‘Los seis círculos de San Petersburgo’: amor y muerte con músicas de la ciudad de Pedro
AURORA MATEOS:
Los seis círculos de San Petersburgo. PLAZA & JANÉS, febrero de 2023. 570 páginas.
Este importante libro, excelente novela, tiene una dimensión thriller que es la que se destaca en los medios. Cabe otro enfoque, pero de momento tal dimensión puede consultarse aquí:
El thriller sostiene y mantiene la secuencia, los círculos se refieren tanto al mapa de la ciudad como a los halos de una Virgen en un icono, y más signos y símbolos. El contenido es no solo interesante, sino absorbente. Es un contenido rico. Documentado, desde luego, y esa documentación la posee la autora desde mucho antes de plantearse escribir y describir este San Petersburgo. Ahorita lo vemos.
Hay un decorado, un paisaje, la ciudad de Pedro, San Petersburgo, la que mira a Europa, al contrario que Moscú. Es un decorado en que habitar, que se visita si vienes de fuera, y que te abduce si vienes de fuera. Es, además y en todo momento, una ciudad musical. Esos músicos son los personajes ausentes de la impresionante cultura rusa. Los asociados al Grupo de los Cinco, el poderoso puñado, con Músorgski y Rimski a la cabeza; con Chaikovski, venido de Moscú y no siempre bien tratado por el puñado; con esa línea que va de Glazunov y Stravinski (que se marchó a tiempo) hasta Shostakóvich (el que vivió el pavoroso cerco de esta misma ciudad, entonces llamada Leningrado, y lo cantó en su Séptima Sinfonía) o Prokófiev (que estuvo sobre todo en Moscú, y fue el que regresó a destiempo). Este decorado es permanente, pero cambia, modula de menor a mayor, y al contrario. Y eso, continuamente. No hay motivo para la monotonía. Los canales interminables, la abundancia de puentes, la alusión a los huesos de los esclavos que hicieron la ciudad, una constante rusa, como los huesos de los esclavos que escavaron el Canal del Mar Blanco. También es el Petersburgo de Gógol y Dostoievski. Todo esto hace que la novela tenga ya mucho de singular. En la literatura española viva, en especial la dramática (Mateos es dramaturga consumada), se evita la cultura, para que no te llamen pedante y para no ofender a no sé qué público. Aquí, no, aquí está presente porque esta ciudad no es nada sin esos músicos y escritores que cantaron aquí, y a veces aquí la cantaron.
Hay un McGuffin, el oceonio, un toque de ciencia ficción que sirve para que la acción avance a golpes de ambición, rivalidades entre potencias y enemistades nacionales. El oceonio puede ser una fuente de energía tan revolucionaria que la época del petróleo quedaría atrás. Energía barata, energía limpia. ¿Energía para todos? ¿O ruina de potencias petrolíferas, y más exactamente, de oligarcas rusos de la energía? No van a admitirlo, de ninguna manera. El oceonio se encuentra en el mar, en los océanos, como puede deducirse de su nombre. Y las naciones aceptaron, en tiempos, mejor o peor, el derecho del mar. Disciplina que la autora conoce ampliamente, y sabe que aquellas normas incomodan a las potencias con el cambio de las tecnologías y las circunstancias. ¿Dónde concluye la soberanía nacional sobre las aguas, dónde empieza el “mar de todos”, qué derecho tenemos sobre los fondos abisales? El oceonio es el elemento ciencia ficción de este libro. Sirve para que haya una secuencia, y en esa secuencia entran las situaciones, los personajes. Le acompaña las variantes de un icono muy ruso, llamado de la Virgen del sueño, presente en crímenes y en coyunturas.
Se diría que hay dos bandos, acaso haya más, porque muchas son las madejas que se echan a rodar en estos ricos enredos. Ahí reina el thriller, los crímenes cruzados. Ahí, y al margen, se desarrolla una buena cantidad de personajes, unos con auténtica humanidad aunque pueda ser perversa, y otros como tipos humanos bien pergeñados en pocas pinceladas que permanecen a lo largo del amplio relato. El Monje negro, personaje ausente que mueve algunos hilos importantes, como el de la muerte, debe su nombre a un relato no muy breve de Chéjov: “Hará unos mil años, un monje, todo vestido de negro, vagaba por pagos solitarios, acaso por Siria o Arabia…” Es el Monje de ahora, ausente o careta, la Causa (muchas causas son bellas, muchas causas son muerte o respuesta a la muerte, monstruo que lucha contra monstruo a la manera de Nietzsche), es la conspiración, es la aparente omnipotencia.
Sin saberlo, la historia de amor de esta novela lucha contra el mal. Sergei es un galán maduro, un hombre inclemente, un enamorado improbable. Mar Maese, tan joven y portadora ya de amarguras, es una princesa que no sabe que lo es y que lo aprenderá con dolor y sin especial aprovechamiento. La historia de amor, teñida de desconfianza, es otra de las secuencias continuas que mantienen el interés. La historia erótica misma, sí, pero en especial el choque del ruso de gran experiencia, escepticismo y hasta cinismo, con la ingenua española. Que no es ingenua, que ya viene con su sufrimiento a cuestas. Pero que es más blanca que la nieve blanca que cubre la ciudad de Pedro durante varios meses del año. La historia de amor echa chispas, porque hay amplias gradaciones eróticas en la historia, desde ese amor inesperado entre dos personas de edad y culturas diversas hasta el oportunismo erótico de unas, el abuso erótico de otros, la prostitución de alto nivel (alto, porque se maneja mucho dinero; ¿por qué iba a ser alto, si no?). Hay una “escena” llena de humor: en teleconferencia, es la propia amante y amada la que instruye a su maduro amado sobre esas tres damitas que, por cortesía, le ofrece la institución anfitriona. Abunda el sexo explícito y venal.
