MADRID / Las verdaderas raíces estéticas de Alexei Ratmansky
Teatro de La Zarzuela. Del 7/17-VII-2022. Grosse Fuge / Polyphonia / Concerto DSCH. Compañía Nacional de Danza. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Mario Prisuelos, piano. Director artístico: Joaquín de Luz. Director musical: Manuel Coves.
Esta vez se sale del teatro con mucho mejor sabor de boca que con la Giselle o con con la última y bastante discreta aportación de Duato (un ballet sobre el suicidio, sin apariencia de estar realmente terminado y pulido). Las coreografías del programa triple de la Compañía Nacional de Danza (CND) son buenas, están más que rodadas y los bailarines se esfuerzan en hacer bien su labor. Otra cosa es que a veces el resultado, sin llegar a hacer aguas, flaquee en algunos puntos álgidos de los montajes. Esto tiene su explicación, y sobre todo, tiene remedio; es un mal menor.
No accedió Alexei Ratmanski a mi petición de ser entrevistado sobre su pieza Concerto DSCH y el resto de su muy prolífico y atractivo catálogo. Lo he sentido mucho, pero es la voluntad del artista que debe respetarse. Tal circunstancia no varía mi admiración por su manera de trabajar y los muchos resortes que pone en juego a partir del análisis musicológico. Tenerle en Madrid ocasionalmente es lo mejor que ha pasado en mucho tiempo a la CND. Ratmanski es, en sí mismo, un hecho cultural de mérito para la actualidad del ballet español, siempre en crisis. Además, su permanencia en primera línea no elude un ejemplar posicionamiento político a día de hoy, que se ha vuelto todo coraje y es paradigmático.
¿Qué debe hacerse cuando se pretende analizar a un coreógrafo que, por derecho y méritos propios se sitúa en la cúspide de la demanda internacional? Pues hablar con propiedad de su obra, no falsearla con banalidades, ir a sus raíces, hacer notar al público que lo aplaude hoy qué hace este artista, cómo llegó a este punto en estilo, creatividad y solvencia coreútica. La obra coreográfica de Ratmansky rezuma alta cultura, sensibilidad musical y plástica, sobre todo, una seria asunción de los valores de su pasado formativo, en lo estilístico y en lo estético.
Es un facilismo y un disparate decir que en Ratmansky la inspiración formal está en Balanchine, es oír campanas y no saber dónde está el campanario y eso se puede leer estos días. Otra cosa es apuntar que, en el mismo programa triple, una obra de Christopher Wheeldon, hace veinte años un debutante en lo coreográfico, hiciera guiños asequibles por evidentes y gráficos a un tipo de ballets generados por Balanchine en su segunda etapa de abstracción sinfonista, un período que va de 1949 a 1960 tutelado muy de cerca por Stravinsky (como sucede con The Four Temperaments; Ballet Society, 1946), a quien Wheeldon hace referencia explícita con figuras y maillots femeninos, aunque cambiando el color).
Ratmansky en cuanto estética sigue siendo proto-ruso tanto cuando hizo Concerto DSCH como en el aún cercano 2020, cuando estrenó en California por el ABT Of Love and Rage, usando la partitura de Aram Khachaturian para el ballet Gayané, eso sí, arreglada para la ocasión por Phillip Feeney. Un apunte: el tercer ballet griego de Ratmansky que se desarrolla en una mítica e ideal Siracusa, es plena Magna Grecia. ¿Podría hablarse de ‘nueva aventura neoclásica’?
Ratmansky mantiene abiertas tres líneas creativas diferentes, que a veces convergen y muchas otras veces no: el versionado de grandes títulos de los siglos XIX y XX; los ballets largos originales de gran formato y las piezas de concierto que pueden formar parte de programas dobles o triples. En todo ello, el ruso hace gala de su cosmopolitismo y de su variada carrera experimental, aunque teoría y práctica del ballet soviético están presente tras una exigente destilación de valores, y es ahí cuando aparecen compositores como Prokofiev, Khachaturian y Shostakovich, o fenómenos culturales trascendentes como fueron la Reforma, la Ópera Privada Mamontov, el movimiento pre-realista gestado en el Teatro Stanislavski y nombres memoriales de la coreografía como Alexander Gorsky, Fiodor Lopukhov y Kasyan Goleizovsky. Aquí están los elementos del árbol genealógico-estético, y es aquí donde debemos contar los anillos del tronco de donde sale el Ratmansky creador; su encuentro con la obra de Balanchine puede ser sincero y hasta útil, pero es cronológicamente tardío, epidérmico y no causal. Pensemos que el primer gran ballet de Ratmansky en Bolshoi fue su versión de The Bolt (Leningrado 1931), que en su estreno fue coreografiado por Lopukhov y duró pocos días en cartel al ser prohibido.
La Reforma en la naciente URSS tuvo muchos accidentados matices en época convulsa, y fue un proceso hacia la abstracción coreográfica que comenzó entre 1921 y 1932. Stalin asesorado por Lunacharsky lo jorobó todo con los pronunciamientos del Realismo Socialista (Lunacharskyi, quée paradojas del destino, antes había sido cronista desde París para periódicos rusos de los éxitos de Diaghilev, murió un año después en 1933 (justamente cuando venía para la España republicana a ocupar el puesto de embajador designado por Stalin), pero el desastre ya estaba instalado y aplicado con furia por los comisarios políticos. Aun así, las ideas de la Reforma calaron y pervivieron en el ballet ruso-soviético.
Fiodor Lopukhov fue su teórico principal pisando en las huellas de Fokine, y el concepto ‘danza-sinfonía’ es la traducción literal del cirílico (ruso) del ballet sinfónico, basado en música sinfónica no escrita expresamente para bailar (como puede ser una sinfonía de Beethoven o de Glazunov, por decir dos nombres de grandes sinfonistas usados por Lopukhov). Kazan Goleizovsky fue el gran coreógrafo del estilo mencionado. Lo llegaron a apodar “el Balanchine moscovita”. Sufrió lo suyo. Estuvo treinta años sin que lo dejaran pisar el Teatro Bolshoi. Y resistió. El término ’emoción acrobática’ es como denominaba a un tipo de movimiento virtuoso, pero sin contenido narrativo, sólo calisténico y físico, de fisicalidad justificativa, como dicen los estudiosos estéticos alemanes. Hace pocos años, en 2018, el bailarín Sergei Polunin recuperó para un espectáculo suyo la obra de Goleizovsky Scrabiniana (que estrenara Ekaterina Maximova en la Sala Chaikovski de Moscú en 1960), haciendo que la bailara como protagonista Natalia Osipova. Fue una buena ocasión de ver algo de Goleizovsky, al que hoy sólo intuimos, a veces, dentro de Ratmansky. Concerto DSCH cumple 14 años y debe lo suyo a la tradición ruso-soviética moderna abanderada Lopukhov y Goleizovsky. Esto es una verdad incontrovertible.
Roger Salas
[Nota: En la foto, de izquierda a derecha: Fiodor Lopukhov, Alexei Ratmansky, Kasyan Goleizovsky y Dmitri Shostakovich.]
(Fotos CND: Alba Muriel)