MADRID / Benjamin Alard: una perfección rayana en lo inhumano
Madrid. Fundación Juan March. 6-X-2022. Ciclo La huella de Scarlatti. Benjamin Alard, clave. Obras de D. Scarlatti, J.S. Bach, Rameau y Haendel.
La Fundación Juan March inaugura un nuevo ciclo lleno de interés y originalidad, centrado en la figura de Domenico Scarlatti y su huella en coetáneos y postrimeros. Para ello acude a la presencia, ya habitual en la sala de la calle Padilla, del gran Benjamin Alard, quien nos propone un recorrido por la música de Scarlatti hijo y sus más señeros contemporáneos al teclado. En un programa muy estudiado tonalmente (la tonalidad de Sol, sea mayor o menor, es omnipresente), nos muestra cuatro compositores que rompieron las reglas del clave de su época. Haendel, quien, al reciclar composiciones de juventud (de 1706 hacia atrás) en su primera publicación para teclado (Suites de pièces pour le clavecin, 1720), crea maravillas como la Suite nº 7, espléndido híbrido de obertura, suite y concierto culminado con una virtuosa pasacalle. Bach, por su parte, subvierte la escritura para teclado con sus Variaciones Goldberg, construidas sobre las notas del bajo y no sobre la melodía, como era lo habitual; y también en sus partitas, como la número 5, aquí interpretada, donde, salvo el paspié y, en parte, la zarabanda, ningún título coreográfico guarda semejanza con la danza francesa correspondiente. Rameau, por su parte, revoluciona el mundo de las pièces de caractére, con un virtuosismo y armonía desconocidos. Y, naturalmente, ahí está Scarlatti hijo, quien, en su aislamiento hispanoportugués, desarrolló un estilo particularísimo e inimitable.
Alard, como siempre, exhibió su prodigiosa técnica y musicalidad desde la primera nota. Se apreció la fluidez y elegancia que le son ya proverbiales, con tempos moderados en ambos sentidos. Sin embargo, la frialdad ya percibida en alguna ocasión volvió a hacer acto de presencia en ciertos momentos. Fue el caso de la suite de Haendel, tan perfecta técnicamente como ausente de contrastes (no ayudó mucho la registración elegida en los números intermedios, sin resonancia alguna), por ejemplo, en la zarabanda, carente de pathos alguno. Algo parecido ocurrió en L’Egyptienne y, en particular, La Poule de Rameau, una pieza que exige más desparpajo. La cosa cambió a partir del Concierto para clave en Fa mayor de Bach, magníficamente hecho, como las dos variaciones de las Goldberg y la Partita nº 5, de una rara exquisitez. No menos excelente fue L’Enharmonique, llena de melancolía.
Su Scarlatti fue tan virtuoso como refinado, sin brusquedad alguna, pero animado. Eligió siete sonatas, todas ellas de las treinta de la publicación londinense, incluida la Fuga del gato, que hizo de forma extraordinaria, y las jacarandosas nº 2, 13 y 14.
A salvo la posibilidad de añadir algo más de entraña, un concierto excelente de uno de los grandes maestros del teclado.
Javier Sarría Pueyo
(Foto: Dolores Iglesias – Fundación Juan March)