MADRID / Alto voltaje con Altinoglu, Kozhukhin y la Sinfónica de la Radio de Frankfurt
Madrid. Auditorio Nacional. Sala Sinfónica. Ibermúsica 22/23. 23-III-2023. Orquesta Sinfónica de la Radio de Frankfurt. Director: Alain Altinoglu. Solista: Denis Kozhukhin, piano. Obras de Debussy, Ravel y Rimski-Korsakov.
Volvía con Ibermúsica la Sinfónica de la Radio de Frankfurt, ausente en estos ciclos desde 1997, aunque de mano de su anterior titular, el colombiano Andrés Orozco-Estrada (ahora, inexplicablemente para quien esto firma, sin orquesta, tras su salida abrupta de la Sinfónica de Viena), visitó Madrid justo antes del cierre pandémico, en aquella ocasión en el ciclo de La Filarmónica. La orquesta, que se encuentra a pocos pasos (apenas 6 años) de ser centenaria, pasa por ser una de las mejores formaciones de radio del mundo (con la de Baviera, que también visitó recientemente el ciclo de Ibermúsica, instalada en otra liga, la de las mejores formaciones del planeta, más allá del origen radiofónico).
La visita de esta ocasión ha estado presidida por el actual titular, el francés Alain Altinoglu (París, 1975), que ejerce el puesto desde la temporada pasada, y que ha visitado podios de las primeras formaciones mundiales, como las Filarmónicas de Berlín y Viena, Concertgebouw, o las Sinfónicas de Boston, Londres y Chicago entre otras. Altinoglu efectuaba así su debut en el ciclo de Ibermúsica. No era el caso del solista de la ocasión, el ruso Denis Kozhukhin (Nizhny Novgorod, 1986), ganador en 2010 del prestigioso concurso Reina Elizabeth, que actuó ya en los ciclos de Ibermúsica en 2018.
El programa se centró en el repertorio francés, territorio sin duda bien conocido por el maestro, con el Preludio a la siesta de un fauno de Debussy y el Concierto para piano en sol mayor de Ravel, para ocupar la segunda parte con la archiconocida suite Sheherazade de Rimski-Korsakov.
Altinoglu se reveló como un maestro sensible y de bien armado criterio, de los que tiene control pero deja también a sus músicos cierta libertad de acción. Ni siquiera marcó al solista de flauta el inicio del sugerente Preludio a la siesta de un fauno, una de las mejores piezas orquestales de Debussy. Simplemente le dejó hacer, y solo comenzó a marcar cuando se incorporaron otros músicos después de ese inicio, que el flautista de la orquesta germana dibujó con estupenda evanescencia. Pese a algún pequeño roce poco después en las trompas, que en cambio respondieron muy bien en el tramo final de la obra, brilló la orquesta, con estupendos solistas de clarinete y oboe y redondo y hermoso sonido de la cuerda. No hay duda de que Altinoglu vive con intensidad la música. Se mueve inquieto y atento en el podio. El gesto es más expresivo de la intención que claro en indicación de compás o entrada, al menos en la música escuchada hoy. Pero maneja con inteligencia dinámicas y planos, dibuja con cuidada atención inflexiones y respiraciones, y construye así un discurso siempre sentido e intenso. Y aunque sus indicaciones no parecen el paradigma de la nitidez, consigue una respuesta de admirable empaste. El Preludio debussyano tuvo encanto evocador suficiente y sonoridad de plausible delicadeza cuando se requirió.
El Concierto en sol de Ravel nos lleva a mundos completamente diferentes. De esa sugerente, casi hipnótica evocación de Debussy, pasamos a una pieza llena de vitalidad, sonrisa, desenfado y, como su autor pretendía, diversión. Diversión exultante de principio a fin, sin apenas respiro, apenas en el segundo movimiento, que no deja de sonreír con encanto, aunque de manera más tranquila. Música que va como anillo al dedo al nervio vitalista del maestro francés, que puso todo el voltaje rítmico en un acompañamiento vibrante para el solista ruso Denis Kozhukhin, que a su vez demostró de nuevo su excelente nivel.
