MADRID / Anderszewski, siempre grande
Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 14-III-2023. XXVIII Ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Piotr Anderszewski, piano. Obras de Bach, Szymanowski, Webern y Beethoven.
Son ya unos cuantos los recitales, y también unas cuantas las grabaciones, que quien esto firma ha tenido la ocasión de escuchar al pianista polaco Piotr Anderszewski (Varsovia, 1969). Quienes hayan leído alguna de mis reseñas anteriores sobre este artista (la última, de un espléndido recital bachiano en el Círculo de Bellas Artes, en febrero de 2021) no se extrañarán en absoluto si digo que no solo nunca ha decepcionado, sino que de hecho ha regalado veladas extraordinarias y evidenciado una categoría pianística y artística excepcional.
Anderszewski tiene medios técnicos sobrados para producir el discurso que quiere. Posee precisión mecánica, maneja el pedal con inteligente mesura y despliega una dinámica ancha, sabiamente graduada, con gran riqueza de colorido gracias a una pulsación de variado ataque, generadora de un sonido siempre lleno y hermoso, pero que se mueve con igual comodidad en los extremos de piano y forte. Todo ello lo pone al servicio de una idea musical sólidamente construida, que tiene la notable (y nada fácil) virtud de ser muy personal, pero al mismo tiempo respetuosa con el compositor y alejada de caprichos o extravagancias.
No es artista mediático y tampoco hace concesiones a la galería en sus programas. Le importa la seriedad de la propuesta antes que el brillo fácil. Incluso aunque esa escasa visibilidad mediática y esa nula tendencia a la programación efectista puedan influir en que el aforo quede apenas mediado, como ocurrió en esta ocasión. Que podamos lamentar esa circunstancia solo sirve para resaltar un mensaje posterior: peor para quienes no vinieron, porque se perdieron, sin lugar a duda, un excepcional recital pianístico. A ver si el personal aprende, porque este hombre no es nuevo en la plaza, ni mucho menos.
Decíamos que huye de la programación efectista. Y el programa elegido fue una vez más testimonio de ello: Sexta Partita de J.S. Bach, Mazurcas nº 3, 7, 8, 5 y 4 de su compatriota Szymanowski, Variaciones op. 27 de Webern y Sonata nº 31 op. 110 de Beethoven. Ni las Mazurcas de Szymanowski (compositor que con la excepción de Krystian Zimerman no cuenta con una legión de defensores en la élite pianística) ni las Variaciones de Webern son plato de todos los días.
Abrió fuego el polaco, con la iluminación atenuada à la Sokolov, con la última Partita bachiana. Lo hizo, como siempre que se acerca al Cantor, sin complejos clavecinísticos, muy consciente del gran cola que tenía en sus manos, y dispuesto a emplear todos sus recursos, pero con inteligencia, sin caer en la tentación de hacer Bach como si fuera Chaikovski. Desplegó virtuosismo, fantasía y exquisita claridad contrapuntística en la Toccata, dibujada con exquisita diferenciación dinámica. Planteó las danzas con acertadísimo dibujo rítmico, elegante e imaginativa pero nunca excesiva ornamentación en las repeticiones, y magnífica expresividad en todas ellas. A destacar la ligereza de pulsación en la movida Corrente, la emocionante expresión de una Sarabande de una extraordinaria delicadeza general, pero muy especial en la repetición de la segunda parte, o el brillante y nítido dibujo de la Gigue conclusiva, una obra maestra en forma fugada que, como tantas veces en el Cantor, utiliza en su segunda parte uno de sus recursos más queridos: la inversión.
Las Mazurcas de Szymanowski conservan, como es natural, ese ritmo sugerente, a veces casi ambiguo, del género, en el que dominan las de su compatriota Chopin, pero, en buena medida como las de este, son páginas que podríamos llamar traicioneras, porque en su aparente sencillez esconden múltiples recovecos expresivos que deben ser sacados a la luz. Dista de ser sencillo su lenguaje, por mucho que, escuchado el resultado de Anderszewski, pueda parecer lo contrario. Consiguió el polaco justamente eso: dibujar una expresión variada, siempre natural, matizadísima, ricamente contrastada, precisa en el dibujo rítmico y cerrada, en la última (la nº 4), con envidiable energía.
Y si no era fácil Szymanowski, lo es aún menos Webern, cuya compleja arquitectura no encuentra, por así decirlo, el regalo de llegar de manera directa incluso cuando esa arquitectura se desvela por el pianista con la sensibilidad, precisión y riqueza de expresión desplegadas por Anderszewski, desde el misterioso inicio a la exquisita evanescencia del final, maltratado por una tos de criminal persistencia y estentórea intensidad cuyo portador (o portadora) hubiera merecido, como poco, prisión mayor sin juicio, y eso siendo benevolente.
Inmutable, Anderszewski dejo desvanecer la última nota de Webern para empalmar, directamente, con la penúltima Sonata de Beethoven. Si, como señala Ana García Urcola en sus modélicas notas, el carácter introvertido y espartano de Webern se acentúa en esas variaciones, la op. 110 del gran sordo comienza con un Beethoven poético e interrogador, temperamental en su rotundo segundo tiempo, proclive al libre recitado que abre el tercero, y con un emotivo desgarro en ese impagable arioso dolente que, tras una primera aparición de la fuga, se obstina en volver, en un retorno que encuentra una conclusión exaltada cuando vuelve la fuga final que, como antes hiciera Bach en su Gigue, recurre a una inversión del tema para edificar un cierre de rotunda y exultante afirmación, un triunfo contundente y vitalista.
Anderszewski dibujó este singular y emocionante discurso beethoveniano, creo que uno de los más conseguidos de sus últimas sonatas, con una intensidad de expresión extraordinaria. Hubo en él todo lo descrito: emoción, interrogación, enérgica rebeldía, desolada tristeza, tenue esperanza, angustiado anhelo (qué extraordinaria diferenciación del retorno del arioso respecto a la primera exposición, como debe ser y como sin duda Beethoven pretendió) y perfecta respuesta a la indicación de Beethoven (poco a poco de nuevo viviente), en la fuga final, crecida sin respiro con un contagioso aliento vital. Una interpretación para el recuerdo.
El éxito, pese a lo mermado de la audiencia, fue muy grande y más que merecido. Y se vio recompensado con cuatro regalos, en los que tampoco hubo concesiones efectistas. Empezó con Bartók (3 canciones populares húngaras de Csik, Sz 35a), siguió con Bach (Preludio nº 12 del libro segundo del Clave bien temperado y una magistral lectura de la Sarabande de la Primera partita) y volvió a Beethoven, con una Bagatela op 126 nº 1 declamada con exquisito gusto y fantasía. Una maravilla de recital por un pianista realmente extraordinario, artista sensible e inteligente, que sigue en su pauta conocida. No solo no decepciona, sino que cada vez causa más y mejor admiración. Muy grande, Piotr Anderszewski.
Rafael Ortega Basagoiti