LORETO / El peregrino Riccardo Muti
Loreto. Plaza del Santuario de la Santa Casa. 14/VII/2022. Arianna Vendittelli, soprano. Margherita Maria Sala, contralto. Felix Klieser, trompa. Beñat Achiary, voz. Coro Cherubini. Coro Cremona Antiqua. Coro de la Ópera Nacional de Ucrania “Taras Shevchenko”. Coro de niños Vocincanto. Instrumentistas de la orquesta y bailarines del Cuerpo de Ballet de la Ópera Nacional de Ucrania. Orquesta Juvenil Luigi Cherubini. Riccardo Muti, director. Obras de Vivaldi, Havrylec, Mozart, Skoryk y Verdi.
Cada año por estas fechas, Riccardo Muti (Nápoles, casi 81 años) emprende un viaje de peregrinación con una orquesta italiana. Visita lugares heridos por la guerra, el terrorismo o las catástrofes naturales, para tender un “puente de amistad” a través de la música y principalmente de Verdi. Se trata de un proyecto vinculado al Ravenna Festival que dirige su esposa, Cristina Mazzavillani, y que nació en 1997 con un concierto en el Centro Skenderija de Sarajevo donde la Filarmónica de La Scala tocó la Eroica de Beethoven. Prosiguió, al año siguiente, y siempre bajo el título de Le vie dell’Amicizia (“Los caminos de la amistad”), en Beirut con una velada que giró en torno al coro Va, pensiero de Nabucco, y en 1999 visitó Jerusalem para dirigir el Réquiem de Verdi. Ha seguido por múltiples ciudades como Moscú, Ereván, Estambul, Nueva York, El Cairo, Bosra, El Djem, etc. Entre 2005 y 2009, se sustituyó a las fuerzas estables de La Scala con la Orchestra e Coro del Maggio Musicale Fiorentino. Y desde 2010 hasta la actualidad, la Orchestra Giovanile Luigi Cherubini es la formación elegida por Muti en estas peregrinaciones musicales.
He tenido la oportunidad de acompañar al maestro Muti en estas embajadas musicales y humanitarias en dos ocasiones. La primera, en 2018, fue en Kiev, donde dirigió en la Plaza de Santa Sofía un programa que combinaba la música de Copland con Verdi, y que contó con la voz del actor John Malkovich en Retrato de Lincoln. La segunda fue el año pasado, en Ereván, donde dirigió el estrenó absoluto de la cantata Purgatorio del compositor armenio Tigrán Mansurián. Le vie dell’Amicizia, que no se canceló ni siquiera en el primer año de la pandemia, pues en julio de 2020 se celebró en Paestum, un lugar idealmente unido a la defenestrada Palmira, para rendir un homenaje a las víctimas secuestradas y decapitadas por el ISIS, se ha centrado este año en dos centros de peregrinación, en Francia e Italia, como son Lourdes y Loreto.
El propio Muti justificaba esta decisión, en una presentación incluida en el dossier de prensa, donde aseguraba que “en los santuarios es donde se consuelo a la gente desde hace siglos”. Y precedía estas palabras con un comentario sobre la filosofía de sus peregrinaciones y una clara alusión a la guerra de Putin en Ucrania: “El sufrimiento no es el único lenguaje que no conoce fronteras. Mientras se desata un nuevo conflicto lacerado es la música, capaz de superar todas las diversidades de cultura, lengua y religión, la que se convierte en embajadora de nuestro mensaje de paz y solidaridad”. El maestro italiano realizó una breve alocución, antes del inicio del concierto, donde recordó su actuación en Kiev, en 2018, en donde miles de personas se mantuvieron sentadas sin moverse mientras caía un tremendo aguacero que obligó a retrasar casi dos horas el inicio del concierto. Después fue necesario secar el escenario y las partituras, una tarea en la que todos participaron, inclusive el famoso actor, como lo demuestra esta divertida fotografía de Silvia Lelli.
