MADRID / Apabullante Kissin
Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 13-II-2023. Ibermúsica 22/23. Evgeny Kissin, piano. Obras de Bach, Mozart, Chopin y Rachmaninov.
Compareció por cuadragésimo octava vez Evgeny Kissin (Moscú, 1971) en los ciclos de Ibermúsica, con un recital dedicado a la memoria de Alicia de Larrocha, detalle que fue ovacionado con cariño cuando se anunció justo antes del inicio del concierto. Lleno hasta la bandera el Auditorio Nacional, incluidas muchas sillas en el escenario ocupadas por jóvenes alumnos de música, y con el detalle de que la recaudación obtenida de dichas localidades será destinada a una ONG centrada en la ayuda a niños en países del tercer mundo, en una iniciativa conjunta encomiable de la Fundación Ibermúsica y el propio Kissin.
No vamos a descubrir a estas alturas al gran pianista ruso, sin duda uno de los más grandes intérpretes del último medio siglo que, al asombroso nivel de perfección técnica que posee, desplegado además con insultante facilidad, suma una madurez y solidez conceptual envidiables. Nitidez en la articulación, pasmosa agilidad mecánica, intensidad alejada del capricho en el fraseo, sensibilidad en la variada matización, capaz de apabullantes fortísimos e inalcanzables pianísimos y, en fin, una sonoridad llena en toda la gama, que jamás, ni siquiera en el más rotundo extremo del fortísimo, llega a quebrarse.
El programa no podía ser más variado: Fantasía Cromática y Fuga de Bach, Sonata K. 311 de Mozart, Scherzo nº 2 op. 31 de Chopin y un monográfico Rachmaninov en la segunda parte, con la transcripción pianística realizada por el propio compositor de su lied Lilacs op. 21 nº 5, seguida de los Preludios op. 32 nº 8 y op. 23 nº 10, y culminada con los Études-Tableaux op. 39 nº 1, 2, 4, 5 y 9.
La Fantasía cromática bachiana ha sido una de sus obras para teclado favoritas de los pianistas. No es de extrañar, porque el carácter de improvisación de la virtuosa Fantasía invita a la libertad en su declamación, y el crecimiento de la Fuga culmina con una brillantez extraordinaria. Obra de importante popularidad incluso en vida del Cantor, ha conocido todo tipo de acercamientos pianísticos, desde los más austeros y alejados de pedal (Gould, siempre singular, o Schiff) hasta los más decididamente románticos (Mendelssohn reconocía en su propia interpretación abrirse a dinámicas extremas, generoso pedal y doblar a la octava muchas partes del bajo).
Kissin se acercó a la Fantasía desde un tempo equilibrado, sin arrebatar, como pensando (con toda la razón, creo) que la música contiene ya toda la brillantez necesaria como para añadirle más, desplegando todas las cualidades pianísticas apuntadas antes, sin huir del pedal, en algún momento bien evidente pero nunca generador de borrosidad en el discurso, y con relativa severidad en la declamación, impregnada con muy sutiles, aunque evidentes inflexiones de matiz y agógica. Llegó la Fuga con exquisita claridad en el dibujo contrapuntístico, igualmente alejada de exageraciones, aunque genuinamente pianística en el carácter.
La Sonata K. 311 de Mozart invita a un discurso apolíneo, alegre, planteado desde una elegante pero desenfadada sencillez, con un canto fluido y una sonoridad aligerada, porque no presenta la mayor densidad de algunas otras de sus obras pianísticas. Incluso el más brillante Rondó final, cuya breve cadencia se asoma al carácter de sus conciertos pianísticos, no llega a sumergirse del todo en ese clima, como sí lo hace el movimiento correspondiente de la K. 333, que en breve podremos escuchar de la mano del ilustre compatriota de Kissin, Grigory Sokolov.
Planteó Kissin la sonata mozartiana exactamente desde esos parámetros de grácil elegancia, con cristalina articulación y bella, más leve sonoridad, y perfecto juego staccato-legato. Puede haber quien pidiera más chispa, pero la refinada elegancia desplegada le va estupendamente a esta página, al menos en opinión de quien esto firma. Desenfadado el primer tiempo, delicadamente cantado el segundo, y de alegre brillantez (siempre con insultante facilidad), el último.
Chopin, después. El Scherzo op. 31 es una partitura de arrolladora exuberancia, que nos lleva desde el siniestro comienzo a la más exaltada brillantez, con la bellísima excursión a la contagiosa efusión de la sección en la que Chopin demanda de forma explícita una interpretación con anima. No dudó Kissin en desplegar aquí esa exuberancia en todo su esplendor, con una ejecución de apabullante brillantez, sin perder un ápice de claridad en el discurso, con adecuada expansión expresiva en la mencionada sección con anima y con el reposo apropiado en el episodio central en La mayor, y siempre con atenta y cuidadísima matización. Maravillosa su traducción de la indicación delicatissimo en dicha sección. Imponente, abrumador final, de una fuerza irresistible.
El monográfico Rachmaninov constituyó, para quien esto firma, una evidencia palpable de dos cosas. La primera, que el mejor Rachmaninov se encuentra en sus muchas y bellas formas breves, más que en las no tan conseguidas y con cierta frecuencia algo farragosas piezas como sus sonatas. La segunda, que es una música que Kissin entiende a las mil maravillas. Y como la dificultad (Rachmaninov no ahorra obstáculos) no es algo que se ponga en su camino, la música llega con toda su brillantez y riqueza expresiva.
La sutil y delicada transcripción de Lilacs llegó con genuina esencia evocadora, exquisito dibujo en el canto y sutil matización. Los dos Preludios ofrecieron el contraste entre la rotundidad del op. 32 nº 8 y la más honda expresión del op. 23 nº 10. Los cinco Études-tableaux fueron una inmejorable traducción del pianismo descrito brevemente al principio de esta reseña. Es difícil conseguir una intensidad mayor y tener una mano izquierda más imponente que la desplegada por Kissin en los dos últimos estudios interpretados. Es más que difícil imaginar una mejor demostración de lo que es ofrecer una sonoridad de una contundencia apabullante sin que se rompa la redondez ni la belleza.
El éxito, como ya pueden imaginar, fue enorme. Y Kissin decidió, con acierto, prolongar ese monográfico Rachmaninov. Se hizo de rogar, pero como las ovaciones no cesaban, ofreció tres de las Piezas de fantasía op. 3 de su compatriota. En este orden: la Melodía (nº 3 de la serie), el famosísimo Preludio (nº 2) y la Serenata (nº 5). A cuál mejor, pero a quien esto firma le resultará difícil imaginar ese Preludio op. 3 nº 2 dicho con más grandeza, con más riqueza de sonido, con más sutileza de expresión y con más equilibrado canto en el Agitato, expresado con no precipitada pero genuina pasión. Hubo algunos de los acordes en los que no parecía posible sacar más sonido del magnífico Steinway que estaba sobre el escenario. Kissin desmintió la sensación: era posible y lo demostró, con un peso enorme sobre esos acordes, pero siempre, siempre, sin perder un ápice de su belleza. Tremenda culminación para un magnífico recital, coronado en una merecida apoteosis.
Rafael Ortega Basagoiti
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