LA CORUÑA / Sara Ferrández y Juan Pérez Floristán: primero la música
La Coruña. Teatro Rosalía de Castro. 15-III-2022. Sara Ferrández, viola. Juan Pérez Floristán, piano. Obras de Enesco, Schumann, Vieuxtemps, Falla y Hindemith.
La madrileña Sara Ferrández es la artista residente en la presente temporada de la Sociedad Filarmónica de A Coruña, si no me equivoco una figura nueva en la historia de la más que centenaria institución. Y con este recital culminaba una presencia que, excelente idea en sí misma, incluyó además un concierto con la Orquesta de Cámara Gallega y unas clases magistrales de viola y música de cámara.
El programa era muy atractivo, pues mostraba muy bien las virtualidades del instrumento a través de obras bien distintas, todas quizá unidas por el afán de una expresividad muy clara a través de vehículos bien diversos, desde un virtuosismo sin ambages hasta la esencialización de lo popular pasando por lo que la propia viola, tan preterida por el repertorio, tiene de lo que podríamos llamar voz sentimental: en el mejor sentido de la palabra, naturalmente.
Sara Ferrández, de 1995, y Juan Pérez Floristán, de 1993, son dos de nuestros mejores solistas jóvenes. Ella posee un bello sonido, se entrega sin reservas en lo expresivo y a sus años muestra una muy positiva realidad que habrá de mejorar aún más con el tiempo. La viola no es el violín y los fuegos artificiales que a veces tanto se valoran en este deben ser en aquella luces bien situadas en un paisaje sin trampas. Da la sensación de que Ferrández, todavía muy joven, lo sabe bien y en su mano está crecer como su momento actual invita a pensar sin dudas.
Hablar de acompañamiento en estas obras no tiene demasiado sentido pues en algunos casos son igualmente exigentes para el piano que para el violín. Y contar con Juan Pérez Floristán es un seguro de vida para quien sea su compañero a la sazón y un lujo para el oyente, que se encuentra con un piano expresivo, poderoso y hasta arriesgado a veces pero también adecuadamente lírico cuando de ello se trata. El dúo demostró desde el principio —la endiablada Konzertstück de Enescu— su compenetración; en las Siete canciones populares españolas de Falla —que Ferrández, comentó, leía de la partitura para voz y piano— mostró un arrebato bien medido; la Elegía de Vieuxtemps gozó de toda su melancolía un poco impostada pero hermosa; y el Adagio y Allegro, op. 70 de Schumann tuvo lo que ofrece de exaltación propia de la firma. La Sonata, op. 11 nº 4 de Hindemith —mucho menos adusta de las que escribiera para la viola sola— reveló la sabiduría del autor con el que fuera su instrumento como profesional y fue uno de los momentos en los que los protagonistas de la velada mostraron su clase con mayor evidencia.
Tanto Ferrández como Pérez Floristán son simpáticos y capaces de meterse al público en el bolsillo. No sé si acostumbran a hacerlo pero, en esta ocasión, sus comentarios entre obra y obra, o incluso entre fragmentos de ellas —en Falla— resultaron algo improcedentes. Muy extensos, en momentos derivaron hacia cuestiones personales, todo lo ‘entrañables’ que se quiera pero que nada tenían que ver con la música. Gustaron a una parte del público, pero también molestaron a otra. A los primeros podría entretenerles el formato mientras al resto les quebraba la concentración. Seguramente fuera la falta de programa de mano lo que diera lugar a esas intervenciones. Es verdad que se trata de ahorrar como sea pero en estos casos no hace falta siquiera recurrir al papel impreso, pues una QR a la entrada, en sitio bien visible, permite cumplir con los mínimos informativos y alejar de quienes deben hacer música la tentación de hablar demasiado. Hubo hasta quien miró el reloj a ver cuánto se había tocado y cuánto dado explicaciones y agradecimientos. Y es que, siempre, lo primero debe ser la música.
Luis Suñén