Aquel concierto de Kiev ha tenido un eco especial en el celebrado anoche en Loreto. No sólo se ha vuelto a escuchar el Stabat Mater y el Te Deum, de las Quattro Pezzi Sacri de Verdi, sino que parte de los integrantes del Coro de la Ópera Nacional de Ucrania “Taras Shevchenko” han vuelto a participar bajo la dirección de Muti. Pero, en esta ocasión, como refugiados de una guerra. El pasado mes de abril, Cristina Mazzavillani consiguió alojar en Rávena a 64 integrantes de los cuerpos estables de la Ópera de Kiev, entre instrumentistas, bailarines y especialmente integrantes del coro con su director Bogdan Plish. De hecho, las obras inicialmente previstas en el programa, de Vivaldi, Mozart y Verdi, fueron intercaladas con varias muestras artísticas ucranias. Así, tras el Magnificat en sol menor Rv. 611 de Vivaldi, se escuchó un canto tradicional ucraniano del siglo XIII titulado El cuerpo de Cristo donde el tenor Denis Krutko hizo varias inserciones melismáticas sobre un pedal ostinato. Y le siguió otra pieza sacra con claros ecos ortodoxos, titulada Plegaria a la virgen María, aunque en este caso escrita por la compositora Hanna Havrylec, que falleció al inicio de la invasión de Ucrania. La cantó la soprano Svitlana Semenyshyna, junto a su hija pequeña Milana Lomanova, a las que respondió el coro con una bella sección central homofónica.
La temática mariana de esta última pieza siguió en el segundo intermedio con el canto devocional Agur Maria, donde el cantautor vasco francés Beñat Achiary desplegó toda su paleta de efectos de vocalidad. Y terminó con la bellísima Melodía del compositor ucranio Myroslav Skoryk, una pieza escrita para una película de 1982 que se ha convertido durante la invasión rusa en el himno espiritual de Ucrania. La escuchamos en una exquisita versión arreglada para oboe, violín y bandura que fue acompañada por una coreografía de ballet clásico, una muestra de la labor de los artistas ucranianos acogidos en Rávena. De hecho, el arzobispo Fabio Dal Cin, delegado pontificio en la Basílica de la Santa Casa de Loreto, dedicó unas bellas palabras en la presentación del concierto al lugar, donde se conserva la reliquia de la casa de la virgen María en Nazaret, que fue traída desde Tierra Santa en el siglo XIII. Dal Cin remarcó que los valores del proyecto del Ravenna Festival coinciden con el mensaje de la Santa Casa: “Un mensaje de esperanza, paz y fraternidad, pues en la Casa de María no podemos más que sentirnos todos hermanos”. En ese momento las puertas de la basílica se abrieron, con su interior completamente iluminado, y así permanecieron durante todo el concierto. El delegado pontificio terminó esbozando un mensaje de aliento a todos los ucranianos desplazados por la guerra, pero también exigiendo que vuelva la paz y esperando que pronto amanezca un día en que todos, rusos y ucranianos, vuelvan a peregrinar juntos a la Santa Casa de Loreto. Al final, el embajador ucraniano en Italia, Yaroslav Melnyk, agradeció emocionado el apoyo de Italia a su país en estos momentos tan difíciles e hizo entrega al maestro Muti de la orden del mérito y la cruz como miembro electo de la Academia de las Artes de Ucrania.
El programa del concierto tenía una interesante similitud con el que dirigió Muti en Chicago, en junio de 2013, al final de su tercera temporada como titular de la CSO. En el libro póstumo del crítico Andrew Patner, donde se recopilan sus críticas y conversaciones con los directores de la Sinfónica de Chicago, se incluye un breve capítulo dedicado a esta combinación entre el Magníficat Rv 611 de Vivaldi, Ave verum corpus de Mozart y las Quattro Pezzi Sacri de Verdi, bajo el título de “encontrar lo sagrado”. En su interior leemos que el denominador común que tienen para el director italiano todas estas composiciones es la exaltación del enfoque cantabile netamente italiano. Lo pudimos escuchar en su operística interpretación del Magnificat de Vivaldi, en la versión de 1739, que incluye las arias que el compositor escribió dos años antes de su muerte para varias niñas del Ospedale della Pietà, cuyos nombres fijó en el manuscrito, y a partir de la antigua edición de Malipiero. El uso de un gran coro con un ostensible vibrato y de dos cantantes de ópera recordó a su grabación cuadrafónica de la antigua EMI, de 1977, con las fuerzas de la Philharmonia y dos solistas excepcionales: Lucia Valentini Terrani y la recientemente desaparecida Teresa Berganza, un registro por el que Muti siente todavía un gran aprecio. Pero en Loreto, las difíciles arias añadidas por Vivaldi no fluyeron con comodidad en la voz de la soprano Arianna Vendittelli, aunque sonaron algo mejor en la voz de la contralto Margherita Maria Sala. Tampoco el coro encaró con comodidad los números que tenía asignados y la excesiva amplificación utilizada no ayudó a la música.