Como se apreció en ocasiones anteriores, el sonido del ruso es bello y tiene presencia suficiente, aunque no deslumbra por ello. Matiza estupendamente y maneja con general mesura el pedal, sobrepasando solo ocasionalmente ese equilibrio. Tradujo de manera apolínea y con impecable impulso la trepidante partitura, con buenas dosis de desparpajo y fantasía, muy conseguida realización de las resonancias jazzísticas de la música, y envidiable intensidad, conectando muy bien con la batuta en una lectura en la que brilló de manera destacada la energía rítmica.
Si las cualidades de agilidad, ritmo y energía brillaron en los tiempos extremos, las de la más delicada y sutil expresión lo hicieron en un magnífico adagio assai, interpretado en su comienzo con una emocionante y delicada nostalgia, que por momentos parecía conectar con los mundos ensoñadores de Satie. El Presto final tuvo toda la vibración que puede esperarse, tanto en el piano como en la orquesta, con enérgicas y brillantes prestaciones del viento y la percusión. El final trepidante fue recibido por el público con justificado alborozo, y Kozhukhin consiguió el milagro del atento y cuidado silencio con el encanto de una magistral interpretación, llena de recogimiento y emoción, de esa sencilla pero bellísima miniatura de Chaikovski titulada En la iglesia, de su Álbum de la juventud, op 39.
Altinoglu afrontó la conocida Scheherazade de Rimski-Korsakov con una inequívoca intención de lo que parece su modo habitual: interpretación enérgica, afirmativa, de alto voltaje, con tendencia a los tempi muy vivos, y con bastante libertad para los diversos solistas en los pasajes en que, evidentemente, la música reclama esa fantasía. De lo primero no cupo duda desde el rotundo principio, en el que incluso pudo haber cierto exceso de volumen en los metales, que taparon bastante el discurso de la cuerda. Sobre lo segundo, bastó comprobar los varios solos del concertino (creo que Ulrich Edelmann, excelente toda la tarde) y los de chelo, clarinete, flauta, fagot y oboe, para observar hasta qué punto Altinoglu daba rienda suelta para que desplegaran todo el encanto de su floreada escritura.
Tuvo el primer movimiento buen carácter de efusiva evocación y decidida afirmación. El segundo, bien entendida fantasía y levedad, con un final brillante y animado. El tercero llegó con buenas dosis de expresión lírica, con mención especial para los solistas de flauta y clarinete, este especialmente lucido en el comienzo del pasaje pochissimo più mosso. El cuarto, en fin, tuvo dosis sobradas de alta tensión, con las indicaciones Allegro molto o vivo llevadas al extremo, en una velocidad que exigió de la orquesta, especialmente de la cuerda, el máximo de agilidad en la realización de los pasajes de semifusas a velocidad vertiginosa, llevados al límite mismo en el que la claridad peligra (y de hecho hubiera quedado mermada con una cuerda menos precisa en la agilidad que esta). Logró Altinoglu la intensidad buscada ofreciendo unos contrastes generosos (el tranquilo y hermoso final quedó admirablemente dibujado, con una nueva y brillante intervención de Edelmann, extremadamente preciso en los siempre comprometidos y reiterados ascensos a los armónicos agudos). Cierre desvanecido para una interpretación vibrante, intensa pero también sensible y rica en colorido narrativo.
Como la orquesta respondió estupendamente a esa intensidad demandada desde el podio, el éxito estaba más que cantado. Y así fue. Tras reconocer individualmente la excelente labor de los diferentes solistas y de la orquesta en general, llegó la propina: la Obertura de Ruslán y Liudmila de Glinka. A ella nos referimos hace bien poco en este mismo ciclo, con ocasión de la actuación de la Sinfónica de Amberes. Comenté entonces, cuando la obertura abría el programa, que la escritura virtuosista de la cuerda hacía que muchas veces fuera utilizada como propina. Voilà. Apenas un mes después, Altinoglu, de nuevo con un nervio y trepidación sin concesiones, ofreció una lectura espectacular de la partitura del ruso. Lectura que, aparte de confirmar lo eléctrico del carácter del maestro francés, sirvió para mostrar también la diferencia que hay entre una orquesta aceptable (la belga) y una formación de primera como la de Frankfurt, por cuya titularidad han desfilado maestros como Rosbaud, Inbal o Paavo Järvi, además del ya mencionado Orozco-Estrada. Un excelente concierto para esta nueva y bienvenida visita de la orquesta germana.
Rafael Ortega Basagoiti
[Fotos: Rafa Martín / Ibermúsica]