LA CORUÑA / Scarlatti en la Marina

La Coruña. Teatro Rosalía de Castro. 21-I-2020. Alessandro Scarlatti, Concierto en do mayor para flauta, dos violines, violonchelo y continuo. Filio, mio caro, H.263, Quella pace gradita, H610, Tu sei quella che al nome, H743. Eugenia Boix, soprano. Filippo Mineccia, contratenor. La Ritirata. Director y violonchelo: Josetxu Obregón.
La Sociedad Filarmónica de A Coruña vuelve a insistir en la importancia del repertorio llamado antiguo y, de paso, en la solvencia de sus intérpretes españoles. Si en la pasada temporada fueron estos La Real Cámara, Forma Antiqva y Al Ayre Español, en esta se ha encomendado a La Ritirata tan noble esfuerzo. Una forma de ampliar horizontes programadores y hasta de renovar públicos en la medida justa como para complacer a todos, socios y aficionados.
Venía el grupo que dirige Josetxu Obregón con material correspondiente a su disco dedicado a las cantatas con flauta y violín de Alessandro Scarlatti publicado el pasado año por Glossa, bien es verdad que con algunos cambios de nombres en el reparto. Así, mientras permanecían Tamar Lalo a la flauta, Hiro Kurosaki a uno de los violines y Daniel Oyarzabal al clave, se presentaban como novedad respecto a la grabación el segundo violinista, Adrián Linares —cuya ya lejana, aun siendo tan joven, y competente dedicación a la música antigua sorprendió a algunos de quienes le ven todas las semanas con la Orquesta Sinfónica de Galicia—, y la soprano, siempre fiable en este repertorio, Eugenia Boix.
Uno diría que lo más interesante de las versiones de La Ritirata estuvo en el equilibrio hallado entre delicadeza y expresividad, pero sin dejar de lado algo fundamental en estas músicas: la capacidad de invención de su autor, eso de lo que está lleno el barroco de primera fila en cuanto se indaga un poco justo debajo de lo que sería pura apariencia para ese cierto público que se cansa enseguida más allá de la sota, el caballo y el rey. Para ese equilibrio del que hablábamos hace falta pericia técnica y sensibilidad traductora. Y no faltó nada de ello. Triunfó el contratenor Filipo Mineccia, por voz, por actuación, por valentía —me dio la sensación de que ha crecido con respecto al disco—, y por estilo. Algo más comedida en su elegancia canora la soprano Eugenia Boix, estupenda en el aria “Teco o mesta tortorella” de la H.610, mientras el conjunto instrumental ofrecía momentos de altura más allá de su muy buena prestación en el Concierto en do mayor. Así, las sinfonías de las cantatas Filen, mio caro y Quella pace gradita, la intervención de Kurosaki en el aria “Crudel, tiranno amore” de esta última, la de Lalo en “Dal nome al tuo credei” de la H743 y la de los dos en “Teco o mesta Tortorella” en la H.610 —ah, esas tortolillas scarlattianas como la de Bella Madre dei Fiori—. Oyarzabal es siempre un seguro de vida artístico y Obregón se lució cuando correspondía y concertó con inteligencia y arte. Como encore, el dúo Vanne e vivi con la speranza de Nicola Porpora reunió a los dos solistas vocales y culminó un concierto magnífico.