Todo mejoró, a continuación, con el refinado y cantable Mozart que dirigió Muti. El trompista sin brazos Felix Klieser, bien conocido en España por su participación en el programa televisivo La Resistencia y en la última edición de la Semana de Música Religiosa de Cuenca, tocó con solvencia el Concierto para trompa en re mayor núm. 1, K. 612. Una composición problemática, pues se trata de la más tardía para ese instrumento, al estar fechada en 1791, y donde el segundo de sus dos movimientos fue escrito en gran medida por Franz Xaver Süssmayr, tras la muerte del compositor. Destacó Klieser en el allegro inicial de ese Primer concierto mozartiano, que ha grabado en 2019 junto a los otros tres para trompa con la Camerata de Salzburgo (Berlin Classics), y especialmente en el desarrollo y la recapitulación, donde sonó más fluido y dialogante con la orquesta.
Pero el concierto se elevó, poco después, con dos de las Quattro Pezzi Sacri de Verdi, toda una especialidad en manos de Muti, que dirige cada vez con mayor grado de introspección. En el Stabat Mater impresionaron los contrastes climáticos del coro bien apoyados desde la orquesta, con ese asombroso lenguaje cromático que despliega Verdi, aunque sonaron algo alterados por la amplificación. Destacaron “Pro peccatis suae gentis” y el clímax final con arpa de “Paradisi gloria”, a pesar de que las sopranos tensaron dramáticamente sus voces en el vertiginoso ascenso en crescendo hasta la nota si. Pero el punto más alto de la velada llegó en el Te Deum, la composición con la que Verdi quiso ser enterrado. Muti manejó con suma austeridad el inicio, donde el compositor parte casi del canto gregoriano, y a continuación elevó los contrastes con el doble coro en todo su potencial. La irrupción del “Sanctus”, en fortísimo, fue impresionante, pero no menos que su iteración en pianisísimo (ppp). Y la obra discurrió con esa mezcla ideal de solemnidad e intensidad dramática hasta el final, que fue lo mejor de todo el concierto, con ese impresionante “Fiat misericordia tua, Domine” que conduce a la extraña disonancia del do natural. Surge entonces una soprano solista (que fue una –ahora– excelente Arianna Vendittelli) como la voz de la humanidad y culmina en ese tremendo signo de interrogación con la nota mi tocada por los violines en el cielo de su tesitura y, a continuación, con los violonchelos y los contrabajos sepultados en el infierno de la suya.
El concierto terminó con Ave verum corpus de Mozart, donde Muti consiguió sumar a su coro un nutrido conjunto de más de un centenar de niños procedentes de centros escolares de la localidad. Desde que la dirigió a los Niños Cantores de Viena, al director italiano le fascina el color angelical que añaden a esta sencilla y bellísima pieza que Mozart escribió pocos meses antes de morir para la celebración del Corpus Christi de 1791 en Baden bei Wien. La distancia entre el director y el grupo de niños no facilitó la conjunción, pero Muti se implicó con los pequeños hasta conseguir elevar todas las inflexiones de dolor y esperanza que emanan de sus pentagramas. Un cierre especialmente emotivo en un bello y variado concierto, celebrado en un marco incomparable y con una temperatura ideal, tanto atmosférica como humana.
Pablo L. Rodríguez
(Fotos: Marco Borrelli)
1 comentarios para “LORETO / El peregrino Riccardo Muti”
<strong>… [Trackback]</strong>
[…] Information on that Topic: scherzo.es/loreto-el-peregrino-riccardo-muti/ […]
Los comentarios están cerrados.