LA CORUÑA / OSG: presentación con todo de Roberto González-Monjas
La Coruña. Palacio de la Ópera. 16-XII-2022. Orquesta Sinfónica de Galicia. Véronique Gens, soprano. Director: Roberto González-Monjas. Obras de Respighi, Berlioz y Saint-Saëns.
Por esas cosas de los tiempos y la oportunidad, el que iba a ser un concierto de abono dirigido por Roberto González-Monjas (Valladolid, 1988) se ha convertido en su presentación como titular designado de la Orquesta Sinfónica de Galicia tras la excelente noticia de su nombramiento. La formación coruñesa lo ha elegido para el puesto tras su trayectoria en la Joven Orquesta Sinfónica de Galicia, de la que fue concertino, y después de dirigir a la grande en lo que resultó un magnífico concierto, en plena pandemia, con obras de Chausson y Shostakovich. Del francés se interpretó entonces el Poema del amor y del mar con Sophie Koch como solista y un acompañamiento modélico por parte de González-Monjas. Esta vez ha sido Les nuits d’été, ese maravilloso ramillete de canciones de Hector Berlioz sobre versos de Gautier que ha tenido como protagonista a Véronique Gens.
La cantante de Orleans no ha necesitado nunca de un poderoso caudal canoro para vivir desde el principio en la zona privilegiada del escalafón de su cuerda, sobre todo en el barroco en general y en el repertorio francés del XIX en particular. Su naturalidad técnica, su conocimiento del estilo, su elegancia expresiva y su presencia escénica han hecho de ella la referencia que ha sido y sigue siendo. Lamentablemente, el Palacio de la Ópera coruñés, de acústica tan poco agradecida, no es el mejor lugar para las voces y menos para una como la de nuestra artista que no hace del volumen arma fundamental. González-Monjas lo sabía perfectamente y por eso dispuso para ella un acompañamiento tan cuidadoso como discreto en el mejor sentido de la palabra, que debía dejar su espacio a la voz, pero también a la maestría orquestadora de Berlioz, manejando un pertinente rango dinámico. Gens apareció en una excelente forma, siempre expresiva sílaba a sílaba de cada poema, compás a compás en cada canción, sin asomo de fatiga o de vibrato después ya de treinta y seis años de carrera, eso sí, siempre cantando lo que debe.
Para empezar, González-Monjas —vivaz en el podio, amplio en el movimiento de brazos, muy comunicativo en el gesto— estrenó en los programas de la OSG Preludio coral y fuga, la obra con la que Ottorino Respighi se graduó en 1901 en el Conservatorio de San Petersburgo. Se trata de una pieza de fuerza para una orquesta amplia, nada tímida en su planteamiento y que remite, como su título —idéntico al de la partitura, mucho más famosa, de César Franck— a una suerte de academicismo nada encorsetado, no lejos del propio Saint-Saëns que cerraría programa. Brillante, muy bien construida, exige mucho de la orquesta y González-Monjas supo hacerla crecer con perfecta lógica —eso a lo que lleva precisamente su formalismo aparente— y suficiente libertad —la parte en la que el autor quiso demostrar su ya envidiable competencia.
Clausuró la velada la Sinfonía nº 3 de Saint-Saëns, ese compositor que siempre vuelve cuando parecía que se iba del todo, reflejo de un mundo expresivo que se resistía a morir y que aún hoy tiene buenas razones para defenderse a sí mismo, como siempre hizo su autor. Está la inevitable grandeza de la Société Nationale de Musique y el presunto paradigma de un modo de componer francés frente al triunfante germánico, pero también la libertad contra cualquier corsé —aunque con menos gracia que en alguno de sus conciertos para piano y orquesta o en El carnaval de los animales— y las ganas de hacer de la orquesta una maquinaria bien engrasada a la que se añade el órgano —aquí nada menos que Juan de la Rubia con un instrumento aproximativo, pero es lo que hay— para que el énfasis pase también por un rasgo de estilo. González-Monjas jugó todas las cartas que el compositor pone sobre la mesa y, con la colaboración de una orquesta que quiso y pudo echar el resto y de la que no se puede destacar a nadie porque el sobresaliente ha se ser general, tradujo todo lo que la página lleva dentro, de su esencia a su potencia, destacando la magnífica puesta en pie del primer movimiento —otra vez esa llamativa capacidad del joven maestro para construir una arquitectura a partir del desarrollo bien explícito de sus elementos— y la intensidad con que se abordó el Allegro moderato, la claridad general en las texturas y el cuidado para que cada plano apareciera con claridad, incluido lo que pudiera ser devorado por el bombástico final.
Luis Suñén