Entre los abundantes personajes, algunos son reales. Como el presidente, retratado con aparente ambigüedad. Pero no hay ambigüedad, nos lo retrata sutilmente como un canalla, como en el pequeño episodio del vuelo aplazado, para permitir que derriben al siguiente. Estamos en 2015, esto es, el conflicto del Donbass ya existe, y la ocupación de Crimea cumple un año. Frente a la perversión de la realidad, vista de pasada, hay un plantel de personajes bien definidos. Natalia, la imprescindible, la bella y también inclemente. Galina, la esposa legítima, que no te ama y a lo que no amas, que usa sus armas de mujer (“… además del cariño, puede perderle el respeto. Y eso se tarda mucho en construir y poco en desaparecer”, p. 154). Lo mismo que Milena, implacable con una vida que es implacable con ella. Cuidado, Madame Mateos, hay plumillas que pueden acusarla de misoginia o algo así ante estas mujeres feroces; se lo pensarán, es usted mujer, pero es tentador afirmarse feminista y progresivo a costa de otro, otra. ¿Pero y Masha, la que alquila una habitación a Mar? Ser entrañable, benéfico; pero es una anciana, dirá el sedicente feminista. Sí, representa la Rusia a la que engañaron, mientras que las otras fieras eróticas son la Rusia que se construye sobre el latrocinio a gran escala con origen en la época Yeltsin, con disculpa del consejo de las finanzas y bancas occidentales. Ahora ese latrocinio mantiene un pacto con el poder para mantenerse y blanquearse. En cuanto a los personajes masculinos, permítanme relegarlos. A alguno lo anima la bella causa ucraniana, pero por caminos tan torcidos que acabarán empañando tanto la causa como su belleza.
El oceonio no solo induciría el final de la era del petróleo, porque supone energía más barata y más accesible a todos. Es que devolverá a Rusia la influencia perdida; el llanto ruso de siempre: nos humillan, éramos una potencia, éramos la Santa Rusia en versión comunista, y nos quieren reducir a provincia; han hecho estallar la Unión, nos han robado. Es cierto, sin embargo, que muchos rusos saben y tratan de recordar que ese robo lo perpetraron los ahora llamados oligarcas. No es que a los rusos los arruinara el comunismo, es que los arruinaron los comunistas que supieron aprovechar, con oportunidad y complicidad, los recursos que se supone que eran de todos: comunes. Los oligarcas no solo han robado el patrimonio de la era socialista y todo lo que quedaba de la historia, a precio bajo, a precio “de amigo”, en oportunidades que eran una ganga, o adquiriendo con métodos sucios los abonos repartidos por Yeltsin entre todos, a tontas y a locas. Son unos ladrones, pero son más que multimillonarios. Todos fueron miembros del aparato central o de cualquier oblast. En efecto: la URSS no cayó por el comunismo ni por los Estados Unidos, es que la destruyeron los comunistas… y se la repartieron. Precisan de una dictadura que los proteja de cualquier cosa que pueda perjudicarlos (y, en potencia, son muchas). Esa dictadura ya existe desde hace años. Pero además de ladrones son insolidarios y han llegado a creerse que cada uno de sus imperios es fruto de su sabiduría y esfuerzo. No aceptan que el poder político les reclame tasas y menos aún donaciones para ese invento del oceonio. ¿Pero acaso no estamos en una dictadura, continuación de la URSS con otros colores, casi con los mismos medios (puestos al día)? Si es así, no te extrañe que, tras diversas negativas a aportar fondos para la magna empresa del oceonio, varios colegas tuyos amanezcan suicidados y hayan dado muerte a sus hijos y su esposa, pobres, qué iban a hacer sin papá. Es curioso, al final los oligarcas se compadecen (han caído tres, qué cosas) y aportan fondos más que suficientes para que prosiga la investigación. Helène Carrère d’Encausse, en su ya viejo libro Le malheur russe, trataba esta desdicha nacional, el crimen político, antes de los casos Litvinenko, Politóvskaia o Nemtsov, antes del intento de envenenar a Navalni. Si los thriller cuentan crímenes imaginarios, esta novela plantea crímenes tan plausibles como la ceguera del oligarca. El dinero ciega a quienes quiere perder.
Ninguno de los males y violencias que recorren esta novela es exclusivo de Rusia. Pero allá han llegado al virtuosismo. Virtuosismo sin complejos, como rezan los slogan de los partidos y movimientos de la reacción pendenciera.
Siento tentación de incluir algunas de las numerosas reflexiones del texto, que no suenan a introspección grave, sino a ironías en las que la sabiduría sabe esconderse para no ser ni sermón ni pedantería. Las evito, esta reseña ya es excesiva. Pero hay que despedirse celebrando que una escritora española haya podido construir un mundo tan detallado, tan bello y ominoso como éste que transcurre en la ciudad de Pedro el Grande, encaramado éste frente a las aguas como jinete de bronce. La escritora, la jurista internacional y la mujer que acaba de descubrir la ciudad se solapan, se ayudan mutuamente. Porque eso es esta novela, un mundo construido por la sabiduría. Que se compone de lo que sabes, lo que buscas, lo que deduces, lo que descubres… mas también de lo que imaginas. Y aquí, en Los seis círculos de San Petersburgo, está todo eso, está la sabiduría.
Santiago Martín Bermúdez