderío (especialmente en el tramo final, un auténtico tour de force), pero se echó de menos más (por otra parte, nada fácil de conseguir con textura tan espesa como la planteada por Schumann) de claridad en el discurso.
Si la primera parte nos había llevado desde la emoción del Bach-Liszt inicial hasta el apabullante torrente schumanniano que había que digerir, la segunda se adentró pronto en los antes citados vientos lúgubres, con protagonismo especial para Liszt. El Soneto 104 de Petrarca ya introduce un discurso en el que pasión, amor y muerte se entremezclan, y Kantorow los fusionó con enorme acierto, siempre cuidado el canto, articulando con pasmosa claridad y leggierezza las florituras, pero destilando también lo que hay en esta música de ominoso, como lo hay también en los propios versos del poeta.
Pareció más que apropiado seguir con una página lisztiana no frecuente: Abschied, una página de austero, nada efectista discurso de una melancolía de sabor casi religioso, admirablemente dibujada por Kantorow, aquí ya sumergido completamente en una convencida introspección. Cerró la tríada lisztiana inicial la segunda versión de la espeluznante La lúgubre góndola, que sonó ominosa, misteriosa, dramática, siniestra y sobrecogedora en las manos de Kantorow.
El público no se atrevía a aplaudir. Y llegó Vers la flamme, y desde el enigmático misterio inicial Kantorow nos llevó a la enloquecida incandescencia del frenético tramo final, realmente arrollador. Y nuevamente, sin respiro, vuelta a Liszt. Vuelta a su segundo Año de peregrinación, Italia, probablemente el más logrado de la serie. Y cierre del recital nada menos que son su Fantasía quasi sonata “tras una lectura de Dante”. Dibujada como un gran arco que empieza y termina con siniestro misterio, y que en el camino nos lleva por los tempestuosos pasajes del Presto agitato assai, realizado con tremendo poderío y apabullantes octavas, pero que también emocionó con el precioso discurso del Andante quasi improvisato, que tuvo acertado énfasis en tal carácter y respeto escrupuloso por la indicación adicional dolcissimo con intimo sentimento. Sí, el gran mérito de Kantorow ayer, muy especialmente en Liszt, fue su capacidad de ir mucho más allá de lo que le permite su casi insultante facilidad virtuosa. Su capacidad para que ese con intimo sentimento, o más adelante con amore, afloraran con igual plenitud. Demoledora la secuencia final Allegro vivace – Presto, pero con unos compases finales de un dramatismo desgarrador, sin concesiones.
Llegaron, entonces sí, los aplausos. Todo lo que se había contenido hasta entonces apareció en torrente. Kantorow se mostraba casi sorprendido ante la cálida recepción. Ofreció entonces la primera propina: la Melodía de Orfeo de Gluck en el arreglo de Sgambati, admirablemente cantada. Pero ante el entusiasmo, terminó con una segunda de esas que los ingleses llaman showpiece: el arreglo de Agosti del final de El pájaro de fuego de Stravinsky, partitura de endemoniada ejecución que fue realizada por el francés de manera absolutamente formidable. No tenía Kantorow su debut en este ciclo fácil, pero lo salvó con matrícula.
Rafael Ortega Basagoiti