LA CORUÑA / Regalo navideño de la OSG
La Coruña. Palacio de la Ópera. 21-XII-2022. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Roberto González-Monjas. Obras de Humperdinck y Williams.
En menos de una semana Roberto González-Monjas ha confirmado por qué su nombramiento como titular de la Orquesta Sinfónica de Galicia ha sido un acierto pleno. Y lo ha hecho en el marco de algo que a veces no es más que un detalle de las orquestas para con sus abonados o con ese público en general que no suele acudir a los conciertos, por así decir, normales. En esta ocasión, el de Navidad, casi siempre y en casi todas partes entre lo festivo y lo protocolario, ha servido para que los abonados que vieron al maestro el fin de semana pasado repitieran y los avisados por aquellos decidieran no perdérselo. Entre todos llenaron el Palacio de la Ópera.
Toda la primera parte estuvo dedicada a la paráfrasis orquestal de la ópera Hansel y Gretel de Humperdinck con “concepto de Roberto González-Monjas y arreglo de Takahiro Sakuma”, es decir, llevada a cabo con un método de trabajo idéntico al de Manfred Honeck y Tomas Ille con la Elektra de Richard Strauss. El resultado es simplemente magnífico, una suerte de puesta en valor —y qué valor— de la inspiración y el oficio de un Humperdinck demasiado frecuentemente tomado como un simple satélite que girara en torno al planeta wagneriano. La propia ópera muestra en su escritura original ese genio que a veces aparece en el conjunto de una producción que no siempre llega a brillar de ese modo —aunque se acerque en Königskinder— y el arreglo no sólo no desmiente esa evidencia, sino que abunda en ella. Y lo hace desde una progresión lógica en sus episodios que hace que la atención se mantenga como si se tratara de un tan caudaloso como claro poema sinfónico. Por cierto, no sé si se tratará de un homenaje privado al hecho de que González Monjas sea violinista el hecho de que sea precisamente el violín quien protagonice el maravilloso Suse, liebe Suse con el que arranca la ópera después del preludio.
Precisamente en ese tratamiento plenamente sinfónico es dónde estuvo el quid de la cuestión. Humperdinck apareció en su sitio, mucho más cercano a Richard Strauss —que fue precisamente quien estrenó la ópera en Weimar en 1893, cuando ya había escrito Macbeth, Don Juan y Muerte y transfiguración— que a ese Wagner que tanto le influyó en su dramaturgia musical. Desde esa cercanía planteó González Monjas su lectura, apoyado en una cuerda suntuosa, unas maderas delicadas y exactas, unos metales rutilantes y una percusión medidísima, fraseando con elegancia, distinguiendo planos con una claridad admirable, yendo de lo amable a lo mesuradamente dramático, de lo lírico a lo exultante con pleno sentido de la narración. Todo ello quedó perfectamente explicado a través de algo de lo que estos días, con el cambio de titularidad de la OSG, ha estado en entrevistas y mentideros: el sonido, de dónde viene, si cambia con las batutas o no. Pues bien, si estábamos esperando un sonido González-Monjas, ahí está. Todavía con mayor claridad que hace una semana. Y naciendo, no hay quien lo disimule, de una inocultable comunión entre maestro y orquesta.
La segunda parte incluyó tres fragmentos de bandas sonoras de John Williams —En busca del arca perdida, Harry Potter y ET—, es decir, música de excelente factura y que hay que hacer muy bien, y concluyó con un popurrí de villancicos en arreglo “del gran Leroy Anderson”, como afirmó el propio González-Monjas, ofrecido como encore. No estuvo nada mal ponderar así al músico estadounidense, epítome de la mejor light music. Un extraordinario concierto, desde su planteamiento a su resultado.
Luis Suñén
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