LA CORUÑA / OSG: sobredosis benigna

La Coruña. Palacio de la Ópera. 5-XI-2022. Orquesta Sinfónica de Galicia. Eva Gevorgyan, piano. Director: Stéphan Denève. Obras de Dutilleux, Connesson y Rachmaninov.
Doble dosis de Rachmaninov en un solo programa sinfónico puede resultar un exceso si no se sirve con tino. Entre otras cosas porque, aunque parezca lo contrario, y aun tratándose en general de una apuesta segura, no a todas las audiencias les gusta el ruso, tan injustamente sacrificado, por otra parte, como víctima propiciatoria en el altar de la modernidad. Pero esta vez esa misma modernidad, a la que él también pertenece a su manera —cosa que hemos ido sabiendo según nos quitábamos de encima unos cuantos prejuicios—, le ha venido a echar una mano en forma de lo que en los conciertos de rock se llama teloneros, uno mejor y otro menos bueno.
Así, a la Rapsodia sobre un tema de Paganini le ha precedido Métaboles de Henri Dutilleux y, a las Danzas Sinfónicas, Le tombeau des regrets de Guillaume Connesson. La pieza de Dutilleux se estrenó en 1965 y, sin embargo, es mucho más moderna, —por no decir que ya es un clásico— que la de su compatriota, nacido en 1970 y que se dice influido por aquel. Mientras Métaboles es, simplemente, gran música de un gran compositor, Le tombeau des regrets, estrenada en 2017, es un ejercicio retórico, aparentemente ambicioso pero de escaso vuelo, muy bien construido —como todo lo que de él conocemos— pero de muy limitado alcance emocional —es, sin embargo, lo que se pretende—aunque pueda parecer otra cosa, si se me permite.
El director de esta velada que comentamos, Stéphane Denève debe creer muy a fondo en la obra de Connesson. Tanto le gusta que, al terminar su interpretación, estrechó la partitura contra su pecho. En sus próximos conciertos la repetirá en varias ocasiones —con la Filarmónica de Radio France en idéntico programa que en La Coruña—. Aún más: el 18 de este mes de noviembre estrenará con la Sinfónica de San Luis, de la que es titular, Astéria, última obra para orquesta del compositor galo.
Tras Métaboles vino la Rapsodia sobre un tema de Paganini de Rachmaninov, que nos traía a uno de los nombres jóvenes más voceados aquí y allá en los últimos años: la multipremiada nacida en 2004 Eva Gevorgyan, a quien pudo escucharse en Madrid hace un par de años en el Ciclo de Jóvenes Intérpretes de la Fundación Scherzo y de cuya actuación entonces dejó cumplida crítica en estas páginas mi colega Rafael Ortega Basagoiti. Tras un comienzo algo inestable en la presentación del tema, la armenio-rusa demostró una técnica ya de muchos quilates, un más que notable volumen sonoro que le permite andar con seguridad por la zona alta de la dinámica y que la orquesta no la tape nunca y un estilo que no carece de personalidad, pues lo virtuoso deja espacio suficiente para el discurso, por así decir, emocional. Es verdad que ahí es donde irá creciendo naturalmente si sigue por este camino. Imagino que se acabaron los concursos y que será en el estudio donde vaya encontrando la senda de una excepcionalidad que ya se vislumbra desde el puro ejercicio técnico.
En lo expresivo no está nada mal, aunque falte la madurez necesaria para, por ejemplo —y no advertí muchos momentos más a lo largo de su interpretación—, hacer la Variación XVIII como lo hizo en este mismo escenario Alexei Volodin en febrero de 2018, por poner un ejemplo que cualquier abonado a la OSG recordará muy bien. Magnífica impresión, pues, la dejada por Gevorgyan, que regaló dos encores, demostrando con el primero de ellos, un Étude-tableaux del propio Rachmaninov, esto último, es decir, la posibilidad magnífica que tiene por delante de crecer en el ir a la entraña.
Cerraban programa las Danzas Sinfónicas. Y va siendo hora de hablar de la batuta. A sus cincuenta, Stéphan Denève ha pasado por las grandes orquestas americanas —titular en San Luis y primer invitado en Filadelfia—, la Nacional Escocesa o la de la SWR, se ha subido a los mejores podios y los aficionados lo conocen muy bien a través de sus grabaciones, quizá la más difundida la integral de la obra de Maurice Ravel. Ya en Métaboles dejó muy claras sus virtudes y lo que sería una constante a lo largo de todo el concierto: su capacidad de impulso, el modo en que trabaja el sonido, su cuidado en las dinámicas y su atención en cada compás y a cada entrada. Todo a través de un gesto claro y de unos brazos ampliamente abiertos que corresponden a un hombre de envergadura. Surgieron así versiones poderosas y sutiles según correspondiera, pero siempre extraordinariamente intensas, sin la más mínima laxitud momentánea. Las Danzas, como antes el atentísimo acompañamiento en la Rapsodia, fueron ejemplo evidente. Denève cree, como nosotros, en la grandeza de esta obra, en lo que hay en ella de testamento —también lo hacen los conservadores en lo estético—, de suma de recuerdos, de acopio de aquello que no habrá de volver. Y esa nostalgia, salpicada de cierto temor por lo que vendrá después de que todo se acabe, estuvo ahí en plenitud.
Hay que abrir párrafo aparte para señalar cómo la Sinfónica de Galicia siguió el criterio del maestro con absoluta entrega. Fue una de esas sesiones en las que la agrupación coruñesa se refleja en su propio espejo, se encuentra estupenda, se reconoce como lo que es y lo proclama con orgullo. Todos los atriles rindieron al ciento por ciento de su clase, aunque haya que citar necesariamente en las Danzas al saxo alto Alberto García Noguerol y a la concertino invitada, Carole Petitdemange. Las cuerdas sonaron con el empaste de los grandes días, las maderas con esa elegancia tan suya —curioso y aleccionador que oboes y corno inglés no fueran los principales o coprincipales, lo que significa que hay cantera—, las trompas mostrando el buen momento que atraviesan, como todo el resto, metales, percusión, piano, arpa. El caso es que daba la sensación de que la Sinfónica se había encontrado con uno de esos maestros que enseñan y que hacen crecer. Ojalá vuelva pronto.
Luis Suñén