LA RIOJA / Arranque variado e interesante de La Rioja Festival

Briones. Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. 6-V-2023. André Cebrián, flauta, Irene Alfageme, piano. Casalarreina. Monasterio de Sta. María de la Piedad. 6-V-2023. Recital Raquel Lojendio, soprano, Chiky Martín, piano. San Millán de la Cogolla. Monasterio de Yuso. 7-V-2023. Alberto Sáez Puente, órgano.
Se está celebrando la segunda edición del La Rioja Festival, hijo de la creatividad, del empeño y de la preparación musical del guitarrista Pablo Sáinz-Villegas, hijo de la región y aventurado prócer. En su primer año la muestra discurrió por los mejores caminos, y no solo los hijos de la orografía. Tras la primera piedra ha llegado la segunda, basada en una equilibrada y variada programación que queda englobada en el término Camino. La anterior llevaba como lema la palabra Raíces.
Diez conciertos que buscan un equilibrio y un didactismo cierto se dan la mano dentro de unos planteamientos más bien eclécticos y siempre con una orientación que trata de resaltar los valores de la tierra y de facilitar el acceso a los habitantes de cada pueblo, ciudad o territorio, al mensaje culto. El mensaje parece haber calado en el pueblo, que acude solícito y aplicado a cada una de las sesiones musicales y a las lecciones y cursos impartidos por los protagonistas.
Hemos podido disfrutar de tres conciertos muy distintos e interesantes. En el primero el flautista gallego André Cebrián y la pianista vallisoletana Irene Alfageme, muy bien avenidos, han desarrollado un programa englobado en la expresión Aires gitanos con obras de muy distintos autores, transcripciones en su mayor parte. Pudimos apreciar la calidez, el tornasol y la gracia del flautista ya desde el primer momento, con el Rondó gitano del Trío para piano nº 39 de Haydn, en el que aplaudimos su sentido del rubato en perfecta sintonía con el teclado. Luego, en las cuatro Danzas populares rumanas de Bartók disfrutamos con el aire popular, influido a veces por las músicas de los verbunkos. Hábil trabajo en una de ellas desde el interior del piano.
No podía faltar Sarasate con sus Aires gitanos, originalmente para violín, en donde Cebrián se lució en el extremado virtuosismo de algunos instantes. Contraste, ya en la segunda parte, con las Canciones gitanas de Dvorák, donde el instrumento de viento sonó especialmente acariciador mecido por el piano amigo de Alfageme. La cadenciosidad de algunos fragmentos de El príncipe y la princesa de la Scheherazade de Rimsky-Korsakov fue bien entendida. Lo mismo que el espíritu folklórico de la Danza de La vida breve de Falla. La Canción gitana de Manuel Infante se expuso de forma singularmente brillante.
Los tranquilos tonos medios, las ligaduras y los pianísimos, la cantabilità del Romance de la luna de Mikel Ortega tuvieron adecuada plasmación; lo mismo que la Rapsodia húngara nº 2 de Liszt, tocada por ambas partes con extremo virtuosismo. Piano en contrapunto y mucha y desbordante fantasía, que se extendió al bis: la Nana de las Siete canciones españolas de Falla, tocada en memoria de la difunta alcaldesa de Briones, quien apoyó y patrocinó el Festival. Lo mismo que hacen otras beneméritas entidades y empresas.
La soprano canaria Raquel Lojendio y la pianista madrileña Chiky Martín fueron las protagonistas del recital del mismo día por la tarde, que tuvo lugar en la bella iglesia del Monasterio de la Piedad, una pieza arquitectónica de gran valor. En la reverberante acústica –algo lógico en un templo, como habíamos ya observado en la Asunción de Briones– sonó muy bien la voz bien emitida, argentina, modulada con sapiencia de Lojendio, una lírico-ligera con propensión a lo lírico puro, que matizó lo indecible en un programa que reunía canción española e hispanoamericana y arias de ópera barroca, clásica y romántica.
El instrumento de la soprano –tranquilo, mesurado, de excelente direccionalidad y de expresivas redondeces, adecuadamente apoyado y atendido desde el teclado– se movió a sus anchas con seguridad. Las cuatro canciones de Lorca elegidas fueron muy bien cantadas. Quizás les faltó, especialmente a Café de Chinitas, algo de gracejo, de sabor popular. Las piezas de Marinero en tierra de Rodolfo Halffter tuvieron el matiz y el color justos. En el Sampedrino de Guastavino nos gustó la media voz empleada en el segmento central.
En las dos de Ovalle, Azulao y Modinha, la cadencia, el aire y la pronunciación estuvieron en su sitio. La segunda parte se abrió con la conocida Lascia ch’io pianga, antigua pieza haendeliania colocada en la ópera Rinaldo, aplaudimos el sesgo cadencioso y las lógicas libertades. Porgi amor, aria de salida de la Condesa en el segundo acto de Las bodas de Fígaro de Mozart, muy bien medida con la voz en su sitio, habríamos pedido algo más de recogimiento. Bien enfocada la famosa Io son l’umile ancella de Adriana Lecouvreur de Cilea, a falta de una mejor regulación dinámica en los compases previos al cierre y en la emisión del La bemol agudo de cierre.
Como culmen dos páginas de Puccini. En Un bel dì vedremo de Madama Butterfly, el fraseo fue bien esculpido y los pasajes recitativo adecuadamente perfilados. Poderoso, bien atacado el Si bemol final, aunque poco mantenido. Como cierre Vissi d’arte de Tosca, dicho con elegancia y buenos reguladores, con ascenso fácil a la misma nota aguda, pero a falta de un tenue filado postrero. Una hermosa propina agradeció el entusiasmo del público: un estupendo y bien delineado O mio babbino caro de Gianni Schicchi que puso fin a la actuación en la que colaboró de forma muy flexible la pianista.
El 7 por la mañana, en el órgano, aún por pulir, del Monasterio de Yuso de San Millán de la Cogolla, Alberto Sáez Puente, después de una larguísima misa, dio un recital muy cumplido con piezas de mucho interés. El instrumentista puso de manifiesto una clara digitación y un control de dinámicas muy expresivo. José Ximénez abrió (1ª Batalla de sesto tono) y cerró el concierto (2ª Batalla de sesto tono). En la segunda obra aplaudimos las contestaciones, las partes más gozosas y la brillantez de la fuga. Remate imponente.
Pausado, lento y mesurado el Preludio coral BWV 721 y ligeros y luminosos el Preludio y fuga BWV 876 de Bach. Exultante y ágil la Batalla anónima del siglo XVII; severa e íntima la Partita sobre el aria de Monica, de Frescobaldi, con estimulantes cambios de compás. Hermosa luz de vitral la derivada de la exposición, más bien introspectiva, del op. 122 nº 7 de Brahms, O Gott, du frommer Gott. En el Tiento de lleno de José Gil de Palomar bien trabajado tema de seis notas con fuga final y espectacular cierre. Como regalo ante los aplausos, el buen y docto organista expuso solo el Preludio de la conocida BWV 565. El órgano no está en condiciones para abordar también la Fuga.
Arturo Reverter