Los estropicios de la censura

En cuanto Verdi se enamoró del drama de Victor Hugo Le Roi s’amuse (“El argumento es grande, inmenso, y hay un protagonista que es una de las más grandes creaciones teatrales de todas las épocas”) y empezó a planificar junto con Piave el libreto de Rigoletto, surgieron pegas de todo tipo. El rey no podía ser un rey, no se podía hablar de maldición ni tampoco hacer de un jorobado el protagonista de una ópera. Compositor y libretista sortearon los obstáculos como pudieron. El rey se convirtió sin mayores problemas en duque, la acción se trasladó de París a Mantua, pero en lo referido a la maldición y al jorobado Verdi se mantuvo firme.
Sabido es que la elaboración del libreto de Rigoletto fue un proceso tortuoso y lleno de correcciones, en donde pesaron tanto las cuestiones artísticas como la necesidad de dulcificar una materia de por sí escandalosa para adaptarla a los cánones morales de la época. Menos conocidas son, en cambio, las vicisitudes que sufrió Rigoletto tras su estreno en la Fenice de Venecia en 1851. El posterior paso de la ópera por los diferentes teatros italianos fue un calvario de lo más esperpéntico. Italia era entonces un conglomerado de pequeños estados cada uno con su propia política censoria. Rigoletto se presentó en Roma y Bolonia (es decir, en el Estado Pontificio) con el título de Viscardello. En la ciudad de Nápoles, subió al escenario como Clara di Perth (en el Teatro Nuevo) y como Lionello (en el San Carlo). El cambio de título era la punta del iceberg de unas modificaciones que afectaron al nombre de los personajes, a los ambientes y a muchos aspectos más. En su esclarecedor ensayo Un caso di censura. Il Rigoletto (2010), Mario Lavagetto realiza una comparativa entre Rigoletto y sus versiones gemelas, y uno no da crédito a los resultados.
Las censuras pontificia y borbónica, mucho menos permisivas que la austriaca, masacraron literalmente la obra imponiendo cambios a cada cual más absurdo. En Viscardello, por ejemplo, desaparece cualquier alusión al tema de la maldición, y esto es casi lo de menos. El texto de Questa o quella se convierte en un himno a la fidelidad (¡!): los versos originales “S’oggi questa mi torna gradita, / Forse un’altra doman lo sarà” [Si hoy ésta es de mi agrado, tal vez otra lo sea mañana] se modifican en “Ma sol una mi torna gradita, Lei sol amo e mia sposa sarà” [Sólo una es de mi agrado, amo sólo a ella y mi esposa será]. La inaudita conversión del Duque en apasionado monógamo es uno de los tantos despropósitos que jalonan Viscardello. El desenlace preveía también una variante con final feliz en donde Gilda no moría, sino que resultaba simplemente herida, por lo que el padre, en lugar de invocar la maldición, daba gracias a la clemencia divina. En sus cartas, Verdi arremetió contra esas “alteraciones y mutilaciones ridículas”, aunque poco podía hacer frente al poder de las diversas censuras locales.
Pero existe también en Rigoletto un pequeño caso de censura que se ha perpetuado durante más de un siglo y que en muchas ocasiones aún perdura. A principios del acto III, antes del aria La donna è mobile, el Duque entra en la posada de Sparafucile y pide dos cosas: una stanza e del vino [una habitación y vino]. En la partitura autógrafa de Verdi, sin embargo, el Duque emplea una expresión más explícita, tua sorella e del vino [tu hermana y vino], que otra mano tuvo a bien corregir. La modificación lleva en efecto una caligrafía distinta y hace menos comprensible el siguiente comentario de Rigoletto, “Son éstas sus costumbres” (es decir: las mujeres y la bebida), pero resultaba más aceptable que el Duque pidiese alojamiento en vez de requerir los servicios de una prostituta.
La edición crítica de Rigoletto realizada por Martin Chusid y publicada en 1983 restableció entre otras enmiendas el verso original, y el Rigoletto discográfico de Sinopoli (1984) es, creo, la primera grabación en recogerlo (aquí abajo en 2’17”). Desde entonces, algunos optan por la edición crítica (Muti, Rizzi), mientras que otros siguen la tradición. En el registro de James Levine (1998) frente a las huestes del Metropolitan de Nueva York, Pavarotti pide todavía una stanza e del vino.
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