LIEJA / ‘Lakmé’, el mundo perdido de Gandhi
Lieja. Opéra Royal de Wallonie. 13-X-2022. Delibes, Lakmé. Jodie Devos, Philippe Talbot, Lionel Lhote, Pierre Doyen, Marion Lebègue, Julie Mossay, Caroline de Mahieu, Sarah Laulan, Pierre Romainville. Director musical: Frédéric Chaslin. Director de escena: Davide Garattini Raimondi.
El lema de la nueva temporada de la Opéra Royal de Wallonie-Liège es “Desde diferentes perspectivas”, y el primer estreno nos ha llevado a la Belle Époque a través de la ópera oriental Lakmé de Léo Delibes. En aquella época, la clase alta francesa (y, de hecho, toda Francia) se electrizaba con las historias ambientadas en el lejano Oriente, en Egipto e incluso en Oceanía, siendo especialmente populares las novelas escritas por el renombrado autor de best-sellers y entusiasta del Oriente Pierre Loti.
Cuando el compositor Delibes —sus ballets Coppélia (1870) y Silvia (1876) siguen formando parte del repertorio coreográfico mundial— leyó la novela de Loti sobre la historia de amor entre la joven sacerdotisa hindú Lakmé y el oficial ingles Gérald, supo inmediatamente que ese sería el tema de su siguiente ópera. Lakmé se estrenó con gran éxito en la Opéra Comique de París en 1883. Por entonces, la pasión por lo oriental había impregnado todas las formas artísticas, desde la ópera (L’Africaine de Meyerbeer o Madama Butterfly de Puccini son dos buenos ejemplos) a los cuadros de Tahití del impresionista Gauguin.
En la Ópera de Valonia-Lieja, el escenógrafo Paolo Vitale nos sumergió, siguiendo el libreto, en un libro de imágenes orientales y coloridas de la India. Inspirado en las descripciones de las exposiciones universales de París de 1867 y 1878, a las que Délibes tuvo oportunidad de asistir, los decorados de Vitale se asemejan a un pabellón indio, con flores entrelazadas, aromas de especias orientales y fuentes que salpican. Lakmé y Gérald se encuentran frente al santuario hindú de Ganesha, un palacio rodeado de palmeras bañado en azafrán. Vitale asigna los tres colores de la bandera india (azafrán, blanco y verde) y su simbolismo a cada uno de los tres actos de la ópera. Algunos detalles de la puesta en escena de Davide Garattini Raimondi apuntan a una cierta actualización y a una moderada crítica colonial a la India británica de la época.
El viejo Gandhi (que también aparece en la figura de un niño) escucha en el proscenio y hace girar una rueca que simboliza la rueda del tiempo. El Mahatma experimenta de primera mano el odio de su pueblo contra los ocupantes británicos, y sus palabras adornan el telón, así como las telas de lino blanco que caen sobre el escenario. Detrás de una cortina de gasa semitransparente que representa la bandera británica, se contempla el tormento y la brutalidad de los amos coloniales sobre los indios. Garattini Raimondi ofrece numerosos estereotipos visuales, empezando por el caricaturesco (y algo excesivo) trío de damas inglesas haciendo picnic en la jungla frente al templo brahmánico, mientras cantan consignas sobre la capacidad amatoria de las mujeres europeas. Aquí brillaron Julie Mossay (Ellen), Caroline de Mahieu (Rose) y Sarah Laulan (Bentson).
La interpretación resultó de gran nivel en todos sus parámetros (el canoro, el actoral e incluso el coreográfico). En el papel de Lakmé, la soprano Jodie Devos exhibió una delicada y segura coloratura, alcanzando momentos realmente mágicos y dibujando un creíble perfil dramático del personaje. El Dúo de las flores, que cantó con Marion Lebègue (Mallika) estuvo lleno de encanto. Por su parte, el tenor Philippe Talbot brindó una aceptable interpretación del personaje de Gérald, aunque a veces su registro se mostrase un tanto inseguro y descompensado. Lionel Lhote resultó creíble en el rol del vengativo Nilakantha, mientras que el barítono Pierre Doyen como Frédéric resultó tan digno como sublime, revelándose como el gran descubrimiento de la noche. Convincente Pierre Romainville como Hadji, el criado de Lakmé.
Desde el foso, el director Frédéric Chaslin expuso una lectura de llamativos colores, muy directa y en ocasiones casi brutal, marcada por un realismo que sabía combinar con una cierta fluidez impresionista. La precisión de la ejecución orquestal, unida a la flexible y brillante respuesta del coro, acabaron por convertir esta velada en una experiencia operística apasionante.
Barbara Röder
(Foto: J. Berger)