Los Encuentros de Pamplona: el tiempo no pasa en vano
¿Qué tuvieron, qué tienen, qué tendrán los Encuentros de Pamplona para que SCHERZO les dedique un dossier con ocasión de su edición 2024 —es decir, de la segunda tras su recuperación cincuenta años después de su única celebración hasta entonces? Quizá la principal conclusión sea que el tiempo no pasa en vano por mucho que aquel, en el que Franco aún vivía, justificara con creces aquella acción, aunque sólo fuera a la espera de una reacción. Recordemos ese comentario en la televisión pública: “Éste es John Cage paseando libremente por las calles de Pamplona”.
¿Se trató de una oportunidad en parte perdida? Como casi todas las oportunidades, aunque también, sin duda, de un punto de partida para unas cuantas reflexiones que siguen en marcha y algunas realidades prácticas que van y vienen. El riesgo de evocar la idea de Luis de Pablo y José Luis Alexanco, apoyada en lo económico por Jesús Huarte —por cierto, preterido en favor de Alfredo Landa cuando este ganó el Premio Príncipe de Viana de la Cultura en 2008—, sin Ley de Mecenazgo —quién haría hoy algo así—, es el de la escenificación sobre el “impulso crítico”, siguiendo lo que escribe en estas páginas Fernando Castro Flórez. En ese sentido, el director de la programación de los nuevos Encuentros, el pensador y ensayista Ramón Andrés, lo ha dejado muy claro: “Hoy sería un anacronismo limitar los Encuentros a lo que fueron en su origen”. Por lo demás, la presencia de disciplinas variadas en los mismos elude la tentación de apostar por el ingenuo deseo de que el público reciba a los creadores con los brazos abiertos, otro semi mito de aquellos tiempos.
También Jesús Castañer habla del peligro del criterio memorialístico a la hora de referirnos a aquellos encuentros como modelos de otros que no pueden ser lo mismo, entre otras razones por la personalidad de los protagonistas de antaño, músicos en su mayoría, ocupada hoy por un espectro más diverso y, en algunas disciplinas, sustituida por programadores y curadores. No es la obra lo que pareciera importar sino su disposición espacial, su contexto y su lectura adecuada a lo que se considera común. Pensemos en festivales literarios donde al público se le ofrece lo que lee y aquello que deberá leer según la glosa de la identidad alcance el poder, no según aquellos criterios de excelencia que hoy son parte del baúl de los recuerdos.
Y es que algo que ha sucedido desde los Encuentros fundacionales es la pérdida de poder del crítico, sumido en la doble fosa séptica de la autovalidación del usuario de las redes sociales como nuevo pontifex maximus y el desprecio de los medios tradicionales por la cultura en general. Que los usuarios pasen de unos medios que no han sabido encontrar el punto de encuentro a causa, entre otras razones, de su propia impostación proteccionista, resulta al fin el cierre de un bucle aparentemente imposible de reabrir mientras la lucha se debilita por el lado aparentemente mejor dotado en lo intelectual.
SCHERZO es una revista de música —los Encuentros primigenios se dedicaron enteramente a ella— y desde aquí tenemos que reconocer que el camino emprendido desde aquellas fechas ha sido complejo. Pero también que la sensación de si ha tenido éxito o no depende, como todo, del punto de vista. Cualquier compositor español en activo, estrene mucho o no estrene nada, dirá que no ha sido bien tratado ni por la administración, ni por la crítica, ni mucho menos por el mercado, palabra aborrecida donde las haya. En los periódicos se habla muy poco de la música de nuestros días, de lo que seguimos llamando clásica y ellos experimental y cosas así. Sin embargo, en determinados lugares de nuestro país —Galicia es un ejemplo— la música de hoy ocupa un lugar importante en programaciones hechas con (buen) criterio. En todo caso, como en Pamplona ayer y hoy, el contexto es restringido y el interés general y particular tan descriptible como los réditos. Y es que a la música en España —se ha intentado, pero nunca con posibilidades verdaderamente reales— le falta desde siempre el impulso institucional y el arrebato interno como para crear algo que mueva los cimientos y aclare el panorama a través de la discusión libre y la exposición pública, la reflexión y la creación. Lo que no quiere decir, que quede claro, que haya que resucitar el Festival de Alicante.
No podemos sino estar de acuerdo con un proyecto como el que ha tomado un nombre histórico para hacer algo que ni puede ni debe ser una recreación. Pamplona ha de ser ambiciosa y al mismo tiempo consciente de sus posibilidades y de su tamaño, también del riesgo que supone haber asumido un rótulo que inevitablemente condiciona o sobre el que hay que dar la explicación pertinente de que no va a ser lo mismo. Sin olvidar que el debate cultural debiera ser, por el bien de todos, algo más que un horizonte performativo, que un curso acelerado de corrección política o que un manual de instrucciones para la cancelación. ¶