Lupu y Angelich, recuerdo para siempre
Quienes asistimos, el 6 de abril de 2010, al recital del rumano Radu Lupu (1945-2022) en el Ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo, en la tercera de sus cinco presencias en el ciclo, tardaremos mucho tiempo en olvidar su formidable, estremecedora traducción de esa obra impregnada de sentida, tierna y emotiva tristeza que es la casi impresionista En la niebla de Janácek. El resto del recital fue también magnífico (Appassionata de Beethoven y última sonata de Schubert).
La obra de Janácek le iba a Lupu como anillo al dedo. Pianista sencillo, discreto, alejado de aparato, usuario de silla con respaldo en lugar de la tradicional banqueta, generador de una sonoridad bellísima, exquisita, refinada, sugerente, elemento fundamental de un discurso musical de magnética intensidad y pétrea consistencia, pero que deslumbraba desde la expresión mucho más que desde un brillante virtuosismo. Por más que este también estuviera presente, el siempre discreto rumano no hacía por evidenciarlo. Casi, más bien, al contrario.
Discípulo, como Richter y Gilels, de Heinrich Neuhaus, ganador de concursos internacionales de la mayor relevancia (Van Cliburn en 1966, Enescu en 1967, Leeds en 1969), sus interpretaciones de muchos autores, pero especialmente de Schubert, Schumann o Brahms, se hicieron justamente célebres. Pianista de pianistas antes que gran figura mediática, el rumano fue admirado, con toda razón, por una pléyade de colegas, desde Uchida a Schiff, pasando por Lugansky, Ax, Barenboim, Pires o Trifonov. Dice el refrán que cuando el río suena, agua lleva. Y cuando alguien es capaz de despertar tan universal admiración, es por algo. Lupu conseguía dotar a sus interpretaciones de un aura especial, posiblemente desde ese sonido casi mágico que era capaz de generar.
Su salud dio alguna señal de alarma ya en 2008, cuando tuvo que suspender a la mitad un recital. Aunque en aquel recital de 2010 nos cortó la respiración y aún nos regalaría otro magnífico dos años después (Franck Preludio, Coral y Fuga, Schubert Sonata D 894 e Impromptus D 935), su última visita (2018) nos entristeció a muchos. Con evidentes problemas físicos, un mermado Lupu apenas pudo sacar lo mejor de su arte y sonido en otro monográfico schubertiano más (Momentos musicales, Sonatas D 784 y 959), donde, pese al visible y triste deterioro, aún pudo asomar en algunos momentos esa inefable maestría, ese sonido que en sí mismo era cautivador y portador de una expresión única. Se retiraría definitivamente de la escena el año siguiente, y el domingo 17 de abril pasado fallecía en Suiza tras esa larga enfermedad.
Sirvan estos dos enlaces como sentido recuerdo a un artista inolvidable. El primero es el de un recital celebrado en Reggio Emilia unos meses antes de aquella inolvidable visita madrileña (17 de octubre de 2009), con idéntico programa y con un regalo también maravilloso: el Intermezzo op. 118 nº 2 de Brahms. La grabación es, obviamente, “extraoficial”, pero se escucha razonablemente bien:
El segundo enlace pasa por ser, para quien esto firma, una de las mejores interpretaciones que se han hecho de la Fantasía D. 940 para piano a cuatro manos de Schubert, con Murray Perahia (1945, también alejado hace tiempo de los escenarios por problemas de salud):
Descanse en paz el gran Radu Lupu. Se prodigaba poco y permanecía intencionadamente alejado del relumbrón. Pero era un enorme pianista y un artista de colosal dimensión. Nos queda su legado discográfico para recordar siempre lo maravillosas e inspiradoras que son sus interpretaciones.
Cuando aún estábamos bajo la congoja del fallecimiento de Lupu, y con la preocupación por la salud de Barenboim en el trasfondo, nos golpeaba una noticia, si cabe, aún más trágica por ser algo desgraciadamente prematuro. El 18 de abril nos dejaba, a los 51 años, víctima de una enfermedad degenerativa pulmonar que le afectaba desde el pasado año, el pianista estadounidense —formado y afincado en Francia— Nicholas Angelich (1970-2022). Angelich, discípulo de Ciccolini, Beroff e Yvonne Loriod, más tarde también recibiría clases de ese otro grande llamado Leon Fleisher, cuyo deceso lamentábamos en plena pandemia hace un par de años.
Angelich, que visitó el Ciclo de Grandes Intérpretes en 2009 (Haydn, Bach y Schumann), me había causado una magnífica impresión cuando escuché su extraordinaria interpretación de los Años de peregrinación de Liszt (Mirare, 2003). La impresión se vio ratificada en aquel recital y en grabaciones posteriores (los estupendos conciertos de Brahms con Paavo Järvi, las últimas piezas para piano, los tríos con los hermanos Capuçon o su más reciente grabación dedicada a Prokofiev). Angelich, de un físico tan imponente que parece ahora mentira que haya sucumbido tan pronto, era un artista extraordinario, un pianista de formidables medios técnicos siempre puestos al servicio de un discurso musical fluido, sólidamente construido y de una formidable intensidad expresiva.
Quienes le conocieron personalmente dan testimonio de un carácter afable y encantador. Lo era, sin duda, la sonrisa que tan a menudo lucía. Todas las muertes son trágicas, pero esta de Angelich es devastadoramente prematura, y nos priva, demasiado pronto, de uno de los mejores pianistas que teníamos en la actualidad. Sirva también este enlace para recordar a quien probablemente era uno de los mejores intérpretes brahmsianos de la actualidad: el Primer concierto para piano de Brahms por Angelich con la Orquesta de París, dirigida por Paavo Järvi:
Descanse en paz este gran pianista estadounidense.
Rafael Ortega Basagoiti
[Fotos: Rafa Martín / Ciclo de Grandes Intérpretes]