MADRID / Amena jornada coral a cargo de la ORCAM
Madrid. Auditorio Nacional. 13-V-2021. Sabina Puértolas, soprano; María José Montiel, mezzo; Airam Hernández, tenor; José Antonio López, barítono. Pequeños Cantores, Coro y Orquesta de la Comunidad de Madrid (ORCAM). Director: Víctor Pablo Pérez. Obras de Durán y Rossini.
El prolífico y avezado compositor gallego Juan Durán (Vigo, 1960) inauguraba con su destreza y sapiencia habituales esta sesión y lo hacía con Crisol, una composición encargo de la SGAE y la AEOS (Asociación Española de Orquestas Sinfónicas), muy fiel a su estilo biensonante, plena de recursos técnicos, bien organizada, planificada y dispuesta para ser aprendida, aprehendida e interpretada; como lo ha sido en este caso. En ella el autor funde armonías de las culturas cristiana, judía y musulmana, “su principal atractivo”, según él, es el de homogeneizar “en una sola voz las tres culturas que componen la historia religiosa de nuestro país, que se consigue creando tres momentos musicales definidos que culminan en un solo bloque sonoro”.
Clara Sánchez, en sus diáfanas y didácticas notas al programa —que pueden leerse en internet— nos habla de la conexión de la obra con la encíclica Fratelli tutti, en la que el Papa Francisco habla de paz y armonía. Algo que siempre, y más en este caso, persigue Durán, que deja oír el Cántico de las Criaturas de San Francisco de Asís y, en la misma onda, el Kadosh, canto de alabanza tradicional hebreo; y, no menos relevante, el Tala ‘al Badru’ Alayna, poema islámico. La habilidad del compositor es la de fusionar las tres culturas a partir de un amalgamiento de estilos: tonalidad, modalidad, empleo del ritmo. La pluma del músico crea y adapta, estiliza y embellece. Y, señala la comentarista, en un momento determinado, emplea un coral de la Pasión según San Mateo de Bach.
Las sutilezas, la amenidad de la escritura, muy bien dispuesta para el coro, asequible para la orquesta, fueron bien atendidas en la limpia y ajustada interpretación, que se inauguró muy quedamente con ese sugerente dibujo de la viola y la flauta sobre nota pedal. Luego entran suavemente otros solistas en una disposición verdaderamente seráfica, franciscana; hasta que surge el clima promovido por Kadosh (Santo). Poco a poco todo se abre e ilumina y asistimos a variadas intervenciones solistas, a pasajes danzables, a circunloquios cautivadores que hacen ameno el discurso y le conceden a veces un aire extrañamente cinematográfico.
Muy buena prestación de los Coros. El senior tuvo una de sus mejores actuaciones de la temporada movido por la mano diestra de Mireia Barrera, su directora para la ocasión, e impulsado por el gesto implacable y el mando flexible y sinuoso de Víctor Pablo, atento, sugerente, expresivo, musical y enérgico cuando la ocasión lo demandaba. Algo que es continuo en partitura tan bella, tan equilibrada, tan melódica y bien diseñada como la del Rossini sabio del Stabat Mater, composición madura, excelentemente escrita y preparada para el lucimiento de la voz pese a los avatares que concurrieron en su redacción y que no viene al caso explicar aquí. La música, melódica, bien trazada, viene constituida por introducción, arias para tenor, bajo, mezzo, soprano (con coro), dos cuartetos. un dueto, un coro y recitativo con los solistas y un finale fugado muy pomposo. En 2011 fue ya colocada en los mismos atriles en un concierto en el que concurría curiosamente la misma mezzosoprano de esta ocasión, María José Montiel, y que dirigía José Ramón Encinar.
Es muy lucido el solo de tenor, Cujus animan, que viene coronado por un Re bemol sobreagudo y que en este caso prácticamente solo apuntó Airam Hernández, un lírico-ligero de timbre grato, no muy lleno, fraseador fino y escaso volumen, que se atemperó y unió con inteligencia a los conjuntos. Magníficas, expresivas las dos féminas en el duetto Quis est homo, donde lucieron la voz límpida de Puértolas y el terso y sensual timbre de Montiel, que con el tiempo ha ensanchado su instrumento, encontrando bien estudiadas sonoridades graves, ahora más presentes que antaño. Excelente proyección la suya al La bemol agudo.
José Antonio López es un magnífico barítono, de timbre bien repujado, esmaltado, rico en armónicos, sonoro y oscuro; pero no es un bajo; tampoco un bajo-cantante, lo que privó de brillantez y de consistencia a su Pro peccatis suae gentis, por otro lado delineado de manera exquisita. El cuarteto Sancta Mater fue muy bien acentuado por la rectoría, bien modelado y modulado, con exquisito cierre en pianísimo. Entonada y lustrosa Montiel en la cavatina Fac, ut portem, suerte de berceuse, en donde la orquesta acentuó sutilmente los sforzandi. Se lució Puértolas en el Inflammatus, inaugurado por imponentes trombonazos. Puede que a su voz de lírico-ligera, dulce y bien emitida y colocada, le falte algo de cuerpo, pero cantó por derecho, muy expresivamente, y accedió sin problemas al Do 5.
Hermosa delineación del cuarteto a capela Quando corpus morietur, formidable andante en Sol menor, en donde las voces estuvieron bien combinadas, cuidadosamente arropadas. El director consiguió que todo estuviera en su sitio, que las armonías resplandecieran y que la afinación se mantuviera firme; incluso en la peligrosísima fuga del Amen y su correspondiente stretta, que discurrió sin tropiezos, briosa, precisa y rotunda. Y en el sombrío comienzo de la composición, que nace de las profundidades del arpegio de séptima disminuida. Éxito cierto por tanto.
Arturo Reverter