LORENZANA / Festival Bal y Gay: Una sesión modélica
Lorenzana. Iglesia del Monasterio de San Salvador. 19-VIII-2024. Katharina Konradi, soprano. Cuarteto Cosmos. Obras de Wolf/Heucke, Toldrà/Doménech, Schubert, Schubert/ Reimann, Schubert/Sánchez-Verdú, Clara Schumann/Reimann y tradicionales/ Tarkmann.
Un recital como el que ofrecieron la soprano kirguisa Katharina Konradi (Biskek, 1988) y el Cuarteto Cosmos es de los que dan sentido a la programación de un festival que va ganándose su propia personalidad. Por una parte, se aleja del repertorio más trillado y, de otra, aprovecha la actualidad de sus protagonistas. De Konradi y el Cosmos aparecía en el mes de abril el disco Solitude (Berlin Classics), que incluía todo el programa vocal aquí expuesto salvo los Fragmente de György Kurtág sobre poemas de Attila József, sustituidos por el D87 de Franz Schubert, lo que permitía un descanso a la soprano y la posibilidad de manifestar su gran momento al cuarteto.
El interés, pues, era múltiple. De un lado las bellezas de las canciones originales. De otro, la posibilidad de calibrar el riesgo jugado y los logros obtenidos por los compositores que arreglaron el acompañamiento pianístico, entre ellos nada menos que Aribert Reimann y José María Sánchez-Verdú. Y finalmente, pero no lo menos atractivo, la suerte para ello de contar con una de las mejores liederistas del momento y un cuarteto que crece a ojos vistas.
Habría que empezar por decir que en muestras tan granadas del repertorio ideado para voz y piano el uso de este es el camino ideal y que el del cuarteto, en las muestras incluidas en esta ocasión, es unas veces más pertinente que otras, de lo pedagógico a lo revelador. En el caso de Aribert Reimann —quien fuera, curiosamente, además de un extraordinario compositor, un magnífico pianista acompañante— encontramos una fidelidad muy de agradecer en las canciones de Clara Schumann —Volkslied, Ihr Bildnis— mientras su recreación de Mignon D321 de Schubert —mucho más que un arreglo una paráfrasis, pues la canción dura en sus manos trece minutos frente a los cuatro del original— acaba por hacerse algo ampulosa, la voz demasiado sometida a un relato casi como de balada. Menos protagonista, Stefan Heucke es fiel a los muy diferentes sentimientos expresados por Hugo Wolf en Selbstgeständnis y en Gebet. Igualmente adecuado a la frescura de Toldrà —Cançó incerta y Vinyes verdes vora el mar— es el trabajo de Jordi Domènech, mientras Andreas Tarkmann añade un puntito más de nostalgia a Greensleeves y mantiene en su salsa la muy pizpireta Kukkuu, kukkuu, kaukana kukkune del acervo popular finlandés aunque recuerde —ya se sabe lo que dice la filología— ritmos magiares.
Párrafo aparte para el trabajo de José María Sánchez Verdú, en mi opinión el mejor de los que se nos presentaron en tan interesante velada. El compositor andaluz es dueño no sólo de los necesarios recursos técnicos y expresivos para llevar a cabo su propia creación sino del sentido de la distancia, de su pertenencia a una tradición que sabe subrayar desde un concepto ejemplar de lo que es la intervención en la misma doscientos años después. Los arreglos para cuarteto de cuerda de tres grandes muestras schubertianas como son Wandrers Nachtlied, An den Mond y Gretchen am Spinnrade— que se estrenaron en el Festival de Granada el pasado 13 de julio por los mismos intérpretes— me parecieron ejemplares y toda una lección de lo que supone asumir semejante reto con dosis iguales de respeto y audacia.
Cualquiera que haya escuchado a Katharina Konradi sabe que es una cantante que irradia felicidad desde una facilidad —no es juego de palabras— simplemente admirable. La frescura de la voz, la naturalidad de la expresión, la técnica, tan eficaz como se diría que impalpable, están ahí puestas al servicio de un arte que ama profundamente y para el que pareciera haber nacido. Su Gretchen am Spinnrade fue literalmente inolvidable. El Cosmos estuvo estupendo toda la sesión y mostró, como decíamos al principio, su envidiable estado de forma en el Cuarteto D87, relativamente breve pero intenso y que ellos abordaron, además de con la solvencia que lucen siempre, con un refrescante sentido del humor, eso que, aunque está en la partitura, a veces pareciera molestar a los melómanos más rancios. Muy bien Helena Satué en ese papel tan especial que Schubert le reservara a un primer violín que debe trabajar de lo lindo y lucirse al mismo tiempo. Un precioso concierto que remató con Abendlied de las Sechs Gesänge Op. 107 de Schumann/Reimann como encore.
Luis Suñén
(foto: Xaora Fotográfos)