Luis Izquierdo, maestro incomparable
Con el alma húmeda de dolor, el escribidor no sabe por dónde ni cómo comenzar este herido obituario sobre Luis Izquierdo, el director de orquesta, pianista, catedrático y dinamizador de la vida musical sevillana y española durante décadas. Luis, el maestro Izquierdo, que llevaba años inmerso en el alzhéimer, se ha ido plácidamente, rodeado del afecto de los suyos, que fueron y son tantos: Ángeles Rentería, su esposa y compañera en la música y en la vida, y sus hijos, entre ellos el violinista Wolfgang Izquierdo, y el afinador y técnico de pianos David Izquierdo.
Nacido en La Coruña, en 1931, los espacios limitados, primero del teclado y luego del podio, devinieron insuficientes para albergar su inagotable imaginación musical. Con su muerte, el mundo musical español pierde a uno de sus personajes más lúcidos, avanzados, dinámicos e incomparables de la segunda mitad del siglo XX. Luis, amigo, maestro , guía y compañero de mil iniciativas, fue un emprendedor nato, que inventó e imaginó incontables aventuras musicales, desde los Mayos musicales hispalenses al Festival Ibérico de Música de Badajoz, o ciclos específicos dedicados a los más diversos géneros y estilos.
Había llegado a Sevilla en 1962, tras obtener una cátedra de piano en el Conservatorio Superior, que dirigía entonces Norberto Almandoz, con el compositor Manuel Castillo como subdirector. Luis Izquierdo, como Mariles —Ángeles Rentería— llegaron a la ciudad de Turina tras obtener sendas cátedras de piano. Ambos habían estudiado con José Cubiles, en el Conservatorio de Madrid, y luego en Viena, Mariles con Hans Graf y Luis dirección de orquesta con Hans Swarowski. Luego se marcharon a Salzburgo, donde completó sus estudios de dirección con Gerhard Wimberger. Allí, en la ciudad de Mozart, nació su primogénito, el hoy violinista Wolfgang Izquierdo Rentería, bautizado, claro, con el nombre del más ilustre salzburgués.
Pero antes que director de orquesta, Luis había sido un sobresaliente pianista, alumno destacado de Cubiles, en cuya cátedra de virtuosismo compartió aula con Joaquín Achúcarro, Cristina Bruno, Carlos Calamita, Manuel Carra, Guillermo González, Félix Lavilla, Julián López Gimeno, Jacinto Matute, Marisa Montiel, María Orán, el jovencísimo Rafael Orozco, Rafael Quero, Luis Rego, Rogelio Rodríguez Gavilanes o Miguel Zanetti. Fue allí, en la cátedra de Cubiles, donde también coincidió y conoció a la sevillana Ángeles Rentería, con la que pronto se casarían y emprenderían una apasionante vida, siempre juntos, con recaladas en Viena, Salzburgo, Sevilla y Madrid.
Coruñés de pro, marchó muy joven a Madrid, donde obtuvo pronto el Premio Extraordinario y el Primer Premio de Virtuosismo de Piano. Fue un estupendo pianista. Recuerdo bien las palabras siempre elogiosas de Esteban Sánchez, alumno de la ‘rival’ de Cubiles, la malagueña Julia Parody: “Ni te imaginas lo talentoso y bien que tocaba Luis el piano”. Pero, igual que el podio, el universo del teclado se antojaba limitado para sus plurales ambiciones artísticas. Entre 1952 y 1959 fue profesor de acompañamiento en la cátedra de su admirado maestro Gerardo Gombau. Estudió también con Francisco Calés, Victorino Echevarría y Julio Gómez. Es la época en la que comenzó sus pinitos profesionales como pianista y director de coro.
Cuando en 1962 desembarcó en Sevilla, la capital hispalense era un páramo musical. Asumió la dirección de la Orquesta Filarmónica de Sevilla y resucitó la legendaria Orquesta Bética de Cámara. En 1976 la Filarmónica de Sevilla pasó, bajo su tutela, a ser la Orquesta Bética Filarmónica. Con esta orquesta, y con el empuje de la Caja de Ahorros de San Fernando —de cuya Obra Cultural era asesor musical en los tiempos gloriosos de Manuel Rodríguez-Buzón— desarrolló una ingente labor. Promovió infinidad de estrenos y encargos a los compositores españoles de la época; creó una base sinfónica inédita hasta entonces —legendario fue su ciclo integral de las sinfonías de Beethoven—, y llevó a Sevilla lo más granado y novedoso de la música internacional. Los solistas y repertorios que desfilaron entonces por el escenario del Teatro Lope de Vega podrían ser modelo para las muy conservadoras programaciones sinfónicas actuales.
Sus ciclos de música contemporánea enmarcaron incontables estrenos y primeras audiciones. Un ejemplo. Pero Sevilla, conservadora y siempre ensimismada en sus tradiciones y encantos, nunca llegó a entender la dimensión avanzada y vanguardista de Luis. Quizá tampoco las formas. Finalmente, con su inseparable Mariles —en el conservatorio, casi todos andábamos medio enamoradillos de ella, tan guapa, tan buena pianista y profesora, tan sevillana y fascinante; Mariles era como una Clara Schumann de carne y hueso— y sus seis hijos cogió los bártulos, cerró su inolvidable chalet de la urbanización Colina Blanca y desanduvo el camino a Madrid para volver a ejercer como catedrático de piano. El círculo casi se cerró.
Sevilla, sin enterarse, se quedó huérfana de su máximo dinamizador musical. Luego, sí, se creó la Sinfónica de Sevilla, se inauguró el Teatro Maestranza, llegó la Expo-92… Incluso siguió dirigiendo el Misere de Eslava todos los años en la catedral hispalense con la nueva y plurinacional Sinfónica de Sevilla… Pero eso fue otra historia. Harina de otro costal. Tiempo más espectacular y ostentoso. Menos cutre y más de cartón piedra. Castillos de arena pese a los cimientos construidos tan laboriosamente por Luis Izquierdo y pocos más. En aquella época hoy remota, Luis se plantaba en cualquier sitio para llevar todo tipo de músicas. En Almonte, la capital rociera por antonomasia, se presentó con un programa con obras de sus amigos Carmelo Bernaola, Antón García Abril, Cristóbal Halffter y Tomás Marco. ¡Así era Luis Izquierdo!
Hoy, tras una vida plena llena de acontecimientos y logros, Luis Izquierdo González, baluarte de contemporaneidad, distinguido con la Encomienda de Alfonso X el Sabio y Académico de la Real de Santa Isabel de Hungría de Sevilla, nos ha dejado. Pero su recuerdo se mantiene bien vivo y latente en todos los que le admiramos, quisimos y disfrutamos de sus saberes, alegrías, inteligencia y buen hacer. Un beso enorme, Mariles, a ti y a todos los Izquierdo Rentería, incluida, ¡cómo no!, nuestra eterna “Pincho”. Igual andan por ahí tocando alguna nueva sonata para oboe.
Justo Romero