La última ‘Pasión’ en Suiza: una reflexión

“¡Descansad, restos sagrados, que ya no lloraré más, descansad y dadme también a mí el descanso!”. Y tras esa ‘nana’ fúnebre levanté la cabeza, alcé los brazos y comencé el último coral de la Pasión según san Juan de Johann Sebastian Bach. El concierto terminó y los aplausos comenzaron tras los responsables y respetuosos segundos de silencio que siguieron a la monumental composición. Desde mi posición central veía a los miembros del coro y la orquesta de Accademia Barocca Lucernensis y el imponente órgano de la sala sinfónica del KKL. En sus rostros plenos de alegría contenida encontré la satisfacción del momento por el milagro de haber finalizado con éxito una producción que fue peligrando día a día a causa del coronavirus.
Fue el último acto celebrado en el KKL de Lucerna y dicen que la única Pasión de Bach en Suiza en esta temporada que se ha truncado. El concierto tuvo lugar en la sala sinfónica el jueves 12 de marzo, tras un tiempo de progresiva incertidumbre. Cada día, al comenzar los ensayos, actualizábamos la situación; seguíamos con más fe en nuestro trabajo diario que en la esperanza de poder llegar al final. Sabíamos que trabajábamos cada acorde, cada nota, con la osadía de quien se sabe construyendo esa catedral monumental, esas dos horas de música, que supone la Pasión de Bach. Mi objetivo era trabajar al máximo en cada ensayo con la certeza de que el concierto se fuera a celebrar, aunque las informaciones externas nos acercaran los nubarrones de la duda. Cada día la situación se complicaba más en los países vecinos; nuestros compañeros italianos ya sufrían las primeras cancelaciones. En el KKL habían suspendido o aplazado todas las actividades excepto nuestro concierto y cada día actualizaban las notificaciones respecto a las entradas o normas para poder asistir. Los saludos de la mañana en los ensayos ya eran mixtos: unos saludaban con las manos y otros con los codos, los más con la mirada. Los cantantes, que siempre son los más cautos con la protección vírica, guardaban distancia entre ellos con extremada prudencia.
11 de marzo. Llegó el día del ensayo general, ya con restricciones. Desde la organización nos pidieron acceso restringido al ensayo, pues si se considera un evento, la policía tiene que presentarse para controlar qué tipo de reunión es y tomar los datos de todos los presentes. No pudimos invitar a todos aquellos que hubiéramos deseado. En el público hubo no más de seis personas. Era 11 de marzo; los españoles teníamos presente la fecha de manera muy especial, con el recuerdo en aquella tragedia en Madrid de tanto impacto social que acercó los problemas de la guerra a lo que considerábamos el inviolable espacio de nuestras ciudades. Quizá aquella coincidencia nos ayudó a tomar una conciencia más intensa y transcendente sobre el momento que estábamos viviendo: un virus y una pasión. El ensayo fue bien, muy bien. Interpretamos la Pasión completa, como si del concierto se tratase; antes de dar la entrada tuve unas palabras de emoción y rogué a los músicos que la interpretáramos para nosotros mismos, como si nos hiciéramos un regalo. Considero estos proyectos casi como un detenerse el tiempo, donde se alinean tantas circunstancias que son casi un milagro: reunirse ante una obra magna, con coro, orquesta, solistas e instrumentos tan especiales como la viola d’amore, el oboe da caccia o la viola da gamba y, además, en un lugar como aquel. El ensayo fue intenso; nos despedimos sin certezas, pero con la satisfacción de un trabajo colectivo emocional de entrega e incluso con la paz espiritual que sólo estas obras nos regalan a los intérpretes. Los nubarrones habían dejado pasar la luz y disfrutamos en ese claro del bosque.
El día del concierto: asombro ante la normalidad
Cuando llegué al auditorio, al imponente KKL, todo el personal técnico me saludó con el codo a excepción de Moritz Wetter, ingeniero de sonido de la Radio Suiza, que se quitó un guante de montaje para estrecharme la mano. Las instrucciones y datos de aquel día eran los siguientes: en el edificio no podía haber más de mil personas (tiene cabida para más de 1.800 espectadores), incluidos orquesta, coro y personal del KKL. Todos y cada uno de los asistentes estaban listados con nombre y dirección para futuras comunicaciones. Se habilitaron el segundo y tercer piso como zonas libres donde el público podía sentarse a placer, sin otras personas alrededor. Asimismo, se dispuso un cinturón de tres filas libres en el patio de butacas con la misma finalidad de facilitar al público la movilidad y también tranquilidad de contar con una distancia de seguridad. El edificio, además del esmerado trato por parte del personal de sala, contaba con indicaciones y carteles informativos así como dispensadores de gel desinfectantes. El periódico local, Luzerner Zeitung, contó en su crónica cómo se saludaba la gente que se encontraba en el vestíbulo, cómo se chocaban los pies o los codos, y cómo unas señoras habían reservado una mesa para evitar aglomeraciones mientras bebían antes del concierto. Ese mismo periódico, que publicó una exhaustiva crítica de nuestro concierto, transmitía una reflexión sobre cuán difícil es mantener la distancia, especialmente cuando se trata de actividades tan intensas para el cuerpo o tan abrumadoramente emocionales como la nuestra. Y es que la sorpresa llegó tras pedir el saludo al coro, orquesta y solistas: invité al escenario a mi profesor Pascal Mayer, que, como director de coro, preparó los ensayos y, tras estrecharnos las manos, nos dimos un abrazo. Ese gesto, de tan absoluta normalidad en cualquier otro contexto, provocó tal asombro que le hizo percatarse al periodista de las circunstancias tan especiales en las que se desarrolló el concierto.
