LA CORUÑA/ Una ‘Bohème’ musicalmente magnífica
La Coruña. Palacio de la Ópera. 8-IX-2024. Temporada Lírica de Amigos de la Ópera. Miren Urbieta-Vega, Celso Albelo, Massimo Cavalletti, Helena Abad, Simón Orfila, Manuel Mas, Mateo Peirone, Pablo Carballido, Jacobo Rubianes, Alfonso Castro. Orquesta Sinfónica de Galicia. Coro Gaos. Coro Infantil Cantabile. Director musical: José Miguel Pérez-Sierra. Director de escena: Danilo Coppola. Puccini: La bohème.
Después de diecisiete años, y en este del centenario de la muerte de Giacomo Puccini, volvía La bohème a la programación de la Temporada Lírica de A Coruña. Y con toda seguridad lo hacía provocando en el público la misma reacción, esa que proviene de las buenas artes de su autor a la hora de traducir en música un drama amoroso inserto en un ambiente que tanto dio de sí en la época de su composición. Las generaciones se suceden, unos críticos siguen tratando de criticar a Puccini porque les parece que las cartas de su juego están marcadas, otros creemos que las juega con una maestría indudable y, en realidad, tanto da porque con esta ópera sigue metiéndose al público en el bolsillo desde que Arturo Toscanini dirigiera su estreno el 1 de febrero de 1896 en el Teatro Regio de Turín. Esa es la pura de verdad y, lo otro, materia de discusión seguramente tan inacabable como inútil.
Musicalmente, la representación coruñesa del pasado domingo ha sido de mucha altura y ha funcionado como un reloj. Empezando por una Orquesta Sinfónica de Galicia en plena forma. José Miguel Pérez-Sierra, en la mejor prestación de cuantas le recuerda este crítico, ha firmado con ella una versión digna del foso de cualquier gran teatro de ópera por el mundo adelante. Comprende a la perfección el lenguaje pucciniano y alcanza las emociones que contiene sin forzar su prosodia. La forma de subrayar cada leitmotiv es perfectamente natural y al mismo tiempo pertinentemente narrativa. Y con esos atriles sí se puede. Es una pena que parte del público coruñés mantenga esa mala costumbre que comparte con el de algunos teatros y que consiste en aplaudir antes de que terminen las frases finales, en este caso del primer y del cuarto acto, es decir, se prive a quien tiene derecho a escucharlo de esos últimos compases que también forman parte de la partitura y que representan un buen ejemplo de la sutileza orquestadora de su autor a la hora de rematar la faena.
En una muy ilustradora entrevista de Ana García Urcola aparecida en estas mismas páginas, Celso Albelo explicaba su decisión de, sin abandonar el repertorio belcantista en el que se ha movido durante años, dedicarse a los personajes puccinianos. Su Rodolfo es una muestra de inteligencia canora, de arrojo controlado, pero también de buena técnica y la muestra de que su voz puede asumir el desafío con garantías. Su primer acto fue ejemplar y muy bueno el último. Miren Urbieta-Vega hace una Mimí muy controlada en lo actoral —quizá demasiado en el segundo acto pero muy adecuadamente en el último, donde no cae en exceso dramático alguno ni en fragilidades forzadas— e irreprochable en lo canoro. Su presentación a Rodolfo, después de que este hubiera hecho la suya como dejándole en bandeja un desafío que era también una invitación, fue creciendo en intensidad expresiva y en demostración técnica. Es una estupenda soprano, con un recorrido vocal amplio y una voz bella y bien armada. La verdad es que la pareja, que ya había protagonizado la ópera en el Euskalduna bilbaíno en el pasado mes de mayo, funcionó sin fisuras, gustó y emocionó.
Noble y creíble el Marcello de Massimo Cavalletti en ese papel que reúne a un enamorado, un celoso, un engañado y un filósofo del amor. Su querida Musetta fue Helena Abad, pimpante y extrovertida, estupenda actriz, a la que le faltó algo de proyección en la voz y que tuvo su mejor momento, ya ven, en una sola frase, cuando en el cuarto acto dice: “Io Musetta”. Simón Orfila es oficio puro e hizo como Colline una sentida Vecchia zimarra aunque con un punto de más en el vibrato. Impecable Manuel Mas como Schaunard y con la bis cómica que requieren ambos personajes Matteo Peirone como Benoît y Alcindoro. Muy bien el Coro Gaos y el Coro Infantil Cantabile en esa especie de totum revolutum en que se convierte la puerta del Momus.
La puesta en escena fue harina de otro costal, pero qué le vamos a hacer si hay los dineros que hay y dos funciones dan para lo que dan. La propuesta del Luglio Musicale Trapanese es como de economía de guerra por no decir de andar por casa, y más cuando debajo de ella hay una orquesta como la que había a la sazón. Una semiesfera que sirve para acoger la buhardilla de los bohemios —tienen cierta gracia las chimeneas—, el café Momus y la posada. La nieve se representa por lo que parecen unos como amasijos de algodón con los que los cantantes procuran no tropezar. Los niños que pululan por lo alrededores del Momus van el día de Nochebuena muy poco abrigados con lo que se supone que pueden acabar como la propia Mimí pero antes de tiempo. Por momentos daba la sensación de que, puestos a ahorrar, hubiera sido mejor una versión semiescenificada, pero lo que salía de foso y cantantes era tan bueno que acababa dando igual tan irrelevante propuesta escénica.
Luis Suñén
(fotos: Alfonso Rego)