Los 150 años de Vaughan Williams
RALPH VAUGHAN WILLIAMS:
Sinfonías 7 y 9 / Hallé Orchestra. Dir.: Mark Elder / Hallé
Los enólogos nos dicen que no existe una razón obvia por la que algunos buenos vinos viajan y otros no. Lo mismo ocurre con los compositores sinfónicos. Carl Nielsen nunca se pondrá de moda más allá del Mar Báltico, Bohuslav Martinu fuera de la República Checa y Ralph Vaughan Williams allende los países anglófilos. El 150 aniversario de su nacimiento se celebra en su país y prácticamente en ningún otro. No pregunte el motivo: no hay ninguno.
Vaughan Williams es, desde cualquier punto de vista, un compositor para orquesta sinfónica de una calidad excepcional. A pesar de ciertas similitudes con Sibelius y Ravel, posee una voz inconfundiblemente propia y un carácter susceptible, si se sucumbe a su lenguaje, de resultar irresistible. Las sinfonías Tercera y Quinta son poderosos comentarios sobre la guerra y la paz por parte de un hombre que fue testigo de la carnicería y mantuvo sus principios intactos. VW fue un pacifista que combatió el mal, un ateo que compuso música litúrgica y un humanista que situó la compasión por encima de cualquier otra consideración. Es justo decir que, en Gran Bretaña, es el compositor más querido después de Elgar.
Su punto débil, señalan los críticos, es que puede tender a la exageración cuando se entusiasma. Estas dos sinfonías tardías revelan algo de esa tendencia. La Séptima fue creada a partir de una banda sonora que escribió para la película de 1948 Scott of the Antarctic. Contiene fragmentos maravillosamente atmosféricos de tundra ártica y gloriosas olas corales, pero nunca me ha cautivado su narrativa. La interpretación de Mark Elder alfrente de la Orquesta Hallé, tan suntuosa como técnicamente impoluta, no ha acabado de disipar todas mis dudas.
La Novena es otra cosa. Dentro del catálogo de obras finales del compositor, esta epopeya de 1957 ocupa un lugar muy elevado en cuanto a invención e implicación. Con toques de canción popular inglesa y de oración, VW nos pide que reflexionemos sobre los placeres de la vida y su carácter efímero. Los metales y las maderas de la Hallé no han sonado con tanta confianza desde los días de gloria de John Barbirolli y la serenidad del andante final es el colofón perfecto para un día de verano. Una vez escuchada, querrá tenerla a menudo junto a su reproductor.
Norman Lebrecht