LA CORUÑA / Una aventura respetuosa
La Coruña. Coliseum. 30-X-2020. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Dima Slobodeniouk. Wagner-De Vlieger, Tristán e Isolda.
Nuevo concierto bajo mínimos —o bajo máximos más bien— de público en el enorme Coliseum coruñés. Poco más de medio centenar de espectadores que para llegar debieron soportar el atasco consecuente con las (necesarias) medidas de confinamiento a que la ciudad debe someterse hasta el martes. Las poquísimas entradas que se ponen a la venta se siguen agotando enseguida y la orquesta responde con el mismo entusiasmo que si el local estuviera lleno hasta los topes. Como responde también a los aplausos insistentes de una audiencia tan escasa como solidaria y que esta vez no quiso perderse un concierto poco convencional. Una sola obra en programa de una hora de duración, la paráfrasis, llamémosla así, de Tristán e Isolda de Wagner, obra del percusionista holandés Henk de Vlieger (Schiedam, 1953), compuesta en 1994 y que se suma a otras aventuras semejantes emprendidas por él mismo a partir de El anillo del nibelungo, Parsifal, Los maestros cantores o hasta los juveniles Dos entreactos trágicos. La obra se estrenó en Berlín en 2002 por la Deutsches Symphonie-Orchester dirigida por Kent Nagano y en España fue ofrecida por vez primera por la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias dirigida por Perry So, en Gijón, el 19 de abril de 2018.
En la partitura el intento figura como “compilación sinfónica” con el subtítulo de “Una pasión orquestal” y la suma de ambas definiciones da como resultado la naturaleza del empeño. En efecto, se trata del desarrollo a modo de poema sinfónico en siete episodios de las líneas básicas de la partitura original centrada de manera muy especial en la relación temática y con la idea de otorgar al resultado una suficiente consistencia dramática. Un resultado que hay que comenzar por decir que es muy bueno. Y decirlo desde la idea de que resultaría banal partir de la comparación estricta con la ópera para llegar a la conclusión de cuántas cosas, detalles dramáticos, inflexiones de esa expresividad que corresponde a la voz en el original wagneriano se quedan fuera. O que si Wagner no lo hizo mejor no tocarlo. Creo que no hay que ponerse ni demasiado exigentes ni demasiado estupendos, sobre todo a la hora de valorar la eficacia estrictamente musical de un intento que se sigue con atención nunca decreciente, sea esta la entre morbosa y beckmesseriana del rigorista irredento o la más natural de quien se sienta en su butaca a escuchar qué pasa. Ambas posibilidades confluyen, creo, en la evidencia de un respeto, un oficio y un saber hacer irreprochables que, además, digamos que como ventaja colateral, permiten al oyente descontextualizar determinados pasajes y acercarlos a músicas que les son cercanas, así Romeo y Julieta de Berlioz o Psyché de César Frank.
Como sucede con el original, para hacer esta música como es debido hay que ser muy bueno, quiere decirse la orquesta y su director. Y tanto la OSG —de la que se despedía por jubilación el contrabajo Serguei Rechetilov— como su titular estuvieron a la altura del origen del empeño en una formidable versión que, naturalmente, culminó en una muy emocionante Liebestod. Todos los principales de cada grupo respondieron con la clase que les conocemos, pero hay que destacar esta vez muy especialmente a la corno inglés Tania Ramos, que negoció con bravura, estilo y virtuosismo su tremendo solo en el cuarto episodio de la obra.
Luis Suñén