MADRID / Alondra de la Parra y la OCNE: contagiosa vitalidad

Madrid. Auditorio Nacional. Temporada de la OCNE. Directora: Alondra de la Parra. Obras de Revueltas, Milhaud y Copland.
Cuando un músico lleva algo muy dentro de sí mismo, cuando está fuertemente conectado con unas obras o un repertorio concreto, y cuando en su carácter anidan la convicción y la determinación, el oyente lo percibe de inmediato. Alondra de la Parra (Nueva York, 1980) es una mujer de sólidas convicciones, tiene las ideas muy claras, una formación de amplio espectro que incluye lo instrumental (piano, violonchelo), lo escénico (danza) y, naturalmente, lo propio de la dirección orquestal, y sabe perfectamente, como expresó a quien esto firma en la entrevista que mantuve con ella el jueves y que saldrá en el número de SCHERZO de junio, con qué músicas conecta mejor.
De la Parra es de una expresividad inmediata en su gesto, en su mirada, aunque esta vez mermada su expresión facial (de cristalina claridad, por demás) por la obligación de la mascarilla. Diáfanas, inequívocas indicaciones, con la mano derecha firme marcadora, y la izquierda más dedicada a acentos, planos o expresiones, con una técnica más de brazo que de muñeca (esa muñeca que tanto utilizaba Maazel), pero siempre clara, cercana y comunicativa (como es ella misma, por otra parte).
No había más que hablar con ella para contagiarse del entusiasmo con que se expresaba sobre el programa que iba a protagonizar su segunda visita a la Orquesta Nacional (la primera fue en 2019), y era fácil adivinar que ese contagio (la capacidad que la mexicana tiene de llevar su entusiasmo y sus convicciones a quien la escucha o a los músicos que trabajan con ella es tan evidente como asombrosa) iba a reproducirse en los conciertos.
El programa, como ella misma comentaba, tenía una narrativa de las que le gustan. El Homenaje a García Lorca de Silvestre Revueltas, partitura generada en 1936, poco después del asesinato del poeta. De la Parra me comentaba el otro día: “Es Revueltas inspiradísimo por Lorca, devastado por su asesinato, deseando compartir sus ideales republicanos”. Mini poema sinfónico en tres movimientos, curiosamente sin violas, violonchelos ni fagots, la directora mexicana nos llevó exactamente a esa música de raíces populares, pero no folclórica, con tintes a menudo tristes y ominosos (espeluznante el segundo movimiento, con un estremecedor pianissimo inicial del solista de trompeta -extraordinario toda la noche- y la escueta sección de violines) pero con envidiable colorido rítmico final. Intensa y emotiva la interpretación de la maestra mexicana.
No es especialmente habitual por estos lares la Primavera Apalache de Aaron Copland, compuesta apenas 7-8 años después, y también en medio de otra conflagración bélica (la Segunda Guerra Mundial), interpretada aquí como Suite para orquesta completa del ballet escrito para la bailarina Martha Graham. Copland destacó, tras recibir la idea de la bailarina, que el ballet tendría su raíz en “el espíritu pionero americano, la juventud y la primavera, el optimismo y la esperanza”. Los pioneros en Pensilvania, sí, y como destacaba de la Parra el jueves, las canciones shaker, muy concretamente el himno Simple Gifts, utilizado de forma explícita por el compositor. La partitura, en ocho secciones que se interpretan sin interrupción, transita desde la misteriosa calma inicial hasta la exultante vitalidad de las secciones segunda y quinta, para terminar en un desvanecido retorno a la calma inicial. Tiene los contrastes, colorido instrumental y variedad rítmica tan propios de Copland. Elementos todos ellos con los que de la Parra se encuentra como pez en el agua.
No puede extrañar que, tras ese tranquilo inicio, se disparara el ritmo en la segunda sección, donde ya fue evidente que la mexicana saca en cuanto hay ocasión lo mejor de la bailarina (ya dijimos que estudió ballet) que lleva muy dentro. Imposible no impregnarse de la energía y contagiosa con la que dibuja ritmos y acentos. Pero a la vez, exquisita sensibilidad y cuidadísimo matiz para la sección más tranquila que venía a continuación. Una muestra de lo que directora y músicos nos ofrecieron a lo largo de toda la tarde: ritmo, colorido, sensibilidad, intensidad expresiva, vitalidad contagiosa, cuidada traducción de la nostalgia y la tristeza.
La traca final vino de la colorista pantomima que es el ballet El buey sobre el tejado de Darius Milhaud, estrenado en 1920 y que constituye un homenaje-fusión a los ritmos brasileños que había conocido durante su estancia en Brasil poco antes. El informal rondó tiene un estribillo tan pegadizo como lleno de humor en la respuesta disonante protagonizada inicialmente por flauta y oboe (y más tarde variada por otros instrumentos), y toda la partitura se mueve continuamente en esa riqueza rítmica irresistible de Brasil, adornada aquí por una instrumentación brillante, variada e imaginativa, que extrae todo el sonriente partido a una música de envidiable calidez.
De la Parra construyó una interpretación que tenía grandes dosis de lo que una música como esta debe tener: diversión, sonrisa y buen humor. Se lo pasó en grande la mexicana, se lo pasaron en grande los músicos, y se lo pasó en grande el público, como no podía ser menos. La Nacional respondió con entusiasmo y brillantez en todas sus secciones. Mención especial para el estupendo concertino Colom y para los solistas, magníficos toda la tarde, de viento, tanto metales (ya se habló del formidable trompeta, pero sobresalientes igualmente trompa, trombones y tuba) como madera (exquisitos flauta, oboe, clarinete y fagot). En suma, estupendo concierto, con una magnífica directora que sabe muy bien lo que hace mejor, y que gobernó a una excelente Orquesta Nacional con un magnetismo y carisma envidiables. Bendita contagiosa vitalidad.
Rafael Ortega Basagoiti