LONDRES / Gran ‘Muerte en Venecia’ de McVicar
Londres. Royal Opera House, Covent Garden. 6-XII-2019. Britten: Death in Venice. Mark Padmore. Gerald Finley. Leo Dixon. Dirección escénica: David McVicar. Dirección musical: Richard Farnes
Bañada por la deslumbrante luz del sol, o bien sumergida en una sofocante penumbra, el nuevo montaje de Death in Venice de la Royal Opera House hace justicia a las cualidades de esta inquietante ópera, haciéndonos entender desde el primer momento las fuerzas en conflicto que tiran de los hilos de la última creación dramática de Britten: juventud y vejez, enfermedad y salud, pensamiento y acción, cabeza y corazón. La tradicional puesta en escena de David McVicar, escenificada con audacia y amor por el detalle por Vicki Mortimer (con iluminación de Paule Constable), recrea una elegante atmósfera anterior a la Primera Guerra Mundial. También nosotros somos huéspedes en el vestíbulo con columnas del Grand Hôtel des Bains en el Lido, mirando hacia el mar y la eternidad. Fue aquí donde Thomas Mann estuvo hospedado en 1911, y donde encontró inspiración para Der Tod in Venedig, la novela en la que Britten basó su ópera.
La historia es bien conocida gracias en parte a la película de Visconti de 1971 protagonizada por Dirk Bogarde (su filmación coincidió con la gestación de la ópera de Britten, a quien se le aconsejó que no la viera para evitar problemas legales por posibles acusaciones de plagio). Un escritor viudo, Gustav von Aschenbach, viaja a Venecia con la esperanza de rejuvenecer su arte. Allí queda hechizado por un hermoso joven polaco, Tadzio, a quien ve en la playa con su familia. Nunca hablan entre ellos. La fantasía y el violento deseo luchan en el alma febril de Aschenbach. La escasa acción tiene lugar contra la creciente amenaza del cólera en la ciudad. El siroco golpea la ciudad. Los papeles de viajero, petimetre, barbero y Dionysus son todos cantados por un solo barítono, en esta ocasión Gerald Finley, quien exhibió una portentosa versatilidad. Esta ópera incómoda y difícil, a la que no ayuda el farragoso libreto de Myfanwy Piper, se torna imprescindible gracias a su brillante y agitada partitura, dirigida con gran inteligencia por Richard Farnes.
Con la salud muy debilitada, Britten escribió el importantísimo papel de Aschenbach para su compañero sentimental, el tenor Peter Pears, aquí cantado Mark Padmore con minuciosidad para el matiz e infatigable elocuencia. Tal vez para Britten la composición de Muerte en Venecia pudo haber supuesto una abierta confesión de sus sentimientos homosexuales, públicamente reprimidos durante toda su vida. Sin embargo, su visión creativa era más ambiciosa: el verdadero tema de la ópera es el propio arte. McVicar lo entiende así, proponiendo un montaje rico en patetismo y de gran empatía con el mensaje de Britten, con una coreografía de Lynne Page musculosa, aunque nunca afeminada, encabezada por el bailarín del Royal Ballet Leo Dixon encarnando a atlético Tadzio, que conoce en silencio la pasión de Aschenbach. Algunos miembros del coro de la ROH, así como el resto del elenco, que incluía a Rebecca Evans, Sam Furness y Michael Mofidian, asumieron con gracia sus respectivos cameos.
Foto: [Catherine Ashmore / ROH]
Fiona Maddocks