MADRID / Beethoven y su contexto: una interesante lección
Madrid. Auditorio Nacional. 23-XI-2019. XLVII Ciclo de Grandes Autores e Intérpretes de la Música de la Universidad Autónoma de Madrid. Eduardo Fernández, fortepianos (Broadwood, 1832 y 1863). Obras de Beethoven, Heller, Alkan, Liszt, Thalberg y Czerny.
Eduardo Fernández es uno de los más apreciados pianistas de la joven generación de nuestro país, que por fortuna no anda corta de nombres de alto nivel. Pero además de excelente pianista con sólido criterio, es inquieto buscador y explorador, y hay que agradecer a esa inquietud el programa que acaba de ofrecer en el Ciclo de Grandes Autores e Intérpretes de la UAM. La concepción misma del programa tenía indudable interés, porque a las puertas del año Beethoven (250 años de su nacimiento), el madrileño edificó un programa que se iniciaba con su sonata Appassionata para luego derivar hacia obras de compositores, contemporáneos pero que en todos los casos murieron mucho después que el músico de Bonn, que giraban de una u otra forma en torno al gran sordo.
Esta contextualización de Beethoven tiene toda la lógica, porque sirve para apreciar aún más lo grande que fue Beethoven, no solo por la comparación de su propia obra con las aquí presentadas de otros, sino sobre todo porque se hace evidente la inmensa impronta que el colosal compositor de la Eroica dejó en sus colegas. Las 21 Variaciones sobre un tema de Beethoven de Heller en realidad no son ‘sobre un tema’ (del segundo movimiento de la Appassionata, dicho sea de paso), porque en ellas aparecen también motivos de los otros dos tiempos de la Sonata y hasta de otras obras de Beethoven y de otros. Tienen momentos de cierto interés, aunque creo que se adivina cierta reiteración en otros. En todo caso, es interesante escuchar y conocer, siquiera ocasionalmente, obras como esta.
Muy hermosa y conseguida, y por completo inhabitual en un autor más conocido por su tendencia a la pirotecnia pianística como Charles Valentin Alkan, su transcripción de la impagable Cavatino del Cuarteto op 130 de Beethoven. Estupenda también, aunque esa nos asombra menos, porque las que realizó de muchos Lieder de Schubert son más asiduas en los programas, la transcripción lisztiana de An die ferne Geliebte S. 469 (del ciclo correspondiente del mismo título de Beethoven). Los llamados en el programa Souvenirs de Beethoven de Thalberg son en realidad una suerte de paráfrasis (en el estilo de tantas de Liszt) que gira en torno al segundo movimiento de la Séptima Sinfonía del sordo pero que explora también los demás e incluso algunos de la Quinta. Sencilla y escrita quizá con más admiración que especial inspiración, la Marcha fúnebre sobre la muerte de Beethoven de Carl Czerny que cerraba el programa. Una página de esquema ternario que constituía un homenaje en todo caso muy oportuno como clausura.
Además del programa en sí, la convocatoria tenía un interés adicional: la utilización, más que rara en nuestros días y en nuestro país, de sendos fortepianos originales del constructor inglés John Broadwood. Los fortepianos de Broadwood fueron muy apreciados por Beethoven, y es extraordinariamente informativo y clarificador escuchar su música, al menos de vez en cuando, en estos instrumentos. Porque si es cierto que evidentemente su volumen no es ni de lejos el de los pianos de hoy en día (para que se hagan una idea, el ff del fortepiano Broadwood de 1823 escuchado aquí no llegaría al mf de un piano actual), también lo es que la calidez de su sonido y la más breve duración del mismo, permiten un uso del pedal de resonancia y una claridad de articulación que en el piano moderno requieren una indudable adaptación si no se quiere emborronar el discurso.
Aún en la sala de cámara del Auditorio, lo cierto es que había una diferencia notable, especialmente en el de 1823, entre escucharlo en las localidades de tribuna central (donde quien esto firma estaba inicialmente ubicado) o hacerlo en las últimas filas de butaca de patio, donde pude escuchar la última obra. Pero, cuando uno se acerca a esa sonoridad, entiende bien por qué Beethoven apreció tanto el regalo de Thomas Broadwood (tercer hijo de la dinastía), cuando en 1817 le envió un instrumento salido de su taller, que el compositor conservaría hasta su muerte y que en 1845 fue a parar a manos de Liszt, quien lo donó en 1874 al museo nacional de Hungría. El instrumento en cuestión fue restaurado en nuestros días y presentado en una gira hace años con el fortepianista Melvyn Tan.
Otro tipo de lección vino con la utilización de otro fortepiano de Broadwood, esta vez de 1863, para las obras de Heller, Alkan, Liszt y Thalberg. Porque su empleo permite apreciar, además de todo lo enunciado anteriormente, lo que en apenas treinta años evolucionó la mecánica y sonoridad del instrumento, que aun estaba lejos de los actuales pero que también estaba casi tan lejos de su predecesor de tres décadas atrás. No es fácil la adaptación, para pianistas entrenados en los instrumentos actuales, a la pulsación, calado, timbre y pedales de los instrumentos utilizados aquí, con lo que el notable resultado obtenido por Fernández es especialmente encomiable. El público que prácticamente llenaba la sala de cámara del Auditorio disfrutó de una velada pianística tan inusual como atractiva y didáctica, muy bien diseñada y realizada por nuestro joven compatriota.
Rafael Ortega Basagoiti