MADRID / Anna Lucia Richter, gran señora en pequeñas formas
Madrid. Teatro de la Zarzuela. 20-V-2024. XXX Ciclo de Lied. Anna Lucia Richter, mezzosoprano, y Ammiel Bushakevitz, piano. Obras de Wolkenstein, Vogelweide, Bach, Haydn, Mozart, Schubert, Henzl, Mendelssohn, Schumann, Brahms, Wolf, Berg, Reimann, Rihm, Eisler y Weill.
Una suerte de brevísima historia de la canción ofreció este curioso recital, abierto con los trovadores medievales o Minnesänger, que llegó hasta el cabaret berlinés de entreguerras. Para ello hizo falta una figura como Anna Lucia Richter, que uniera su erudición como estudiosa y su solvencia técnica y musical como intérprete. En consecuencia, la velada constituyó una pequeña obra maestra.
En efecto, Richter es una mezzo lírica, con un órgano esmaltado que se expone por medio de una saneada emisión y al servicio de una musicalidad cuidadísima. Según cuadra, la dicción, imprescindible en este repertorio, se mantiene a lo largo de poéticas tan distintas como el arcaico y naïf decir trovadoresco, la estrofa clásica, la canción propiamente dicha de los románticos, el decadentismo y el expresionismo, opereta berlinesa incluida loansonlineusa. Hay que saber mucho para ganar este envite y Richter demostró poseerlo con auténtico señorío.
Así escuchamos las vocalizaciones algo orientales de la Edad Media, la franqueza escolar de ciertos clásicos, la balada romántica – impresionantes El enano y Margarita en la rueca de Schubert y El jinete de fuego de Wolf –, la sentimentalidad Biedermeier de Mendelssohn y su hermana Fanny, cierto deje de pasión reflexiva en Brahms, un inusitado melodismo en Reimann, el sensualismo decadente y climático del joven Berg, el desgarro expresionista de Rihm y Eisler para rematar con el desenfado gamberro, picante y cabaretero de Weill. Pocas veces nos es dable asistir a un recital de tamaño compromiso, una antología que se podría aplicar a toda una temporada, para salir convencidos de la excelencia imbatible de la cantante, quien contó con un pianista sembrado y culto a su altura, capaz incluso de empuñar la sanfoña y acompañarla en las páginas medievales.
Blas Matamoro