MADRID / Belcea, un cuarteto de individualidades

Madrid. Auditorio Nacional. 14/04/2023 Liceo de Cámara XXI (CNDM) Cuarteto Belcea. Piano: Bertrand Chamayou (piano) Beethoven: Cuarteto de cuerda n.º 7 op. 59 nº 1. César Franck: Quinteto para piano y cuerda en fa menor.
Cuando se asiste a un concierto de unos intérpretes reputados, prestigiosos, sobradamente solventes en lo técnico y lo musical pero el resultado sonoro no es el esperado, por las razones que sean, la sensación de desasosiego perdura unas cuantas horas. Más aún cuando una ha de escribir la reseña de dicha velada, en este caso, la actuación del Cuarteto Belcea en el Auditorio Nacional del pasado viernes 14 de abril. La citada formación es un acreditado conjunto con una muy larga trayectoria de casi treinta años que les ha permitido crecer y madurar juntos en lo musical, aunque, según parece, su segundo violín de siempre ha abandonado sus filas y en este momento se encuentran en periodo de transición. Sin duda, tienen una idea muy concreta de cómo quieren hacer las cosas y un concepto muy claro de su cuarteto, y creo que son esas dos cosas en las que mi gusto personal no se vio en absoluto colmado, al menos con el repertorio que presentaron.
La primera obra fue el primero de los Cuartetos “Razumovski” de Beethoven, el op. 59 nº 1, compuesto, al igual que los otros dos que llevan ese nombre, para el noble ruso afincado en Viena como embajador de su país y que llegó a tocarlos en el papel del segundo violín. Ese origen explica la alusión al folclore ruso en los últimos movimientos de cada uno de los cuartetos, aunque la estilización llega a tal punto que la inspiración original queda realmente lejos. Pertenecen estas obras (1805-1806) al periodo en que el de Bonn escribió también su Leonora, la Cuarta Sinfonía, el Concierto para piano nº 4 y el Concierto para violín, lo que demuestra su extraordinaria fertilidad compositiva en aquel momento. El primero de los Razumovski mantiene aún cierto espíritu clásico del periodo anterior, pero incluye ya no pocas innovaciones, como un desarrollo formal de gran escala o, por ejemplo, la eliminación de la convenida repetición de la exposición del primer movimiento, en aras de ese despliegue formal que había de buscar el equilibrio por otros medios.
No cabe duda del dominio técnico y hasta virtuosístico del que hicieron gala los Belcea en un concierto con un repertorio tan comprometido como el de ayer, ni de su prodigiosa afinación, ni de su complicidad y entendimiento, ni tampoco de que consiguen una interpretación de una tensión electrizante que puede ser enormemente satisfactoria para muchos, pero precisamente por todas estas virtudes, voy a explicar las razones para que su versión no me resultara convincente. Cada formación camerística elige una forma de funcionar y en el caso de los cuartetos, dos de los conceptos más habituales son el pensarse como una orquesta de cuerda reducida o el hacerlo como un solo instrumento extendido. Ni son los únicas maneras ni son preceptivas, se trata únicamente de dos ejemplos para clarificar mi argumentación. En el caso de los Belcea, da la impresión de que se trata de cuatro solistas que han decidido tocar juntos sin perder nunca ninguno de ellos su condición primera.
¿En qué se traduce esto? En que los diferentes planos sonoros prácticamente no existen. Se les oye magníficamente a todos y cada uno, pero a todos por igual. Y si en un momento dado un instrumento lleva el tema, otro hace un bajo en contracanto, otro mantiene una nota pedal y el cuarto hace un acompañamiento armónico, por poner un caso, la jerarquía está claramente explicitada en la partitura y no hay por qué eliminar la naturalidad de su escritura. Francamente, a mí me molesta auditivamente que un relleno armónico suene tanto como un tema maravilloso y además, no ayuda a entender el discurso. Y ese principio suyo destiñe sobre las dinámicas, por ejemplo: si pone forte, pues todos igual de forte; si piano, todos piano al mismo nivel. Y repito: eso no clarifica el discurso.
En cuanto a la interpretación, pues una vez más me alejo de la idea que imprimieron, que me resultó manierista y extremada. De acuerdo que el opus 59 ya no es el primer Beethoven, aún muy deudor de la herencia haydniana y que se trata de obras que marcan un camino de ruptura, pero tampoco es Shostakovich. Las notas acentuadas lo eran hasta la saturación; el vibrato, casi constante y muy eléctrico; los contrastes, muy exagerados. Y todo esto produce que, tras diez minutos de oír tocar así, de forma tan artificiosa y radical, ya casi es imposible recuperar el efecto de sorpresa cuando hay un piano súbito, por ejemplo. Nunca hay relajo, salvo en algunos momentos que surgieron como pequeñas islas en el tercer movimiento, todo es de una tensión sonora constante y excesiva. Y por último, el sonido de Corina Belcea, tan directo, algo constreñido y un tanto agrio, lógicamente marca la pauta, una pauta tímbrica que no me sedujo.
La cosa cambió un tanto a mejor en el Quinteto para piano y cuerda de César Franck, creo que claramente debido a la influencia de ese inmenso músico y pianista que es Bertrand Chamayou. Primera de las obras de cámara que compuso el belga, su estructura cíclica y su imponente arquitectura hacen que se trate de una pieza cuya concepción ha de ser unitaria en sus tres movimientos, con la consiguiente dificultad para gestionar una tensión en constante vaivén y puntos culminantes que se anuncian una y otra vez y cuya llegada hay que saber dosificar para hacer justicia a este monumento del género. Esta intensidad, que aparece ya en las primeras notas, resulta en principio más adecuada a esa concepción de constante incandescencia de los Belcea. Aunque la entrada ya fue un tanto febril, el contraste con el primer solo del piano, con ese timbre infinitamente más redondo y ese carácter realmente franckiano, entre lírico y beatífico que imprimió Chamayou sirvió para aplacar un tanto ciertos ímpetus. Aún así, la realidad es que ese Molto moderato quasi lento inicial no tuvo nada de quasi lento y dio la impresión de que había cierta urgencia por avanzar, de modo que el carácter elegíaco como de declamación trágica, quedó un tanto desdibujado en favor de una suerte de cabalgada hacia el vacío y los momentos líricos, que los hay en abundancia, no fueron lo suficientemente cantados.
Se repitió la tónica del Beethoven en cuanto a las dinámicas y gracias a que Chamayou posee una paleta inmensa y extrae todo el sonido que quiere al piano, pudo hacer frente sin problema a sus cuatro compañeros. El segundo movimiento resultó más equilibrado en cuanto a intenciones, dinámicas e intercambio con el piano y un espíritu más sosegado favoreció una mayor profundidad en la interpretación. En cuanto al último movimiento, no cabe duda de que la indicación “con fuoco” está hecha para ellos y desde la primera nota percibimos un auténtico incendio. Fue en esta parte final donde vivimos los mejores momentos del concierto y donde el culmen de la tensión que imprimen los Belcea de forma casi continua tenía su auténtico sentido.
Como propina tras una catarata de aplausos, interpretaron el delicioso Scherzo del Quinteto n.º 2 para piano y cuerdas en la Mayor de Dvorak, como una ráfaga de aire fresco tras la intensidad emocional de César Franck.
Ana García Urcola
(fotos: Elvira Megías)