Lo que Bach pudo haber compuesto colocado de hachís
THEODORAKIS / CHRISTOU:
Intersection 1955 (obras vocales y pianísticas). Christophe Sirodeau, piano. Nikolaos Samaltanos, piano. Angelica Cathariou, mezzo./ Melism Records
Mikis Theodorakis, que cumplió 90 años el mes pasado, alcanzó la fama mundial gracias a la música de la película de Michael Cacoyannis de 1964 Zorba el griego, y continuó siendo un icono de la izquierda internacional por su compromiso inquebrantable con el comunismo. Dejando aparte su música para la gran pantalla, su ciclo de canciones La balada de Mauthausen es una de las más bellas músicas escritas sobre el Holocausto nazi.
Menos conocidas son las raíces clásicas del compositor. En 1954, Theodorakis fue a París a estudiar en el Conservatorio con Olivier Messiaen y Eugene Bigot, y permaneció cinco años en la capital francesa escribiendo mucha música en una gama de estilos más o menos francófonos.
Los descubrimientos que nos trae este álbum son todos primeras grabaciones mundiales: Erofili – Passacailles para dos pianos (1955); Les Éluard sobre poemas de Paul Éluard para mezzosoprano y piano; y seis Medieuses (1958), exhumadas por el emprendedor pianista francés Christophe Sirodeau e interpretadas junto a Nikolaos Samaltanos y la mezzosoprano Angelica Cathariou.
La pieza para piano a cuatro manos Erofili es fascinante; se inicia con un toque minimalista à la Satie que se funde con lamentos orientales, antes de hallar su centro en el lado más mediterráneo de Ravel. En todo caso, se percibe de inmediato que el compositor no es francés. Hay una deliberada y áspera ausencia de charme en su expresión, así como mucha rabia, y ambas características permean los dos ciclos de canciones.
Más enigmáticas aún resultan las canciones sobre poemas de T.S. Eliot de Jani Christou, un compositor egipcio de origen heleno que estudió filosofía en Cambridge con Ludwig Wittgenstein y música con Hans Redlich. Su vida quedó segada a los 44 años en un accidente de tráfico en Atenas. La música de Christou es abstracta, bordeando la atonalidad, aunque llena de pasión. Su temprano Preludio y fuga en Re menor para dos pianos es la obra que Bach podría haber escrito en un colocón de hachís. Material alucinógeno.
Norman Lebrecht