MADRID / Moisés P. Sánchez & Ignacio Prego: alquimia isabelina tridimensional
Madrid. Auditorio Conde-Duque. 29-IV-2022. A Nigth with John Dee. Ignacio Prego, clave, piano e idea original. Moisés P. Sánchez, piano, sintetizadores y arreglos. Cristina Mora, voz. Obras de Bull, Byrd, Tallis, Farnaby y Dowland.
Nos citaron a pasar una noche con John Dee, el famoso matemático y astrólogo de la época isabelina, aunque convocado esta vez más por su condición de amante de las ciencias ocultas y esotéricas. Se anunciaba, por tanto, una velada mágica, impredecible, atravesada por sonidos y silencios de otro mundo. En el corazón del escenario se abrazaban dos pianos y un clave, esto es, un aquelarre de teclados con mil direcciones, las de ayer y las de mañana, de éste y otros mundos. Frente a ellos, dos gigantes de la música barroca y el jazz, un Brad Mehldau de la música barroca, Ignacio Prego, y un Jean Rondeau del jazz, Moisés P. Sánchez. Juntos recogieron el reto que se les trasladó desde el Centro de Cultura Contemporánea en formato de encargo, que más bien fue una carta en blanco. Y en su determinación más inmediata estuvo siempre la construcción de metáforas musicales isabelinas de finales del siglo XVI, y recreaciones específicas de las músicas de autores como John Bull, William Byrd, Thomas Tallis, Giles Farnaby o John Dowland. El estreno tuvo lugar el 29 de abril en el Auditorio Conde-Duque, en una velada que efectivamente acabó siendo mágica.
Son dos compositores e intérpretes con universos musicales distintos y, sin embargo, conectados a una misma sensibilidad artística, aquella que no renuncia a nada y se instala ante el hallazgo. Es por ello por lo que a Prego y Sánchez la buena música no les sea suficiente, pues viven en ella, sino que de un modo u otro siempre buscan otra manera de entender el mundo, cuestionando lo incuestionable, pues, como John Dee, saben que hay muchas vidas; sólo hay que buscarlas y el éxito no depende de si se encuentran, sino de emplazarse en el interrogante permanente. La certeza es una falsedad, o, dicho de otra forma, la pregunta es la respuesta. Luego, a nadie se le escapa que son dos intérpretes que colocan su virtuosismo instrumental al servicio de la emoción desnuda, ya sea inédita o conocida, pues en sus teclados todo suena, si no nuevo, apasionadamente distinto.
Prego es el músico menos barroco que conocemos y Sánchez el menos jazzista. Confesaron que el proyecto les aportó un proceso de aprendizaje denso, pero dichoso. En el umbral de su recital sus teclados parecían medirse individualmente, uno entregado al contrapunto, el otro al blues, Debussy y Bartók. La pareja se “respetó” en el saludo inicial del In Nomine de John Bull, para inmediatamente después, con dos prodigiosas interpretaciones del Walsingham y el Miserere de William Byrd acabar en un solo abrazo musical. Las armonías caían en cascada y las improvisaciones se sucedían desde las dos esquinas del escenario, reinventando música antigua, inyectándole sangre nueva a las partituras quietas. Todo era uno y uno era todo. En el medio de la velada le llegó el turno a John Dowland, del que tomaron su Pavana Lachrymae y una composición con letra, Come Again, que liberó la magia vocal de una cantante también con muchas músicas en la voz, Cristina Mora. La felicidad se rozaba,
Prego se repartía entre el clave y un media cola, mientras que Sánchez hacía lo propio entre el piano y un pequeño andamiaje de artilugios electrónicos que le daban precisa contemporaneidad al lejano material. Cayeron piezas de Tallis (Felix Namque), Byrd (Ut Re Mi Fa Sol La) y Farnaby; de este último, ya en la recta final del concierto, tomaron The Old Spagnoletta, que remataron con Alfonsina y el mar, en lo que fue probablemente uno de los momentos más emocionantes. En ese instante a una le pareció incluso ver a Alfonsina Storni en la platea, y entonces lo entendimos todo: Ignacio Prego y Moisés P. Sánchez plantean un viaje musical sin limitaciones temporales ni físicas, descubriéndonos los mundos paralelos que existen a nuestro alrededor, una realidad sonora e intelectual en tres dimensiones, vaya. Lo hacían sencillo, pero, diablos, su propuesta creativa fue un alarde de profundidad y complejidad musical.
“Creemos hemos planteado demasiada música”, decían los dos con acierto y humor. Y, efectivamente, así fue. Se despidieron con una magistral versión de la ya de por sí hermosa My Foolish Heart, una pieza de museo del catálogo imperecedero del jazz. Pero para entonces ya nos habíamos deshecho de toda suerte de etiquetas, pues se constataba habíamos asistido a una música y a una emoción tridimensionales. Una noche grande, monumental, a la que luego tardamos en poner sueño, por tanta adrenalina musical. Y por tanta felicidad.
Nuria Sanz