La mano izquierda de Furtwängler
En sus Conversaciones sobre música, Wilhelm Furtwängler narra que una vez un joven colega le preguntó qué hacía él con la mano izquierda. “Mientras pensaba la respuesta, caí en la cuenta de que, a pesar de mi experiencia como director durante más de dos décadas, nunca me lo había planteado.” Las conversaciones son de 1937; casi quince años después (1951), estos ensayos de la Inacabada de Schubert dan la sensación de que el gran director sigue sin tener claro el asunto. La mano izquierda de Furtwängler no era precisamente modélica: poco incisiva, incierta, no siempre bien coordinada con la derecha, sus movimientos arrojaban a veces cierta confusión.
Furtwängler nunca fue un gran técnico de la dirección orquestal. Pero lo que en otros directores puede ser objeto de crítica, en su caso es motivo de admiración. Interpretar significaba, para Furtwängler, identificarse por completo con la obra musical y con su forma orgánica, ser uno con ella hasta el punto de olvidarse de sí mismo. En su opinión, la cuestión de la “técnica” surge en el momento en que esta comunión espiritual entre intérprete y pieza musical se pierde. El intérprete deja entonces de disolverse dentro de la obra y se percibe como alguien separado de ella; así es como empieza a fijarse en sus propios gestos y a preocuparse por mejorarlos. Su objetivo a partir de ahora será el control, la eficiencia, y como resultado habrá interpretaciones perfectas, brillantes, virtuosísticas, pero sin alma.
Furtwängler no daba demasiada importancia a la técnica. Si hay arte, el arte encontrará su técnica. Pero si prima la técnica, ésta no encontrará su arte. Furtwängler polemizaba con aquellos directores (Toscanini) que ensayaban mucho para que el concierto fuese una réplica exacta de los ensayos. Para él, la música era un organismo vivo y esto implicaba en cada actuación un grado mínimo pero necesario de improvisación, determinada por la inspiración del momento y la espontaneidad. “Lo único que siempre se puede ensayar son los detalles… Sólo los detalles se pueden preparar, calcular, poner en alcohol; una unidad completa en sí misma, por el contrario, permanece hasta cierto punto inconmensurable.”
Furtwängler no veía a la orquesta como un sujeto pasivo, un mero receptor de consignas que debían reproducirse en el escenario de una manera mecánica. La verdadera interpretación surge, según él, de la interacción espiritual entre director y orquesta. Desde esta perspectiva, cabe preguntarse si la imprecisión de su gesto no fuese, en realidad, algo intencionado. No digo que Furtwängler cultivase adrede un gesto confuso, sino que pudo sacar provecho de una limitación y convertirla en una baza. A lo mejor, la imprecisión de su gesto buscaba sacar a los músicos de la orquesta de su “zona de confort”, los obligaba a dar un paso adelante, a interactuar con la batuta y ser elementos activos del proceso de interpretación.
Furtwängler consideraba que las buenas orquestas eran las más propensas a la rutina, a regodearse en su propia destreza. Las buenas orquestas eran las que con mayor facilidad podían caer en los atractivos sortilegios de la “técnica”. Y Furtwängler tenía enfrente a la mejor de todas: la Filarmónica de Berlín. La imprecisión de su gesto pudo ser entonces su propia receta para que cada interpretación esquivase todo peligro de previsibilidad y de brillantez superficial. Así actuaba la mano izquierda de Furtwängler.
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