MADRID / Aapo Häkkinen: Grandes Couperin desde el Norte

Madrid. Fundación Juan March. 25-I-2020. Aapo Häkkinen, clave. Obras para clave de Louis Couperin, François Couperin y Gervais-François Couperin.
Este segundo hito en el miniciclo que la Fundación Juan March está dedicando a la familia Couperin (Los Couperin al clave) ha constituido una gratísima sorpresa, al permitirnos comprobar la profesionalidad y enorme musicalidad del clavecinista finlandés Aapo Häkkinen, a quien teníamos más asociado a J.S. Bach. Sin embargo, a pesar de las muy peculiares exigencias del estilo –o, por mejor decir, los estilos– del clave barroco francés, superó con mucho las expectativas en un repertorio que a muchos se les escapa indefectiblemente.
La parte del león estuvo dedicada al patriarca de la familia, Louis (1626-1661), el gran exponente de la segunda generación de clavecinistas franceses. Articuló el intérprete tres suites extraídas del manuscrito Bauyn (como es bien sabido, la obra para tecla de Louis Couperin aparece desperdigada en varios manuscritos que presentan las piezas sueltas, sin ubicarlas en suites, siendo tarea del intérprete ordenarlas a su criterio) en Fa mayor, en Do menor y en Re mayor. Exhibió en todas ellas una extraordinaria comprensión de la entraña musical, con un manejo experto de la constante ornamentación. Unos tempos muy bien escogidos –aunque se habría agradecido algo más de morosidad en las preciosas zarabandas, para mejor paladeo de la música–, con sensibles y solemnes alemandas y vivaces correntes, gallardas y gigas. La Suite en Fa mayor concluyó con la más célebre composición del veterano Couperin, el Tombeau de Mr. de Blancrocher, una de las piezas maestras del género, cuya tonalidad es algo único dentro del mundo los tombeaux. Aquí todo fue un alarde de sensibilidad, aunque tal vez no subrayó suficientemente la escala que representa la caída de las escaleras que terminó con la vida del célebre laudista. En todo caso, una lectura magnífica.
Como interludio interpretó el Rondó en Re mayor de Grervais-François (1759-1826), último representante de la saga. La verdad es que comparado con sus mayores no deja de ser un músico muy menor, que aquí hizo una piececita de exhibición en la que Häkkinen dio buena muestra de su excelente técnica.
El recital concluyó con el Vigésimo séptimo orden de François le grand (1668-1733). Incluido en su cuarto y último libro (1728), se trata del orden –así quiso el compositor llamar a sus suites o series de piezas para clave– que concluye la vida compositiva del autor, quien falleció cinco años más tarde. En la época de su publicación François estaba ya aquejado por la enfermedad, que le produjo grandes padecimientos. Está claro que sabía que esta música sería la última que publicaría y que probablemente compondría – de hecho, no tenemos pruebas de que volviera a componer–. Se trata, por tanto, de un auténtico testamento musical, que se inicia con el orden anterior o incluso con el vigésimo quinto, que incluye la obra maestra que es Les ombres errantes. Escrita en la dolorosa tonalidad de Si menor, las cuatro piezas que la componen están transidas de amargura y resignación. Häkkinen las ha entendido muy bien y plasmó una versión excelente, con un momento –Les Pavots– absolutamente excepcional, que hizo contener la respiración al personal. Algún fallo técnico en la segunda parte de Les Chinois no empañó una lectura notabilísima, con un Saillie (pieza conclusiva) que, por una vez, respeta el tempo descrito por Couperin –Vivement–. ¿Por qué se despidió François con una composición breve, intrincada y juguetona, en la que, no obstante la tonalidad, no hay atisbo de melancolía o amargura? Nunca lo sabremos, pero de nuevo el finlandés supo plasmarla con magisterio, con un abrupto final que casa a la perfección.
Por lo demás, nunca podremos alabar suficientemente la espléndida copia del Ruckers-Taskin (1646-1780) del Museo de la Música de París debida a Keith Hill y depositada en préstamo en la sede de la Fundación Juan March por Yago Mahúgo. En esta ocasión, sonó como nunca.