LA CORUÑA / Zapata en sus zapatos
La Coruña. Palacio de la Ópera. 13-XII-2019. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director y tenor: José Manuel Zapata. Director escénico: Paco Mir. Obras de Rossini, Johann Strauss I y II, Verdi, Mozart, Padilla, Chaikovski, Schumann, Brahms, Bach y Beethoven (en arreglos de Juan Francisco Padilla).
José Manuel Zapata (Granada, 1973) ha sido, como sabe cualquier aficionado, un magnífico tenor, especializado en papeles rossinianos, a quien diera la alternativa hace años nada menos que Alberto Zedda —ahí está en disco su Don Ramiro de La cenerentola con Joyce DiDonato bajo la dirección del inolvidable maestro milanés—. Desde hace unas temporadas, ha encarrilado su carrera profesional hacia otros derroteros lejos de los nervios del repertorio lírico, pero acordes con su evidente vocación comunicadora y su muy natural dominio de las tablas.
De esa vocación y de ese dominio nace este Concierto para Zapata y orquesta que ha incluido la Orquesta Sinfónica de Galicia en su abono de temporada, lo que significa integrar una propuesta aparentemente menor en el devenir de un ciclo que se supone de otra altura. La respuesta de los abonados ha sido unánime a favor, a la vista del lleno absoluto y al escuchar los aplausos con que agradeció un espectáculo que, vaya por delante, es, en general, muy divertido. Zapata, además, supo culminar su actuación con un encendido elogio de la OSG —“ustedes tienen aquí un Ferrari musical”— que provocó una de las mayores ovaciones que la orquesta seguramente recuerde. Una orquesta que demostró muy buen talante para el humor encabezada por su concertino en la ocasión, Vladimir Prjevalski, quien hizo gala de una muy curiosa, se diría que por indeseada, vis cómica.
La verdad es que a este crítico estas propuestas, sobre el papel, le atraen poco. Pero hay que decir que la de Zapata se defiende muy bien, con una dirección escénica, mínima pero eficaz, de Paco Mir y los arreglos musicales de Juan Francisco Padilla, estupendo en su Macarena Mozart, pero no tanto añadiendo platillos a la Quinta de Beethoven. No se trata ni de un programa pedagógico ni de un espectáculo para niños, tampoco posee toque canalla alguno, y sus guiños se dirigen a un público con cierta experiencia, aunque a veces caiga en los tópicos o repita gags ya conocidos, eso sí, acreditados por el propio Zapata desde el primer momento al nombrar a Danny Kaye como su fuente de inspiración. Ese conocimiento del medio le lleva a acertar de pleno en la crítica a la propia audiencia y sus ruidos habituales reflejada en el Aria de la Suite en Re de Bach —rematada con un comentario tan breve y conciso como eficaz— o a la divertidísima visión del director de frente al respetable y de espaldas a la orquesta en una Marcha triunfal de Aida de Verdi en la que estuvo excelso en la desafinación pedida por el arreglo el trompeta John Aigi Hurn.
La ópera concentrada y hecha con retales que abría la segunda parte fue una burla inteligente a la estupidez de tantos libretos mientras la presentación como director de uno de esos ositos chinos a pilas que mueven el brazo derecho fue de un efecto hilarante en la Marcha Radetzki. Como cómico que se precia, Zapata hizo referencias a la actualidad. Por ejemplo, al “no es no” en La donna e mobile, con lo que equilibró algunos gestos arriesgados pero bien resueltos en la Marcha triunfal. Y para riesgos el de presentarse comparando su trabajo como tenor y director con el de Plácido Domingo, lo que puso al público un poco al borde del asiento, bien resuelto finalmente. Poco logrados, sin embargo, el gag con la hermosa canción del Diechterliebe de Schumann y Heine —muy sobado el ejemplo de los problemas de cantar en alemán— y las diferencias entre cómo dirigiría la Danza rusa de Cascanueces un italiano y un americano, tan previsible como hoy por hoy inexacto.
Todo terminó con un encore rockero ya casi tan clásico como lo escuchado antes y que el público coreó tal y como generacionalmente le correspondía. Un buen rato, pues, para olvidar las penas de cada día con un Zapata que se encuentra muy cómodo en sus zapatos nuevos.
Luis Suñén