MADRID / Bell, Isserlis y Bax: gran velada de cámara

Madrid. Auditorio Nacional (Sala Sinfónica). 5-V-2021. Ibermúsica 20/21. Trío Joshua Bell (violín), Steven Isserlis (violonchelo) y Alessio Bax (piano). Obras de Mozart, Shostakovich y Mendelssohn.
El segundo concierto del abono de primavera de esta atípica pero interesante y esforzada temporada de Ibermúsica contaba inicialmente con el trío Bell-Isserlis-Kissin, en la que hubiera sido la segunda presencia del ruso tras su formidable éxito en el concierto que abría esa minitemporada. Sin embargo, según la explicación oficial, asuntos familiares han obligado a Kissin a cancelar su gira, y el trío ha encontrado rápido reemplazo en el italiano Alessio Bax (Bari, 1977), con lo que el concierto, además de otros ingredientes de interés, suma el de presentar por primera vez, con la veterana empresa española, a dos de los tres componentes del trío: Steven Isserlis y el propio Bax.
El muy interesante programa inicialmente previsto con Kissin en el conjunto (Danza fantástica para trío de Rosowsky, sendas páginas de Bloch para violín y piano y violonchelo y piano, y el Segundo trío de Shostakovich) hubo de ser modificado por la ausencia del ruso, y el que se nos ha ofrecido optó por sonatas para cada uno de los instrumentos de cuerda con piano (la K. 454 de Mozart para violín y la op. 40 de Shostakovich para violonchelo) y cerrar con un trío (el nº 1 op. 49 de Mendelssohn), de forma que Shostakovich ha sido el único de los compositores previstos que ha ‘sobrevivido’ al cambio.
Aunque perdimos la ocasión de escuchar obras poco o nada habituales como las de Rosowsky y Bloch, lo cierto es que la música que escuchamos a cambio tampoco es ‘tan’ habitual en los programas, y compone un recorrido bellísimo por distintos periodos de la historia de la música de cámara.
La Sonata K. 454 de Mozart, compuesta en plena madurez del compositor (1784), contemporánea de páginas como el concierto para piano nº 17 K 453 o la Sínfonía nº 36 “Linz” K. 425, otorga al violín un papel de más equilibrado protagonismo con el piano (las sonatas precedentes, como también muchos tríos de Haydn, ponen mayor peso en el teclado) y tiene una contagiosa luminosidad en los movimientos extremos, pero el largo andante dibuja un melancólico y precioso diálogo entre los dos instrumentos, ocasión especial para lucir la cualidad cantable del violín. Bell extrae de su Stradivarius un sonido más bello y afinado que poderoso, y se acerca a la partitura desde una perspectiva muy tradicional, casi romántica, algo que, aunque no esté en los cánones más habituales que hoy escucharíamos a otros colegas (pienso en Faust, por ejemplo), no choca tanto en el clima de esta obra en particular, cuyo movimiento central se acerca, en el carácter, al aliento romántico. Más adelante comentaremos la labor de Bax de forma global. Interpretación sensible, muy bien construida y ensamblada, con más que notable resultado global, acogida con calor por el público que completó un buen aforo (hasta donde era posible) en la sala sinfónica del auditorio.
Compuesta en 1934, en medio de una corta aventura amorosa con una antigua estudiante que protagonizaba su Lady Macbeth de Mtsensk (estrenada ese mismo año), apenas un par de años antes de los problemas con la censura soviética debidos justamente a esta ópera, la Sonata para violonchelo y piano de Shostakovich es una obra en la que el aún veinteañero compositor vierte todo un caleidoscopio de climas: lirismo, apasionada exaltación, sarcasmo, intimidad, furia (el obsesivo dibujo del inicio del segundo movimiento, por ejemplo), ominoso misterio (el tenebroso Largo) y energía incontenible son tal vez los más evidentes. No deja de ser curiosa la coincidencia de que, el mismo día que se publicó en Pravda (en 1936, habían pasado dos años desde el estreno de la ópera sin que hubiera habido problemas) un artículo anónimo tachara de “burguesa, formal y vulgar” la ópera citada (abriendo así un periodo de serias dificultades para el compositor en el régimen estalinista), Shostakovich se encontraba tocando precisamente esta sonata junto a su dedicatario, el violonchelista Viktor Kubatsky. Isserlis, que como Bell también toca un Strad, tiene un dominio extraordinario de su instrumento y su sonido es de gran belleza, rico colorido y perfecta afinación. Como el norteamericano, sin embargo, el volumen no es grande, y en los momentos en que la música demanda más vigor, puede, pese a la absoluta entrega con que toca, quedar un punto corto de presencia. En todo caso, la interpretación tuvo en sus manos toda la variedad de atmósferas apuntada anteriormente, y llegó con una intensidad absolutamente envidiable. Así lo entendió también el público, que la acogió con encendido entusiasmo.
Muy poco mayor que Shostakovich (apenas con treinta años, aunque lamentablemente le quedaran apenas ocho de vida) era Mendelssohn cuando en 1839 completó su precioso primer Trío op. 49 para piano, violín y violonchelo, celebrado muy justamente por Schumann en su revista como una composición “absolutamente hermosa” que seguiría deleitando a las siguientes generaciones. Y sí, no cabe mejor descripción que la del compositor del Carnaval. Desde la apasionada efusión del primer movimiento a la exaltación del arrollador final, pasando por el canto del andante que recuerda a muchas de las Romanzas sin palabras (también evocadas en momentos del primer movimiento) y un juguetón Scherzo que trae resonancias de el Sueño de una noche de verano, la música de ese enorme músico que era Mendelssohn no tiene un punto de caída. Es una belleza de principio a fin. Y una belleza de tanto brillo como emoción.
El piano tiene en ella un protagonismo especial, aunque el hermoso canto inicial se encomiende al violonchelo y el diálogo entre los dos instrumentos de cuerda al comienzo del andante pertenezca sin duda a lo mejor salido de la pluma del compositor de Hamburgo. Y ese protagonismo permite otorgar el brillo que merece a quien fue, en mi modesta opinión, uno de los mayores puntos de interés de la jornada, pese a partir, probablemente, del punto de menor celebridad: el italiano Alessio Bax.
Es el de Bari un magnífico pianista y su prestación ayer, de principio a fin, fue absolutamente extraordinaria. Claro, elegante, equilibrado su Mozart, con el peso justo en los graves, articulado con precisión, mesurado el pedal de resonancia y con envidiable fusión y ensamblaje con Bell en la sonata mozartiana. Contrastado, rico en colorido, incisivo y poderoso, ancho en la dinámica, preciso en el ataque y cuidadosamente matizado en la sonata de Shostakovich con Isserlis. Su sonoridad experimentó aquí una tan adecuada como difícil metamorfosis. Y brillante, apasionado, de hermoso cantable y contagiosa efusividad en un Mendelssohn en el que despachó la más que difícil partitura (mucho más difícil de lo que aparenta) con tanta facilidad como elegancia y riqueza expresiva. Se erigió el italiano en protagonista tan justo como especial en la bellísima página mendelssohniana.
No era fácil reemplazar a un pianista en estado de gracia como Kissin, que nos había vuelto a dejar boquiabiertos en la inauguración de esta minitemporada de Ibermúsica. El mejor testimonio de la magnífica labor de Bax es que consiguió que nos centráramos en sus interpretaciones. Contribución la suya decisiva para un gran éxito del trío, que redondeó una preciosa velada camerística, cerrada no obstante (¿limitaciones de duración?) sin propinas.
Rafael Ortega Basagoiti
(Foto: Rafa Martín)