La mujer de Chaikovski. Fantasía y variaciones sobre un tema de Antonina Miliukova
La mujer de Chaikovski. Guion y dirección de Kirill Serebrennikov. Reparto: Alyona Mijailova, Odin Lund Biron, Filipp Avdeev, Ekaterina Ermishina, Natalya Pavlenkova, Nikita Elenev, Aleksandr Gorchilin, Varvara Shmykova, Vladimir Mishukov. Música: Daniil Orlov. Rusia, Francia, Suiza. 2022. 143 minutos.
Hay que advertir que esto no es una crítica cinematográfica, por eso no nos detendremos en la soberbia interpretación de su protagonista, Alyona Mijailova [Mikhailova, en transcripción internacional] ni en la deslumbrante puesta en escena, riquísima en detalles y en reconstrucción de una época.
En el título está lo que realmente ofrece esta película. Se trata de la mujer de Chaikovski, no del propio Chaikovski. Antonina Ivánovna Miliukova ha sido persona tratada con desdén, si no con condescendencia o con animadversión. De manera que el filme –muy documentado incluso con correspondencia hasta ahora oculta– presenta al compositor y a Antonina en una secuencia de relaciones subjetivas. Y ¿no es acaso la locura un exceso de subjetividad? Ese exceso es el que describe desde la primera secuencia esta película rica en fantasías de su personaje, en secuencias que no siempre sabemos si expresan sus anhelos o sus terrores. Es, en consecuencia, un especial biopic de Antonina, no del compositor; de manera que el Chaikovski real no aparece más que en escasos momentos, y aun así no estamos seguros: el compromiso, la conocida fotografía de ambos con un libro en manos del compositor; secuencias a las que hay que añadir una que es resumen de varias situaciones reales, la del intento de llegar a un acuerdo jurídico, de divorcio, entre ella y los mediadores de ambos, a los que ella se opone, puesto que no acepta la realidad: él me ama; o incluso la estancia de Antonina en Kamenka y su relación con Sasha, la hermana del compositor.
No se detiene Serebrennikov en vilipendiar a Antonina como pobre mujer que se acuesta con tal o cual militarcillo para salir de apuros y obtener un apellido; no motiva así que se permita al fin que se apodere de ella la fantasía Chaikovski. Es lo que sí hizo Ken Russell en una película de 1973, The music lovers, que aún se deja ver, pero que siempre nos parecerá un monumento kitsch y efectista. Serebrennikov desarrolla esa fantasía a través de variantes in crescendo. El film es ese crescendo, en el que la obsesión y la frustración unidas de Antonina la llevan a la insania. Es probable que Antonina fuera un ser débil y propicio a tal desarreglo, pero como bien describe Alexander Poznansky en su Chaikovski. Vida (Akal, 2023), espléndida biografía que ya hemos reseñado en esta página, la responsabilidad del compositor es innegable. Pero aquí partimos de lo que Antonina sabe, de lo que percibe y quiere que sea real, de su negativa a esa realidad; y sus ensueños, obsesiones, fantasías no tocan aspectos que la Antonina real desconoció o apenas conoció. Por ejemplo, la relación epistolar y dineraria de Chaikovski con Nadezhda von Meck, aquí por completo ausente y ni siquiera mencionada. Leo en alguna reseña crítica que un defecto de este filme es la ausencia de un desarrollo de Chaikovski como personaje. Pero es que es Antonina quien lo va desarrollando al cabo de los reveses y frustraciones de su relación con Chaikovski, que ella pretende que se puede recuperar, que ella nunca acepta como imposible.
La secuencia de arranque ya nos sitúa en la dramaturgia del filme: Chaikovski ha muerto, hay una multitud alrededor de la casa en que se encuentra el cadáver, Antonina se abre paso, llega hasta el cuarto en que algunos allegados velan el cadáver. Y el cadáver se levanta para mostrar su indignación por la presencia de Antonina. Una de las secuencias más fuertes e inesperadas, pero habrá muchas en las que, sin tanto efecto, se desborde la fantasía de Antonina (como cuando ella penetra en un club claramente homosexual y habla con el compositor, que sigue siendo su marido). Tanto Poznansky como Serebrennikov, cada uno a su modo y según la oportunidad del relato, enfrentan la homosexualidad de Chaikovski, pero tratan de evitar los tópicos sobre el tormento del músico o su supuesto afán de ocultar al mundo esa condición. Tampoco Serebrennikov exagera ese aspecto, pero en realidad quien mira y quien percibe es ella. Porque en esta película todo es “la mujer de Chaikovski”. La película no es solo un entrelazarse de secuencias subjetivas, pues también se entrelazan los tiempos y los espacios, y una sola secuencia puede abarcar varios momentos o varios lugares distantes. Es el viaje a la locura; Antonina sobrevivió veintitrés años a Chaikovski, y si su empeño fue ser siempre su esposa, no divorciarse a pesar de que tuvo tres hijos más tarde, todo ellos enviados al orfanato y fallecidos prematuramente, vivió hasta febrero de 1917 (justo cuando la caída de la dinastía Románov) como su viuda; y acaso fue ese su logro personal. La sensibilidad de Antonina llega a su culminación cursi (de ella, no del film) en el retrato que sueña hacerse con el compositor y sus tres angelitos ya fallecidos, fruto de su relación con otro hombre.
Creo que se trata de una muy buena película, muy en la línea (lo veremos) de Serebrennikov. Puedo comprender, pero no comparto, algunos reproches que ha recibido. Con lo que se lleva dicho hay algo que queda claro: en el filme penetrarán quienes estén algo familiarizados con la peripecia biográfica de Chaikovski, que sepan de su homosexualidad y la importancia que tuvo en su vida, que conozcan el fracaso inmediato del matrimonio del compositor con Antonina Ivánovna. Pero a menudo las cosas son así en cine y en teatro. En estos momentos se puede ver en cine la película Oppenheimer, de Christopher Nolan. Para comprender la secuencia de casi tres horas de este filme hay que conocer bastantes cosas de la historia en tiempos de entreguerras y en el comienzo de la guerra fría. No hace falta conocer tanto para entender La mujer de Chaikovski. Pero acaso sea necesaria una virtud que saben desarrollar algunos cinéfilos: plantarse ante la pantalla y dejarse llevar por ese mecanismo que consiste en deducir, cuando no adivinar, lo que nos esboza la película toda. La partitura es permanente, con piezas de Chaikovski no siempre respetadas en el original, hasta la impactante, pero no efectista, secuencia última con música de Daniil Orlov, responsable de todo el soundtrack que va de la mano de las alucinaciones de Antonina, víctima de un sistema y de sí misma.
Pero habría que situar La mujer de Chaikovski junto a otros títulos de Serebriannikov. Es lo que haremos en un próximo artículo.
Santiago Martín Bermúdez