Ladridos de añoranza: Prokofiev, entre los dos Tcherepnin
PROKOFIEV, A & N. TCHEREPNIN:
Obras para piano / Alexander Gadjiev, pano / AVIE
Las orquestas occidentales tienen una visión muy polarizada del siglo XX ruso. Rachmaninov, Stravinski, Prokofiev y Shostakovich atraen al público, ergo son buenos para el negocio. Los demás suponen la muerte de la taquilla. Como la mayoría de las reglas de hierro, se trata de una categorización tan inútil como engañosa.
Prokofiev puede ser tremendamente peligroso para el público cuando se le deja solo en una habitación con un piano. Sus Cinco sarcasmos, fechados en 1912-14, se acercan tanto a la atonalidad como Schoenberg a una bronca de pescadería, mientras que las Visiones Fugitivas de 1915-17 están muy lejos de cualquier cosa que usted permitiría tocar en su reluciente Bechstein a un refugiado ucraniano.
Prokofiev puede ser el compositor más irritante que haya conocido, y no dejará que se olvide de él. En sus mejores momentos -y en este discos estamos ante el mejor Prokofiev- es provocador, intimidante, original e inimitable. Visiones fugitivas es una obra realmente impresionante cuando se toca tan bien como aquí.
Como todos los grandes compositores, Prokofiev no surge de la nada. Uno de sus maestros fue el extravagante Nikolai Tcherepnin, quien escribió en 1917 una adaptación musical de El pescador y el pez dorado, de Pushkin, antes de optar por el exilio y la oscuridad de por vida en Montmartre. Su hijo Alexander se quedó en Rusia, pero desarrolló una creciente fascinación por el Japón y se casó con una china. Terminó sus días en Estados Unidos, donde se dedicó a escribir estrambóticas estructuras armónicas para orquestas convencionales, que rara vez se han interpretado.
Situar a Prokofiev entre los Tcherepnin, padre e hijo, como hace Alexander Gadjiev en este fascinante y refrescante recital, resulta esclarecedor en más sentidos de los que se pueden reflejar en una breve reseña. El pianista italo-esloveno, de 27 años, es un intérprete que invita a pensar. Ganador en 2021 del segundo premio en el Concurso Chopin de Varsovia, decidió dar a este álbum un título cuasi dadaísta, Ladridos de añoranza. Por desgracia, el título no encontró acomodo en la portada.
Como siempre, la industria discográfica está por debajo de la imaginación de sus artistas.
Norman Lebrecht