La plegaria sinfónica
Eugen Jochum afirmaba sentirse un hombre del sur. Entendámonos bien: Jochum se sentía un alemán del sur. Su figura se enmarcaba en la gran tradición de la dirección orquestal germana, con Furtwängler como indiscutible modelo, pero su ascendencia bávara también tenía importancia. A diferencia de otras batutas alemanas, la actitud de Jochum hacia la música estaba menos marcada por el intelectualismo y el idealismo, al mismo tiempo que mostraba una disposición más espontánea y expansiva. Tanto Furtwängler como Jochum veían en la música el diseño de un principio espiritual. Sin embargo, el primero concebía la vida del espíritu en términos hegelianos, mientras que el segundo la contemplaba desde una óptica religiosa. Para Jochum, el hacer música no era un ejercicio filosófico, sino una profesión de fe: algo similar al Soli Deo gloria que Bach ponía al final de sus piezas.
El sur de Jochum incluía también a Austria. Es más, la católica Austria se erigía en el núcleo ideal de ese Sur imaginado y soñado que conformaba el corazón de su repertorio. Ahí figuraban los austriacos Haydn, Mozart, Schubert y Bruckner, así como Beethoven y Brahms, dos alemanes que habían echado raíces en Viena. Fuera de este círculo selecto, otros autores en los que Jochum se empleó a fondo fueron Bach y Wagner.
Un capítulo aparte merece su relación con Bruckner. El ferviente catolicismo y la espiritualidad que caracterizaban a compositor e intérprete creaban una simbiosis absoluta, establecían una identificación perceptible desde el primer momento. Para el melómano de a pie, el nombre de Jochum lleva automáticamente emparejado el de Bruckner. Jochum fue uno de los más activos y prestigiosos divulgadores de la obra bruckneriana, cuando ésta aún no gozaba de una difusión universal ni de una aceptación unánime. Su integral de las sinfonías, grabada en los sesenta para Deutsche Grammophon, fue el canal por el que la música de Bruckner ingresó en las casas de muchos aficionados. Y hay otra integral suya, igual de valiosa, realizada entre los setenta y ochenta para el sello EMI.
Aunque anclado en la tradición, el Bruckner de Jochum ofrecía aspectos diferentes al de otros ilustres colegas. Para directores como Furtwängler o Knappertsbusch, Bruckner representaba la coronación del wagnerismo en el ámbito sinfónico. Para Jochum, en cambio, la huella wagneriana no era tan decisiva; la verdadera originalidad del discurso sinfónico bruckneriano radicaba, según él, en la tendencia del compositor a concebir la orquesta como un gigantesco órgano. De ahí el carácter menos dramático y contrastado de su Bruckner, donde las voces orquestales actúan como los diferentes registros de un único instrumento y la música parece desarrollarse más en un sentido vertical que horizontal.
El gesto de Jochum evolucionó de manera significativa con el paso de los años. Al principio era sobrio y concentrado, tanto en la expresión como en la amplitud. En el vídeo de abajo, tenemos al director en un concierto tardío con la Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam en el “Adagio” de la Séptima de Bruckner. Como se puede apreciar a partir de 0’54”, los gestos dibujan ahora arcos más generosos aunque con una sensación de acrecentada intimidad y fervor interiorizado. La dirección parece más bien una plegaria, un rezo que se va amoldando a los perfiles de la música. Creo que así era como Jochum sentía esta música y, en general, su labor de director: él era el oficiante de una oración comunitaria en la que toda la orquesta –y con ella el público– estaba llamada a participar.
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