MADRID / Arias de baúl

Madrid. Teatro Real. 5-X-2020. Philippe Jaroussky, Emoke Baráth, Lucile Richardot y Emiliano González Toro. Le Concert de la Loge. Director y violín: Julien Chauvin. Arias de óperas de Vivaldi.
Desde finales del siglo XVII y hasta casi el final del siglo XVIII, cuando los que dominaban los teatros de ópera eran los castrati (y, en menor medida, las sopranos), se pusieron de moda las llamadas ‘arias de baúl’. Los divos de los escenarios buscaban su lucimiento por encima de todo. Para ello, no dudaban en parar la orquesta para hacer alarde de sus trinos y coloraturas, cambiaban el orden de las arias buscando mayor comodidad o incluían, tan solo unos minutos antes de empezar la función, algún aria de baúl, que no era sino un aria de otra ópera (no necesariamente del mismo autor) que les gustaba o que iba bien a sus condiciones canoras, sin importarles en absoluto que el contenido de esa aria no tuviera que ver con la trama de la obra que se representaba.
Este recital de cuatro grandes especialistas en el repertorio barroco que se pudo escuchar en el Teatro Real, en doble sesión, fue una especie de revival de aquellas arias de baúl. Parecía como si cada uno de los cuatro cantantes se hubiera presentado con tres de sus arias vivaldianas favoritas y hubieran montado así el concierto. No hubo ninguna pieza orquestal, ni tampoco ningún recitativo… La orquesta empezó a tocar y enseguida apareció en el escenario el tenor Emiliano González Toro. Cuando este acabó su intervención, la orquesta siguió tocando y fue el turno para la contralto-mezzosoprano Lucille Richardot. Terminó ella y la sustituyó la soprano Emoke Baráth. Y luego cerró el primer turno el contratenor Philippe Jaroussky, que era a quien realmente había acudido a escuchar el público. Tras un aria rápida, otra lenta, y así sucesivamente, hasta completar once arias de óperas y una de oratorio. Solo coincidieron sobre las tablas en el bis, con el coro de apertura de La fida ninfa, De’ll aura al sussurrar, para el cual Vivaldi se nutrió de no pocos pasajes de su concierto La Primavera de las Cuatro Estaciones.
Hecho este preámbulo, hay que reconocer que todas las arias seleccionadas forman parte de lo más granado de la producción operística de Vivaldi y que los cuatro cantantes rayaron a buena altura. González Toro comenzó con algún que otro problema que hizo que se le escuchara poco y no demasiado bien en Non tempesta che gl’alberi sfronda (La fida ninfa), pero estuvo luego espléndido en Il piacer della vendetta (Il Giustino) y más que brillante en Tu vorresti col tuo pianto (Griselda). Baráth mantuvo una línea de asombrosa regularidad en sus tres intervenciones: Armate face et anguibus (Juditha Triumphans), la trepidante Alma oppressa (La fida ninfa) y Vede orgogliosa (Griselda). Y Jaroussky encandiló a su legión de seguidores con las patéticas Vedrò con mio diletto (Il Giustino) y Gelido in ogni vena (Il Farnace), y en la vivaracha Se in ogni guardo (Orlando finto pazzo). Sin embargo, quien se llevó las mieles del triunfo fue Richardot, que inició su exhibición con una enternecedora Sovente il sole (Andrometa liberata), siguió con la enérgica Frema pur (Ottone in villa) y concluyó con la vertiginosa Come l’onda con voragine orrenda e profonda (también de Ottone in villa).
La orquesta funcionó con la misma precisión que un reloj suizo. Poco conocida por estos pagos, en Francia se ha hecho con un hueco importante en los apenas cinco años que han transcurrido desde su creación. La dirige, violín en ristre, Julien Chauvin, que fue fundador, junto a Jérémie Rhorer, de Le Cercle de l’Harmonie (palabras mayores). Sin embargo, escuchando y viendo la composición de estas orquestas que vienen de fuera (en este caso 5/4/3/3, más clave, tiorba y contrabajo en el bajo continuo, y un par de oboes), a uno se le revuelven un poco las tripas. Para traer a estas orquestas extranjeras tan voluminosas no tienen problema los programadores españoles, que, sin embargo, han adoptado la aborrecible norma de que las orquestas españolas, si quieren tocar aquí, lo tienen que hacer en formato ‘lata de sardinas’. Luego vienen las odiosas comparaciones y las conclusiones erróneas.
(Foto: Javier del Real)