Lo peor de Beethoven
Si ustedes pensaban que con La Victoria de Wellington Beethoven no podía caer más bajo en sus intentos por complacer las demandas de una marea de fervor patriótico, el repugnante coro Germania, WoO 94, compuesto en 1814 como homenaje al bando alemán en el marco de la derrota definitiva de Napoleón, es una pieza de propaganda musical tan cobarde como cualquiera de las que pudieron componerse bajos los regímenes de Hitler o de Stalin.
El desencadenante fue un texto patriótico escrito por George Friedrich Treitschke (1776-1842), titulado Die gute Nachricht (La buena noticia), para el cual se solicitó música a todos los grandes compositores vieneses. El finale, titulado Germania, le fue encargado a Beethoven. Antes de que lo despachemos como un escritorzuelo de tres al cuatro, hay que decir que Treitschke era un entomólogo altamente respetado, autor de diversas publicaciones importantes sobre las mariposas de Europa central. Ese mismo año de 1814 había prestado un gran servicio a Beethoven, revisando en profundidad el libreto de Fidelio, permitiendo al compositor, gracias a sus mejoras literarias, ‘reconstruir las ruinas de un viejo castillo’, para finalmente hacer de su única ópera una obra maestra.
El texto de Germania es, por el contrario, triunfalista, de un impostado clasicismo y, en definitiva, repugnante. Comienza:
Germania, Germania,
Qué resplandeciente te eriges en este momento.
La neblina envuelve tu gran cabeza,
El viejo sol podría haber sido robado,
Pero Dios nuestro Señor acudió en tu auxilio.
Que sea por siempre alabado, y gloria a ti, Germania.
Al parecer Beethoven se dejó arrastrar por una especie de histeria colectiva, pues este solitario compulsivo escribió la siguiente carta acerca de un concierto en beneficio de los soldados heridos, en el que había participado:
‘Fue una extraordinaria reunión de destacados artistas… cada uno de los cuales, inspirados por el único deseo de contribuir con algo al bien de nuestra patria, trabajamos juntos, sin atender al rango ni a la posición, con el fin de lograr una interpretación sobresaliente. […] El liderazgo recayó en mí sólo porque yo compuse la música. Si hubiera sido cualquier otro, yo mismo habría estado tan dispuesto como Herr Hummel a ponerme frente al bombo, pues todos estábamos infundidos del más puro sentimiento de amor por la patria y del gozo de poder entregarnos a aquellos que habían dado tanto por nosotros’. Así y todo, la euforia no debió durarle demasiado, porque muy pronto se peleó con Treitschke a causa de un ritmo defectuoso en el verso final, alrededor de la palabra latina victoria. Beethoven dijo: ‘Por cierto, no me ofenderé en lo más mínimo si quiere que Gyrowetz o cualquier otro vuelva a ponerle música, aunque preferiría a Weinmüller. En todo caso me niego a permitir que nadie, sea quien sea, altere mis composiciones’. (Weinmüller cantó el papel de Rocco en la reposición de la revisada Fidelio en 1814).
Germania son cinco minutos de intolerable pedantería musical en la cual la inventiva del compositor brilla absolutamente por su ausencia, y en consecuencia apenas se interpreta. Entre las pocas grabaciones disponibles, recomendaría la más rápida –y la menos indulgente- dirigida por Andrew Davis en 1996, con Gerald Finley como sufrido solista, y la tempestuosa intervención de los BBC singers. Davis despacha la pieza en cuatro minutos y medio.
Pero no es esta la única contribución patriótica de Beethoven, aunque de alguna manera se trate de la más ofensiva, por la exagerada grandilocuencia con la que envuelve a la orquesta y al coro.
Las otras manifestaciones tienden a ser canciones, como es el caso de Des Kriegers Abschied WoO 143, una despedida soldadesca para bajo y piano, cantada con austeridad por el bajo-barítono alemán Hans Hotter en lo más duro de la guerra de Hitler, con Michael Raucheisen al piano. El cantante se entrega en cuerpo y alma a la Patria.
Por su parte, en Abschiedsgesang an Wiens Bürger WoO 121, una canción de despedida de un ciudadano vienés en tiempos de guerra, Beethoven se permite un toque de ligereza, despidiendo a su conciudadano con una inclinación a su paso y un coro masculino que se hace de eco de sus sentimientos nacionales y religiosos. En su versión discográfica, el barítono Hermann Prey da buena cuenta de ello.
Prey también interpreta Kriegslied der Österreicher WoO 122, que comienza con las palabras ‘Somos un gran Volk alemán…’. Estas canciones para solistas apenas nos ofrecen indicios de la actitud de Beethoven en tiempos de guerra.
Más problemática es la cantata Der glorreiche Augenblick (El glorioso momento), op.136., escrita en 1814 aunque no publicada en vida de Beethoven. Aunque resulta tan rimbombante como La victoria de Wellington , esta cantata contiene algunos momentos dignos del mejor Beethoven, con algunos trascendentales solos para soprano y una orquesta y un coro bellamente integrados. El texto, escrito por un cirujano de Salzburgo llamado Alois Weissenbach, está lleno de clichés relativos a la victoria y de homenajes a los nobles aliados de Austria. Pero Beethoven desliza una cadencia de violín en medio del pasaje más estruendoso, dejando entrever que su mente estaba más por los objetivos menos militaristas.
En su conjunto la cantata es una pieza compuesta de retales de muchas procedencias, a la vez que una inesperada declaración de amor a su odiada ciudad adoptiva, Viena –‘Heil, Vienna! Heil und Glück!’. Para complicar aún más las cosas,una década después de la muerte de Beethoven se añadió un texto alternativo de Friedrich Rochlitz a la segunda publicación póstuma de la cantata.
Si hacemos oídos sordos al texto, la obra no es en absoluto un mal Beethoven. Una de las primeras grabaciones completas fue realizada en 1997 por la St Luke Orchestra de Nueva York, dirigida por Robert Bass, con Deborah Voigt como una de las tres solistas (fue publicada por el desaparecido sello Koch). Dos alternativas aceptables son la dirigida por Myung Whun Chung con un magnífico conjunto romano, o bien la de Hilary Davan Whetton, de 2011, con el Coro de la Catedral de Westminster, junto a solistas como Claire Rutter y Stephen Gadd, y solos de violín de Clio Gould.
Norman Lebrecht