LA CORUÑA / Prueba de resistencia

La Coruña. Palacio de la Ópera. 12-V-2023. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Giancarlo Guerrero. Mahler: Sinfonía nº 7.
La Séptima es quizá, en la suma de lo formal y lo anímico, la más compleja de las sinfonías mahlerianas. La menos querida también por músicos y audiencias, la menos programada por ello —era la segunda vez que aparecía en el abono de la Orquesta Sinfónica de Galicia en una historia ya de treinta años, como muy bien recordaba en sus excelentes notas al programa Pablo Sánchez Quinteiro. Y es que la Séptima necesita no ya un orgánico muy amplio sino muy competente, exige el máximo de cada atril y del conjunto y pide también al oyente una concentración muy especial, que le ayude a no perderse frente al cúmulo de preguntas que se le plantean y a no apoyarse sino lo justo en partidarios y detractores de la obra.
En una entrevista concedida a El Ideal Gallego, Giancarlo Guerrero declaraba que sólo hacía esta sinfonía porque sabía que iba a contar con la Sinfónica de Galicia, lo que por encima de ser un elogio a la formación coruñesa ejemplifica muy bien las reservas propias del caso. Poner en pie semejante edificio requiere de muy buenos cimientos y de un dominio parigual de las artes decorativas, pues no todo es hondura aquí y los guiños aparecen en distintos momentos y en formas diversas para completar ese mensaje que Mahler —que nunca da puntada sin hilo— se dirige siempre a sí mismo. Pero Guerrero es maestro sólido, conoce bien a los músicos y luce en cada nueva visita esa madurez acrecentada que es la que le va llevando cada vez con más frecuencia a podios de altura.
El trabajo de orquesta y maestro fue creciendo compás a compás, ganando esbeltez a partir de una prueba inicial de los materiales puestos en juego y que después mostraron su resistencia. Las primeras frases —impecable el tuba tenor Ignacio Fernández Rodríguez— ya obligan a mucho y desde ellas fue adquiriendo el discurso lógica y seguridad, de manera que a la extrañeza que aún siguen suscitando determinadas soluciones de escritura se le enfrentara la necesidad de resolver una expresión a la que no le bastara con las normas dadas. Explicar lo que tiene la pieza de transgresora de la norma sinfónica, mientras al mismo tiempo la asume, fue una de las claves del éxito conceptual de Guerrero, que supo encontrar el papel de las dos Nachtmusik —magníficos los compases finales de la segunda de ellas— como marco del tremendo Scherzo y armar un soberbio Finale al que la orquesta llegó pletórica, sobrada de energía y que se resolvió con la inteligencia necesaria como para seguir suscitando en quien escucha esa duda tan mahleriana —los últimos movimiento de Sexta y Décima en la revisión de Cooke— acerca de si estamos en el territorio de la felicidad incontenible o del drama irreparable, ambos convenientemente catalizados por su propia retórica. Por cierto, que algo que Guerrero hizo muy bien, en el último tiempo, fue destacar lo que para algunos de quienes amamos esta sinfonía, no es sino la evocación postrera del mundo de Des Knaben Wunderhorn, a esas alturas definitivamente perdido.
La OSG lo dio todo en una prestación sin fisuras. Junto al ya citado tuba tenor habría que añadir a Nicolás Gómez Naval y David Bushnell en las trompas, el clarinete Juan Ferrer, la viola Eugenia Petrova, el concertino Massimo Spadano, la percusión toda, esas maderas que son un lujo, los metales poderosos pero sutiles, en fin, la centuria completa que estuvo, una vez más, a la altura de sí misma. Y una mención muy especial para Ramón y Pablo Carnota Méndez —guitarra y mandolina— que, además de tocar estupendamente, tuvieron la suerte de que, a pesar de la acústica del lugar y gracias al buen hacer del maestro, se les escuchara con claridad.
Luis Suñén