LA CORUÑA / Torres y Shostakovich: una cierta grandilocuencia, una cierta mansedumbre
La Coruña. Palacio de la Ópera. 2-II-2024. Ludwig Dürichen, violín. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Andrés Salado. Obras de Torres y Shostakovich.
Muy interesante el programa propuesto por Andrés Salado y la Orquesta Sinfónica de Galicia para su concierto del viernes: una obra concertante de uno de los mejores compositores españoles del presente y la que inauguraba uno de los catálogos sinfónicos más importantes del siglo XX: la Primera de Shostakovich.
Jesús Torres (Zaragoza, 1965) forma parte de una generación en la que figuran igualmente Mauricio Sotelo, José María Sánchez Verdú, Jesús Rueda, César Camarero o David del Puerto, es decir, de una promoción sobresaliente que comparte una formación impecable —en la que aparecen nombres como Luis de Pablo o Francisco Guerrero y, en el caso de Torres, Francisco Calés— y una técnica compositiva de primera clase. Esa técnica aparece en su Concierto para violín y orquesta, de 2012, en el que mucho se fía a una expresividad que viene dada por lo que podríamos llamar una retórica musical muy directa que pareciera querer ir al grano en su relación con un oyente al que tampoco le interesara demasiado el análisis. Es muy de agradecer la idea de Torres de hacer buena música por encima de cualquier cosa, de no entretenerse a la hora de analizar su creación en discursos al uso, que pretenden ser teóricos y no son sino tópicos. Pero también me parece que su Concierto se basa más en la cáscara que en la esencia. Una cáscara sólida, hay que decirlo, por más que un punto grandilocuente, que empieza a formarse con una apelación al minimalismo más ortodoxo —eso que sucede igualmente en su deslumbrante, y valga la redundancia, Splendens—, a apelar en algún momento a Berg y hasta a Korngold y a endurecerse a través de un oficio que se impone implacable e impecable. El violín va del vuelo no cumplido a la insistencia en el uso del ostinato o al remanso sólo aparente de lo que pueden parecer cadencias pero no lo son. El estilo acaba por imponerse sobre la idea y quizá por eso es aún más de agradecer el magnífico final —una brizna de emoción al cabo— con el violín cerrando la partitura en solitario que el solista, el ayuda de concertino de la OSG, Ludwig Dürichen, resolvió con verdadera unción.
¿Cuánto ha podido influir la versión escuchada en esta sensación algo decepcionante respecto a un autor que ha escrito piezas tan magistrales como Apocalipsis o Sinfonía? Pues probablemente algo sí, si tenemos en cuenta la cautela —lógica— del solista, ante una partitura no precisamente de repertorio, y el cierto desequilibrio sonoro que en ocasiones mostrara una orquesta casi siempre a todo trapo con respecto a un violín al que se le debiera haber escuchado mejor en los momentos comunes. Reservas que, a la vista de su reacción, el público no compartía con este crítico. El triunfo de los protagonistas —incluido entre ellos el autor, presente en la sala— fue clamoroso y Dürichen, fervorosamente aplaudido por compañeros y audiencia, ofreció dos encores: Bach e Ysaÿe.
En la segunda parte, Salado dibujó la Primera de Shostakovich como la obra temprana de un compositor que muestra buenas maneras y alguna idea digna de tener en cuenta. A servidor no le cupo atisbar más allá. No es que haya que encontrar en ella esa ironía que habrá de caracterizar al autor más adelante ni imposibles segundas intenciones porque aún no había llegado su tiempo, pero sí prever ese talento que luego devendrá en genio o divertirse un poco con alguna travesura sorprendente. El titular de la Orquesta de Extremadura planteó una lectura suave, se diría que hasta mansa, sin especiales accidentes topográficos en su partitura, siempre amable, sin aristas y con un ojo más en las influencias aparentes —Rimski en el Allegro— que tratando de abrir los del oyente ante lo que prometía el joven Dmitri Dmitrievich. Es una opción, pero uno echó de menos algo más de energía, de compromiso con el veinteañero brillante y todavía un poco ingenuo. Como en la primera parte, la OSG —con la irlandesa Mairead Hickey como concertino invitada— estuvo como siempre, es decir, estupenda, con mención honorífica para la pianista Alicia González Permuy, el clarinete Juan Ferrer, el trompeta Manuel Fernández, el violonchelista Raúl Mirás, el trompa Nicolás Gómez Naval, el oboe David Villa, el timbalero Fernando Llopis… e tutti quanti.
Luis Suñén
(foto: Pablo Sánchez Quinteiro)