Afrontar la dirección de la Pasión según san Juan de Bach ha supuesto un proceso largo de preparación, de estudio, de profundización en el autor y de introspección en mí mismo; y siempre quedará en mi memoria vinculada a este debut en el KKL, con las personas y las emociones que hemos compartido en todo este proceso, en este viaje a través del dolor y la redención. Ha sido una experiencia intensa y profunda que nos ha hecho reflexionar y sentirnos comunidad. Si ya de por sí afrontar esta composición comporta un ejercicio de humildad, y más aún bajo las circunstancias de incertidumbre o miedo, la alegría final fue exponencial ante el reconocimiento que recibimos de un público aplaudiendo en pie, que nos expresaba su sentir.
Una reflexión
De vuelta en España, me pregunto qué situación nos espera. Somos conscientes de que la cultura está siendo el verdadero asidero en estos días de confinamiento. La cultura, y la música como código universal que a todos sirve, son importantes para las personas y muy relevantes para la sociedad. Pienso que el estado que estamos viviendo tiene que alertarnos sobre la condición tan precaria en que se encuentran las profesiones vinculadas a las artes escénicas; la reflexión, la objetividad y la importancia de la cultura debe a la vez avivar un cambio en los modelos de gestión. Las cancelaciones ya llegan hasta junio, por ahora, y han provocado no solo la falta de proyectos en estos meses, sino más trabajo (no remunerado) para desconvocar los conciertos y grabaciones ya planificados.
Deseo que en España nos quedemos con lo mucho y bueno que tenemos, las estupendas iniciativas que existen, y que aprendamos de otros modelos europeos, el francés o el alemán, y podamos pensar y replantear muchos aspectos para que la cultura se entienda y se valore como un verdadero eje sobre el que también gira el bienestar social y no solo el entretenimiento.
Si algo nos está enseñando esta terrible situación traída por el coronavirus, es que necesitamos el arte y la cultura para sentirnos realizados. La gente se aferra a la música, a la literatura, al cine, al teatro, a los documentales… para sobrellevar esta realidad.
Todos debemos tener claro que la cultura es algo con más valor que un mero bien de consumo, pues forma parte del estado del bienestar de las sociedades; que los presupuestos dedicados a la cultura deben entenderse como una inversión y no como un gasto; que las instituciones públicas deben gestionar la cultura con criterios estructurales que vayan más allá del cortoplacismo y deben desarrollar contenidos de calidad y plataformas culturales sólidas y de difusión del patrimonio; que las políticas culturales siempre deben planificarse desde una profunda reflexión y nunca deben ser producto de una ocurrencia; y deben dotarse económicamente.
Estas conclusiones también las he podido concretar tras la experiencia suiza. Estas maneras de actuar son las que permiten que un concierto como el nuestro del KKL, con una obra tan monumental, se celebre y se transmita. Y es lo que permitirá enseñar a las nuevas generaciones, a los nuevos públicos, qué es una obra de calidad y por qué es una obra maestra.
Nota: Este concierto ha sido seleccionado por la radio suiza Radio SRF 2 Kultur y fue grabado en directo para su retransmisión el 5 de abril de 2020 a las 16:00 h.
J.S. BACH – JOHANNESPASSION BWV 245
(Konzertsaal, KKL Lucerna, 12 de marzo de 2020)
Mauro Peter, tenor (Evangelista)
Julia Doyle, soprano
Alberto Miguélez Rouco, contratenor
Remy Burnens, tenor
Lisandro Abadie, bajo (Pedro)
Flurin Caduff, bajo (Jesús)
Serafin Heusser, bajo (Pilatus)
Pascal Mayer, maestro de coro
Accademia Barocca Lucernensis
Barockorchester & Vokalensemble
Javier Ulises Illán, director
(Fotos: Ingo Hoehn – KKL Konzertsaal)