MADRID / Brahms, Capuçon, Bellom… y el recuerdo a Angelich
Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 27-IX-2022. Brahms: Sonatas para violín y piano. XXVII Ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Renaud Capuçon, violín. Guillaume Bellom, piano.
No podía evitarse ayer, en el ambiente de la sala Sinfónica del Auditorio, el recuerdo a Nicholas Angelich. El pianista estadounidense, que grabó las sonatas ofrecidas ayer junto al mismo Renaud Capuçon, en 2005 (sello Virgin), y que tenía que haber participado en el concierto, falleció, de forma tan prematura como cruel, en abril de este mismo año. Muy probablemente, Angelich habría saludado con agrado que su papel en este concierto fuera tomado por un discípulo suyo, el joven pianista francés Guillaume Bellom (Besançon, 1992).
Las tres Sonatas para violín y piano de Brahms se concentran en ocho (1878-86) de los cuarenta años (1854-94) que abarcan su producción camerística. Y esos ocho años se sitúan cerca del final de esas cuatro décadas. Obras de bien asentada madurez, y con protagonismo, en las dos primeras, para canciones del propio Brahms, que están en el trasfondo de las partituras. Obras, también, que transitan desde la evidente melancolía de la primera hasta la decidida energía de la última (perceptible sobre todo en el último tiempo), con la segunda constituyendo un puente de hermoso lirismo.
Tienen estas sonatas su relativo peligro en lo que al teclado se refiere, porque el de Hamburgo favorecía la escritura pianística vertical. Consciente tal vez de que, en el contexto de ese tipo de escritura, el riesgo de que una contundencia decidida desde el teclado tape el sonido del instrumento de cuerda es patente, la indicación dinámica está muy intencionadamente limitada, en la mayor parte del curso de las partituras, a una “f”, con solo alguna esporádica excursión a las dos “f” y sin ninguna oportunidad para las tres, dato que es preciso tener en cuenta a la hora de valorar en su justa medida lo escuchado ayer.
Renaud Capuçon (Chambéry, 1976), reciente (anunciado creo que ayer mismo) fichaje de DG, es un violinista de evidente peso en el panorama actual (la noticia de su fichaje por el sello amarillo era recibida, significativamente, en un medio británico como la contratación “de un influencer”). Artista sensible antes que instrumentista de espectaculares medios (faceta esta que él mismo no parece apreciar especialmente como tal), se produce desde su Guarnerius con elegancia y sonido bello antes que grande, de espectro dinámico no especialmente ancho, con un vibrato que utiliza con inteligencia como recurso expresivo, y que sólo ocasionalmente discurre con un recorrido que pueda considerarse de amplitud especialmente generosa.
El joven Bellom, por su parte, articula con precisión y produce un sonido pianístico de gran belleza y limpia articulación. A algunos pudo darles la sensación de quedar corto de volumen, pero mi impresión es más bien que se preocupó de no desequilibrar excesivamente el balance sonoro a favor del piano, y más en el contexto explicado en el párrafo anterior. Lo que se apreció en los pocos pasajes en que Brahms pide algo más de volumen al pianista sugiere que Bellom posee en sus dedos bastante más potencia que la exhibida ayer. Personalmente, creo que su decisión fue acertada, y que el equilibrio conseguido ayudó al notable nivel de las interpretaciones ofrecidas.
Lo tuvo ya la primera de las sonatas, planteada desde una expresiva melancolía, incluso relativamente contenida, atenta a la atmósfera sempre dolce tan a menudo demandada en esta obra por el compositor de Hamburgo. Especialmente emotiva la lectura del bellísimo Adagio, y muy especialmente de la marcha fúnebre que ocupa la sección central, Più andante. En el retorno del Adagio, la entonación en algunas de las dobles cuerdas por parte de Capuçon pudo haber sido más precisa, pero ello no obsta para apreciar la intensidad expresiva de lo que nos llegaba.
Discurrió la segunda, como procede por el propio clima de la obra, por sendas más líricas y también de mayor -aunque en esta ocasión algo contenido- contraste en esa página magistral que es el Andante tranquillo – Vivace, que ejerce de movimiento lento y scherzo en una fusión de exquisita imaginación. Brilló aquí, especialmente en la segunda exposición del Vivace, la cristalina articulación del joven Bellom. Elegante en el canto antes que especialmente efusivo el movimiento final, para cerrar una lectura expresiva y adecuadamente lírica.
Sin renunciar a la belleza del canto, tuvo, de nuevo muy oportunamente, más nervio y energía la lectura de la op. 108, en la que hay que destacar el exquisito segundo tiempo (y muy especialmente su final), la leggierezza del sonriente tercero y la decidida vibración del Presto agitato final. Interpretación, como todas las de la velada, de fina sensibilidad y envidiable elegancia.
El dúo respondió regalando la Primera danza húngara del propio Brahms, expuesta con más temperamento que perfección ejecutora, y el aria de Marietta de Die Tote Stadt, de Korngold (compositor del que otro ilustre violinista, Leonidas Kavakos, nos ofrecerá el Concierto para violín en el segundo concierto sinfónico de la temporada de la Orquesta Nacional), esta deliciosamente expuesta. Velada, en fin, de notable resultado musical, y de desgraciadamente parca audiencia.
Rafael Ortega Basagoiti